Juani Rismawi habla con serenidad de cosas importantes. Aunque lo ha visto todo muy de cerca, tiene la perspectiva que da el tiempo. Esta española lleva 34 años viviendo en Palestina, actualmente en una aldea cercana a Belén.
Llegó en una época en la que, dice, había “más mano izquierda”. Se notaba que un palestino no era exactamente igual que un israelí, pero ella y su marido, palestino, todavía se podían mover. “Incluso fuimos a Tel Aviv”, recuerda. Rismawi tardó cinco años en obtener la residencia, y en ese tiempo debía viajar al extranjero cada tres meses para renovar el visado. “Los israelíes nos decían que por qué no cogía a mi marido y nos íbamos”. Cuando obtuvo la residencia, pasó a ser tratada como lo que ahora es: una palestina más, a la que se le aplica la ley militar.
Rismawi trabaja con los Comités de Trabajo para la Salud, una organización que abrió el único centro contra el cáncer de mujeres en Palestina, y que ha desarrollado programas pioneros de prevención y de género en Cisjordania, y estuvo en Málaga invitada por la Asociación Al Quds.
Cuando regresa a Europa, ejerce de portavoz de la causa palestina, y cuenta cómo en este tiempo todo ha ido a peor. “Los famosos Acuerdos de Oslo [firmados en 1993] han sido una sentencia de muerte de la causa palestina. Una estafa”, denuncia. Palestina reconoció las fronteras de 1967 y el Estado de Israel, que sin embargo se ha quedado con el agua, ha aumentado el número de colonos de 200.000 hasta rondar los 700.000 y sigue enrocada en la capitalidad de Jerusalén Este o el estatuto de los seis millones de refugiados palestinos.
Tampoco ha respetado lo previsto en el área C de Cisjordania, la zona bajo mandato exclusivo israelí que abarca el 60% del territorio. Un informe reservado del servicio exterior de la UE, desvelado por El País el pasado febrero, alertaba de la “discriminación sistemática” que los palestinos sufren en la zona C.
¿Qué ha tenido que hacer para realizar este viaje?
Yo no puedo ir al aeropuerto de Tel Aviv. Estoy bajo la ley militar. En 2004 me llamaron los israelíes y me dijeron que no podía porque tengo residencia palestina, de modo que soy igual que los demás palestinos. Por eso tengo que pasar la frontera terrestre por Jordania, que tiene un gran coste.
En estos 34 años, ¿ha pensado alguna vez en dejar Palestina?
No. Pero sí hemos querido que salgan mis hijos, que viven aquí.
¿Por qué ha querido que salgan sus hijos, pero no usted?
He construido mi vida allí. Tenemos una casa, mi suegra vive con nosotros, tengo mi trabajo. Y quiero devolver todo lo bueno que me han dado los palestinos. Lo he pasado muy mal, pero considero que la causa palestina es una de las más justas, porque es muy simple. Han venido un puñado de paramilitares, que se dicen judíos pero no es así, porque el verdadero judío es sino una persona inteligente y pacífica. Son prosionistas que han venido a quitarle la tierra, la vida y la razón a miles de personas. Primero expulsando a más de 600000 en la guerra de 1948, y ahora hay cerca de seis millones de palestinos en la diáspora. De Jerusalén están expulsando a toda la población palestina, en Cisjordania el área C cada vez la confiscan más para construir y el otro día Netanyahu declaró que se iban a anexionar el valle del Jordán porque tiene riqueza, es frontera y tiene agua.
Raji Sourani dice que los palestinos están peor que nunca. ¿Está de acuerdo?dice que los palestinos están peor que nunca
Totalmente. Gaza está muriendo poco a poco. Sin agua potable. Con cuatro horas de luz cada día. La población sufre, no tiene trabajo. Hay cien mil familias a las que destrozaron sus hogares, y están constantemente siendo acosados. No tienen libertad de movimientos, no pueden salir o entrar por aire, mar o tierra. Es una cárcel. Y nosotros [en Cisjordania] también tenemos muchas dificultades, porque cada movimiento nos lo controlan, y si quieren encerrarnos nos encierran. Dependemos total y absolutamente de los israelíes. Lo que quieren es vaciarla, que los cinco millones de palestinos salgan de allí, porque consideran que Dios les ha dado la tierra. A mí me dicen si soy antisemita. No puedo ser antisemita, porque mi marido es semita. Tampoco soy antijudía, tengo buenos amigos judíos, que consideran que Israel se está convirtiendo en un país nazi, con la misma manera de tratar a la población palestina. No hacen una cámara de gas porque sería escandaloso, pero la manera lenta con la que están matando a dos millones de personas en Gaza es un genocidio.
