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EDUCACIÓN
La ambiciosa y efímera reforma educativa que marcó Riotinto en pleno tardofranquismo

Antiguos alumnos de la escuela de Riotinto, en el 50 aniversario de lo que fue una propuesta educativa rompedora

Alejandro Luque

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La Historia está llena de pequeñas historias que a menudo se pierden en el olvido, pero que juegan un papel transformador fundamental en la sociedad en la que suceden. Precisamente, para evitar que se pierda una de ellas, el proyecto La Digitalizadora, que desde hace varios años viene rescatando la memoria colectiva a través de la reparación, actualización y edición de viejos vídeos domésticos, acaba de reconstruir en un documental un emocionante episodio que tuvo lugar en Riotinto (Huelva) en los años 60 y 70.

Tras pasar las minas de la zona de la gestión británica a manos españolas en 1954, se planteó la necesidad de montar una escuela profesional destinada a formar a los hijos de los mineros como cuadros técnicos de las explotaciones: una suerte de FP privada, que pasaría a ser propiedad de la Unión Explosivos Río Tinto.

El enfoque de dicho centro era claramente elitista: si un alumno no demostraba aptitudes, se le expulsaba al primer año, condenándolo a un futuro de peón caminero. A finales de los 60, la escuela había empezado a acusar un importante deterioro, y en 1971 se le pidió a Miguel Ángel Ibáñez, profesor y jesuita, que se hiciera cargo de la misma bajo el paraguas de la Fundación Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia (Safa).

“Ayuda innecesaria” para el alumno

“Ibáñez era una persona progresista, muy sensible a las cuestiones educativas e influenciado por la teología de la Liberación y el Concilio Vaticano II”, explica Óscar Clemente, responsable de La Digitalizadora. “Su idea fue arrancar la escuela con profesores nuevos, y lo primero que propuso fue un proyecto participativo para saber cómo quería el alumnado que fueran las cosas. Así, ese año las clases no empezaron en septiembre, sino que se inauguró un proceso por el que los chavales podían construir su propio currículum, decidir ellos mismos cuántas horas de matemáticas querían recibir o qué asignaturas preferían evitar. Uno de los lemas de Ibáñez era que la ayuda innecesaria retrasa el aprendizaje del alumno”.

Carmen Lampaya, quien ha custodiado las cintas a lo largo de estos años, fue una de aquellas profesoras para las que se abrió un mundo desconocido. “Yo venía de estudiar Biológicas en Madrid, y Riotinto fue mi salida de casa, mi primer trabajo como enseñante, mi máster, todo”, evoca. “Ha sido una experiencia que me ha servido a lo largo de toda mi vida. Abrió caminos a los alumnos y también a los profesores”.

“Recuerdo que la pedagogía personalizada estaba en aquel momento en el candelero, pero ninguno de los popes de la materia pudo venir a Riotinto, les pillaba quizás demasiado lejos. Nosotros teníamos un deseo, pero la mayoría carecíamos de base, así que empezamos a trabajar, por supuesto con dudas, y al mismo tiempo con un método basado en la investigación-acción”, agrega la profesora. “Por otro lado, la relación que tenían los vecinos de la cuenca con la empresa era absolutamente colonial. Si una veta del mineral pasaba por tu aldea, esta podía ser derribada. Y tu casa pertenecía a la mina, el economato donde comprabas también. Si perdías el trabajo, lo perdías todo”.     

Autogestión

La escuela de Riotinto pasó de este modo a gozar de aulas abiertas, en las que los jóvenes iban entrando y saliendo en función de sus necesidades. El viejo orden casi castrense se transformó en una rutina de debates y puestas en común. Se convocaron las primeras elecciones estudiantiles, y se crearon asambleas semanales formadas por alumnado y profesorado, en las que se evaluaba la marcha del centro y se proponían mejoras. 

Uno los aspectos que detectaron, por ejemplo, fue que los estudiantes estaban muy motivados en los talleres, pero se venían abajo en las clases teóricas. Se decidió, pues, aplicar fórmulas de aquéllos en éstas, con resultados mucho más satisfactorios. Asimismo, el alumnado tenía la facultad de proponer actividades, lo que dio pie a la creación de un grupo de teatro, a una serie de proyecciones a cargo del recordado cine-club Mina, e incluso a recibir la visita de compañías como Els Joglars o Esperpento. Por si fuera poco, los mismos adolescentes eran los responsables de la limpieza de sus aulas, así como de la gestión de la biblioteca.

Además, la escuela de la Safa supuso el primer acceso a la enseñanza media de las niñas de la cuenca minera, ya que se creó un grupo para formar administrativos que acogió a una treintena de chicas. 

“Todo esto tuvo un impacto brutal en una sociedad tan conservadora y absolutamente dependiente de la mina como la de la zona”, subraya Clemente, “a pesar de que el sueño no podía durar mucho”. En efecto, a los tres años de andadura del proyecto, la compañía explotadora decidió rescindir el contrato con la Safa, y el centro pasó a llamarse Escuela Nacional Francisco Franco.

No obstante, el último curso lo dedicó la comunidad a reivindicar y explicar en qué había consistido la reforma pedagógica emprendida. Para ello, se rodó una película en Super 8, realizada por el profesor Tomás Alberdi. Se organizó una huelga de protesta, en la que 400 alumnos se negaron a usar el autobús escolar y fueron caminando por distintas carreteras para protestar por la marcha de la Safa y el cambio de rumbo del centro.  

Uno de los capítulos más sorprendentes de esta historia se refiere al hecho de que el entonces director de la Unión Explosivos Río Tinto, Leopoldo Calvo Sotelo –quien llegaría a ser presidente del Gobierno– convocara a un grupo de alumnos a su despacho en la madrileña Castellana para persuadirlos de que ese no era el camino. En las grabaciones rescatadas por La Digitalizadora, se puede ver a los chicos relatando su experiencia, relatando cómo Calvo Sotelo intentó impresionarles, luego convencerles de que él también había sido un rebelde en sus años mozos, y finalmente formular una serie de promesas vagas que cayeron en saco roto.

Quienes pasaron por aquella experiencia y viven aún han seguido cohesionados, hasta el punto de que el pasado sábado se han reunido con motivo del 50 aniversario del cierre de la escuela para visitar su antiguo emplazamiento, celebrar un almuerzo de confraternización y proyectar el trabajo de La Digitalizadora en un acto en el Teatro Municipal de Nerva. Por otra parte, todos los materiales están disponibles online de forma gratuita. 

“Sabíamos que a la larga caería, pero no podíamos imaginar cuándo”, dice Lampaya, quien apunta que, además de la película restaurada, se hizo un libro, La Empresa contra la Escuela, recogiendo la experiencia. “Lo cierto es que, de aquella escuela, en lugar de salir profesionales dóciles, salían profesionales críticos, y eso no le interesaba a nadie”. 

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