Las lluvias dan a Doñana un respiro muy leve: sólo se inunda el 1,8% de la marisma
La laguna de Santa Olalla, la que hasta ahora era la más grande de Doñana con carácter permanente, se secó por completo el verano de 2022, pero comenzó a recuperarse nada más llegar septiembre y empezar a irse los veraneantes de Matalascañas. La explicación era muy sencilla, y es que la urbanización costera bebe del mismo acuífero que el parque nacional. Este 2023 se repitió el ciclo y, por primera vez desde que hay datos, se quedó sin agua por segundo año consecutivo, lo que se produjo antes que el año pasado y además sin que el adiós del turismo masivo con el fin de verano aportase un respiro. La situación por fin ha empezado a remontar ahora con las lluvias que ha traído el otoño, aunque de manera muy leve: el humedal tiene agua en el 9,6%, una situación extensible a una marisma que se ha inundado sólo al 1,8%.
Así que estamos ante una buena noticia, pero sin lanzar las campanas al vuelo ni hablar de normalidad. Por lo pronto, porque la Estación Biológica de Doñana (organismo investigador dependiente del CSIC) apunta que en el interior del parque nacional ha llovido menos que en sus alrededores. Si la estación meteorológica de Almonte ha recogido 125 litros por metro cuadrado y la de Chipiona 131, por encima de los valores medios de los últimos 20 años, en el corazón del paraje natural (el Palacio de Doñana) se han registrado 72 litros, por debajo de esa misma media. La situación ha sido un poco mejor en otros puntos, ya que el promedio de sus seis estaciones automáticas es de 87,7 litros.
La inundación de la marisma es un proceso natural que empieza con las lluvias de otoño, el problema es que Doñana encadena una década larga de sequía, por lo que las precipitaciones tendrían que ser mucho más abundantes y, sobre todo, sostenidas en el tiempo para que pueda hablarse de recuperación. De hecho, hay zonas ya anegadas (como las marismas de El Rocío y Los Sotos) y se calcula que están así unas 538 hectáreas, lo que supone un minúsculo 1,8% del total de la extensión del parque.
Lo que ha caído, explica el CSIC, permite la hidratación de las arcillas que forman el sustrato de la marisma, así que serán necesarios aportes adicionales para que sus efectos se puedan apreciar de manera significativa. No obstante, ya puede verse que hay más agua en puntos como los lucios del Rey y de Veta Lengua, así como en el límite de la zona inundable con el Guadalquivir y el Brazo de la Torre.
Más difícil para las lagunas
La situación es diferente por lo que respecta a las lagunas, que al asentarse sobre zona arenosa su inundación depende del agua del acuífero y de su nivel freático, en contraposición con la marisma, cuyos terrenos arcillosos se alimentan exclusivamente de las precipitaciones. Esto significa que para que los humedales que le dan su singularidad al parque se recuperen primero tiene que recargarse el acuífero con las lluvias, lo que permitirá que suba el nivel del agua hasta alcanzar la superficie, con lo que por fin se inundará la cubeta.
Así que el agua ha vuelto a Santa Olalla, pero a paso de tortuga. La semana pasada había alcanzado los siete centímetros de profundidad en la zona inundada, unas 4,7 hectáreas que suponen el 9,6% de una superficie máxima que se calcula en 49 hectáreas.
El problema, tal y como ya ha explicado Carmen Díaz Paniagua, investigadora del Departamento de Ecología de Humedales de la Estación Biológica, es que la concatenación de periodos cada vez más secos y prolongados se traduce en que, a día de hoy, “ya no son permanentes” lagunas como El Sopetón, La Dulce y Santa Olalla, que ya se ha secado por completo en cuatro ocasiones desde que hay registros: 1983, 1995, 2022 y 2023. Lo peor es que la cubeta de estos humedales no deja de reducirse, porque la falta de agua propicia la invasión de vegetación terrestre e incluso de árboles, un cuadro que se remata con que el suelo tiene ahora muchas más sales y eso ayuda a que los escasos recursos que hay “no son adecuados para que muchos animales beban”.
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