En estos 34 años no he tenido dudas. Sufro, tengo desesperanza, tengo depresión, tengo tristeza profunda. No podemos salir de la trampa en que nos ha metido Israel. Pero si ellos estuvieron conmigo cuando les necesité, también necesitan a personas como yo porque tengo la posibilidad de venir aquí y ser un testimonio para que no se deje de hablar de esto.
¿Ha percibido cambios en cómo los palestinos afrontan su situación?
Sí. Pasan por momentos de desesperación, de tristeza, de tirar la toalla. Hay gente que intenta salir porque hay familias que tiran de ellos desde Estados Unidos o Chile. El problema es que Oriente Medio está encendido. Líbano tiene problemas muy graves, las milicias de Hezbollah son las únicas que teme Israel. Siria está destrozada y Jordania tiene seis millones de refugiados con los que no sabe qué hacer. Egipto se muere de hambre con un dictador como Al-Sisi, y los países árabes están desunidos. Arabia Saudí se esté imponiendo con dinero para controlar todo. Esto está dejando mella en la causa palestina, arrinconándola, que es lo que quieren los israelíes. El único balón de oxígeno es el BDS [Boicot, Desinversión y Sanciones], pero los israelíes están invirtiendo mucho dinero para que quienes apoyen el boicot tengan problemas con la justicia.
¿Tiene la sensación de que este conflicto se percibe únicamente desde la óptica religiosa?
Yo soy cristiana. Y mi marido. Eso es lo que han buscado y conseguido los israelíes. Pero hay cristianos. La gente no sabe esto. Lo curioso es que las comunidades cristianas de Oriente Medio, que las ha habido y las hay, en Siria, Irak, Jordania o Egipto, han sido abandonadas por Occidente. Cuando yo llegué a Palestina el islamismo no tenía ninguna importancia. Eran musulmanes, como nosotros cristianos, y hacían su religión. Pero ante la avalancha de Occidente de señalar a los árabes como musulmanes terroristas dijeron “ahora sí lo vamos a hacer”. Eso lo ha financiado occidente. Como Al Qaeda, o Israel cuando dejó resurgir a Hamás para oponerse a la OLP, que era laica.
Usted trabaja en los Comités de Trabajo para la Salud ¿Cuál es su función?
Desde hace 26 años soy coordinadora de proyectos con España. Es una organización dedicada a la Sanidad, tenemos 12 clínicas, entre ellas dos hospitales. Creemos en la prevención. La parte curativa es muy difícil, porque la autoridad palestina no ha sabido potenciar la Sanidad. En Palestina hay tres sistemas de salud: el de la autoridad palestina (pública pero para funcionarios o pagando una cuota anual); la de organizaciones como la nuestra, en torno al 40%; y luego está la ONU y privada. Nuestra organización no es del todo privada, pero tampoco es gratuita pública. Los programas son gratuitos porque nos financian.
¿Cuál es la importancia de las clínicas móviles?
El área A son territorios dirigidos por la Autoridad Palestina, con competencias en Sanidad y Educación. En el área B puede haber israelíes, y ahí la autoridad sólo da Sanidad y Educación a su población. Y en el área C, que cada vez pierde más población, hay aldeas y pueblos a montones. Ahí está prohibido entrar, porque gobierna Israel. Nosotros nos acercamos con una clínica móvil y llevamos un equipo médico completo para revisar la salud. Es un trabajo muy laborioso. Ahora vamos a tener más problemas, porque Israel ha puesto aún más barreras para entrar en el área C y está militarizando. Pero yo creo que no podemos abandonar a esta gente, que no tiene ni escuelas.
