No son pocas las veces en las que una persona sola no puede salir de una situación de sufrimiento. Necesita que su entorno esté ahí. Es el caso de las hermanas de Noelia. Ellas estaban sufriendo, de algún modo y sin querer saberlo, violencia de género por parte de sus parejas. Noelia tiene claro que no se puede ayudar a quien no quiere ser ayudada, pero también está convencida de que su perseverancia en estar siempre cerca, en repetirle “¿pero no te estás dando cuenta?”, les sirvió para hacerles salir del círculo de la violencia machista en el que se habían metido.
Estas historias paralelas de malos tratos tienen finales felices y se vivieron en el seno de una familia que convivió mucho tiempo con la violencia machista. “Conmigo no pudo nunca”, presume con prudencia, porque “tenía claro que iba a estar ahí hasta que mis hermanas levantaran la mano”. “Ven a salvarme, ven a por mí, porque me mata”, le dijo un día una de sus hermanas, desesperada. “Se puede salir”, asegura mientras insiste en la importancia de la red familiar y de amistad para salvar a una víctima del machista al que “nunca hay que dar la razón”. Merecían vivir en paz, y ahora sin haber cumplido 50 años, tienen mucha vida por delante.
Noelia trabaja en la Fundación Ana Bella, una 'red de mujeres supervivientes' que actúa en 82 países como una solución global a la violencia contra las mujeres. Se pone a disposición de las mujeres que acuden, muchas de ellas preguntándose si están sufriendo violencia machista, sobre todo a nivel emocional y psicológico, esa que deja huella en la autoestima. En conversación con este periódico en su sede de Sevilla, no para de hacer alusiones a uno u otro testimonio que recoge a diario. Pero sabe de lo que habla porque lo vivió en su familia.
“¿Cuántas mujeres habrá que no tengan a nadie?”
Lo de Noelia es un no parar en estos días en torno al 25N. “Cuando se visibiliza la violencia de género, cuando se habla de ello, muchas se dan cuenta por lo que están pasando, o reviven lo que han pasado. Esta semana remueve mucho”. En su mesa de la fundación atiende el teléfono, convencida de la importancia de que la familia y los amigos son “un factor fundamental”. “Si no, es complicado”, asegura, pero lanzando un mensaje en positivo. “Se puede salir, y merecemos vivir en paz”, sentencia.
La violencia de género la alejó de sus hermanas a veces. Ellas sentían a partes iguales la culpa y la degradación, porque ellos eran encantadores en público pero de puertas para adentro hacían imposible sus vidas. “¡Vaya dualidad!”, exclama Noelia. Una suerte a ojos de los demás, pero un infierno en el hogar. Buena parte de haber decidido trabajar en la fundación vino motivada por los casos de sus hermanas. Dio ese paso y, por fortuna para ellas, colaboró en que dieran el paso para salir del maltrato de sus relaciones. No fue fácil, a tenor de su relato, pero “¿cuántas mujeres habrá que no tengan a nadie?”.
Llegó el día en que Noelia tuvo que llevarse a sus sobrinos, cuando una de sus hermanas la llamó llorando. Una llamada a las cuatro de madrugada en la que le contó que, pese a una orden de alejamiento, él la había golpeado con el coche y la había dejado en la cuneta. Toda una metáfora.
Su hermana se resistía a denunciar para, paradójicamente, salvar sus hijos, relata Noelia. El acoso y la persecución venían de atrás, cuando ella le planteó la separación. “Siguió acosándola, machacándola psicológicamente”.
El “rival absoluto”
Noelia era el “rival absoluto” del maltratador de una de sus hermanas. Hasta el punto en que, una vez se produjo el divorcio, en el convenio regulador él exigió que su excuñada no pudiera recoger de colegio a los sobrinos. A su hermana no le quedó otra que firmar aquel documento. Aquel desencuentro supuso un fuerte distanciamiento entre ellas. Un día, a Noelia la llamó una amiga que, igualmente, se dirigía a una casa de acogida con su bebé, huyendo también de la violencia machista. A quién iba a acudir sino a su amiga. “Aquello me abrió los ojos, porque estaba actuando como él quería, dejando sola a mi hermana y sin apoyos”, recuerda. Le mandó un mensaje. Y luego otro, ya con respuesta. “Me fui acercando, y ella se abrió”, señala.
“Fueron muchos años de sufrimiento. Nos decía 'yo solo quiero vivir en paz'. Después, pareció que todo había valido la pena porque era feliz. 'Ahora soy la dueña de mi vida'. Lo mejor que le ha pasado son sus hijos, y su separación”, dice Noelia en voz de su hermana. “Hay que estar siempre ahí, aunque no te coja el teléfono, aunque te diga que no te quiere”, insiste.
Su historia, la de sus hermanas, es la de muchas otras, porque recibe a diario casos similares. Para ellas, y para sí misma, tiene los consejos de la experiencia: “No le puedes decir a una mujer 'te lo dije', no hay que reñirles. Hay que entenderlas, hay que recordarles cómo eran antes de convivir con su maltratador. No hay que recriminarles nada, no hay que juzgarlas. Hay que hacerles ver el error para que rectifiquen y para que salgan adelante. No hay que recriminar si vuelven con él. Hay que escucharlas, no permitir que el agresor las aparte de nosotros”, dice de carrerilla.
“Indicios que no podemos dejar pasar”
“El entorno de las víctimas es el primer escudo de protección de las mujeres ante la violencia de género”, reconoce la consejera de Inclusión Social, Loles López, en declaraciones a este periódico. “No en vano, este entorno es el que más rápidamente puede detectar un cambio en la forma de actuar de su madre, hija, amiga, hermana, compañera o vecina que nos alerta de que algo no marcha bien. Ya sea porque ha cambiado su forma de vestir, porque ha dejado de quedar con las amigas, que tiene heridas con frecuencia, etc. Todo ello son indicios que no podemos dejar pasar. A veces, con una pequeña intervención, podemos estar salvando una vida”.
La responsable apunta que, a través del teléfono de atención a las mujeres andaluzas, 900 200 999, que es una línea gratuita, confidencial, anónima y operativa las 24 horas del día, cualquier persona puede solicitar ayuda y asesoramiento sobre cómo proceder ante la sospecha de que una mujer de su entorno sufre violencia. “Nuestras profesionales les darán información y les dirán qué pasos pueden dar para ayudarla, acompañarla y no dejarla sola en esta situación. Además, de esta forma, nos permite a la administración poner a su disposición todos los recursos especializados para su recuperación integral”, señala.