Los campamentos de inmigrantes en los que viven casi 1.000 personas sin techo en los alrededores de Lepe (Huelva) cambian su paisaje habitual en las fiestas navideñas, al menos por unas horas. Habituado a vivir prácticamente de la caridad y de salir adelante mediante trabajos esporádicos, Patrocinio Mora (Lepe, 1946), un empresario hostelero, se ha empeñado no sólo en ayudar a sostener el comedor social de la localidad 12 meses al año, sino en que la gente que vive en los campamentos tenga una cena acorde con las fiestas navideñas.
Esta costumbre ha instauró hace una década. La razón por la que un empresario de éxito tiene esta inquietud la resume así: “Cuando era pequeño, lo pasamos realmente mal, teníamos mucha necesidad, y hubo mucha gente que nos ayudó a salir adelante. Y ayudar a la gente que lo está pasando mal ahora es como una forma de devolver a la sociedad lo que me ha dado”.
Patrocinio Mora ha vivido desde muy joven vinculado con el mundo de la hostelería y actualmente regenta el restaurante O'barco de La Antilla. Su labor altruista ha sido destacada en los últimos años, por la organización y financiación propia de una cena benéfica navideña para inmigrantes que residen en el municipio, entre otras muchas acciones de colaboración social. Por ello, ha recibido, entre otras distinciones, la Medalla al Mérito al Trabajo, que concede el Consejo de Ministros, en 2011; el Premio Lepe de Turismo 2008 en la modalidad Trabajador del Sector Turístico; y el galardón Caballero Andante 2009 de la Asociación Cultural Ciudad Real Quijote 2000.
Para desarrollar su labor, cuenta cada año con un ejército de voluntarios, entre los que se encuentran sus propios hijos, su mujer, amigos, e incluso concejales de Lepe. Todos se organizan en el momento en que da la orden de empezar, y todos saben que cuando llega diciembre es el momento de ser repartidores/camareros voluntarios. Entre ellos está Domingo Jurado, voluntario de la ONG Cáritas en el municipio. Prácticamente conoce a todos los inmigrantes que viven en los campos por sus nombres y apellidos, y es el guía para sacar adelante el reparto en Nochebuena y Nochevieja. “Es un reparto complicado, porque nunca sabemos cuánta gente hay exactamente en los campamentos, ya que el número cambia prácticamente por día, pero se suele acertar con las raciones que se reparten”, explica. En su opinión, es una labor que “tiene ese sabor agridulce de ver cada día las condiciones en las que viven esas personas, pero a la vez la satisfacción de hacer algo por gente que lo necesita realmente”.
Una labor que ha ido creciendo con el paso de los años. Hasta hace dos años, el promotor abría su restaurante cada Nochevieja completamente gratis para los sin techo del pueblo. Hoy día la crisis ha hecho que sus 200 plazas aproximadas se queden pequeñas ante la necesidad que alimentos diarios en la localidad, por lo que decidió que su restaurante viajase a los campos directamente.
Una moderna versión de la montaña a Mahoma que tiene su cronología estudiada. La cita del equipo de reparto es a las 15.00 horas, y se termina sobre las 18.30, justo a tiempo para no caiga la noche encima, ya que los accesos no son precisamente los más adecuados para transitar sin luz del sol como ayuda. Está también la ayuda que no se ve. Son varias las empresas que le echan una mano, aportando ingredientes o pasteles para el postre, y todo ello se distribuye en recipientes que mantienen la comida caliente hasta que llega la hora de la cena.
Este año, arroz a banda y marmitako son los platos fuertes. “Había pensado en dejar de hacer esto, después de que la crisis la haya puesto en peligro en los últimos años”, explica, mientras terminar de distribuir en recipientes para repartir platos de menestra de verduras, un litro de leche y pasteles de postre. Ya ha pensado para Nochevieja completar menús con atún, garbanzos, un litro de leche y naranjas para el postre. Siempre, por cierto, evitando cualquier derivado del cerdo en los menús, “para evitar que nadie se quede sin cenar debido a su religión”.
Este empresario está ya físicamente cansado. Lleva trabajando prácticamente desde que se podía poner de pie. Por eso avisa: “Sólo pido que cuando yo ya no pueda haya otras personas, mis hijos o quien pueda, que siga con esta labor”. Lo suyo no es solidaridad marcada por el calendario, y no es casualidad que sean muchas las manos que le apoyen siempre que lo pida.