¿Hay carestía de medicamentos?
Sí, bastante. En Gaza especialmente. Nosotros nos vamos apañando. En Palestina hay siete fábricas de medicamentos, pero son medicinas muy sencillas. Los componentes químicos no nos los venden porque dicen que se pueden fabricar armas químicas. Ciertos medicamentos los tienes que traer de fuera con permiso de Israel.
El director financiero de su organización fue detenido hace una semana. ¿Qué ha pasado?
Nada. Lo que pasa siempre. Llevamos tres semanas con una ofensiva contras las organizaciones de derechos humanos. Empezaron con Addameer, la organización para la defensa de los prisioneros palestinos que no tienen abogados. Fueron a su sede, se llevaron todos los ordenadores y les prohibieron trabajar. A la semana siguiente fueron al Comité de Mujeres en Hebrón, hicieron lo mismo y detuvieron a algunas. Y a la semana siguiente nos tocó a nosotros. Nuestro director financiero tuvo algunas actividades políticas, pero lo dejó hace tiempo.
¿Cuáles son los cargos?
No hay. Detención administrativa. Por seguridad. Fueron a su casa, le pegaron una paliza delante de su mujer y sus hijas, se lo llevaron y no sabemos dónde está. Ellos tienen una norma: cuando detienen a alguien administrativamente, están quince días en los que no se puede acercar ni un abogado ni nadie. Luego la autoridad militar avisa de que ya se puede visitar al prisionero, lo llevan ante un juez y presentan cargos. Si no presentan cargos dicen que es detención administrativa y que por seguridad pueden tenerlos más tiempo. Hay gente que lleva cerca de 20 años con detención administrativa, sin cargos ni juicios.
En noviembre del año pasado el ejército israelí intervino durante varios días en su clínica de Hebrón. ¿Qué pasó?
Hebrón está justo la entrada a uno de los asentamientos con colonos más violentos de Cisjordania. Hay muchos enfrentamientos, con jóvenes que tiran piedras porque tratan muy mal a la población, y a veces hay momentos que necesitan una clínica. La hemos puesto cerca, porque a veces tiran gas, y sirve también para que las mujeres puedan reunirse. El año pasado dos soldados entraron. Decían que estaban buscando a alguien. Los médicos les dijeron que entraran y buscaran, pero no había nadie. Pero como intentan que la clínica no esté ahí, tiraron bombas de gas, estuvieron a punto de asfixiarse médicos y enfermeras, y a gente enferma la tuvieron que sacar. Estuvieron agrediendo la clínica una semana, hasta que uno de mis compañeros fue al estamento militar y les dijo: “¿Qué queréis? No vamos a cerrar la clínica. Vamos a seguir atendiendo y esto es una violación del derecho de atención médica”. Parece que eso calmó la cosa.
¿Qué percibe en Europa cuando vuelve?
El interés por Palestina siempre ha sido muy especial. Organizaciones como Al Quds nos han ayudado mucho, porque no han dejado de hablar de Palestina, de invitarnos a venir a dar charlas. Hace dos años se hizo una encuesta en Europa sobre si consideraban que la palestina era una causa justa, y salió que el 75% de la población estaba a favor de Palestina. Lo que pasa es que el lobby judío es muy fuerte y poderoso, tiene mucho dinero, y ahora Trump le ha dado carta blanca y se han vuelto muy salvajes. Nunca he visto a los israelíes en estos términos. Dos días antes de venir asesinaron a una mujer a tiros [Amnistía Internacional ha pedido una investigación internacional]. Hay un vídeo, y se oye a los soldados riéndose. ¿Y quieren que digamos que son humanos?
¿Le preguntan por qué no regresa a España?
Sí, mucho. Este verano vino mi hijo, que llevaba dos años sin venir a Palestina, donde tiene sus amigos de la infancia. Y todos sus amigos le dijeron, por primera vez: “Ni se te ocurra volver. Nosotros queremos salir de aquí”. No hay vida. No hay esperanza. No hay trabajo. No tienen fe.