El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
El valor de las especies raras ¿las llevará a su extinción?
Quiero hablaros sobre un proceso que nos afecta como personas y de la misma manera afecta a las especies del medio natural que nos rodean y a nuestra relación con ellas. Se trata del “efecto Allee”. Pero ¿quién es Allee? No, no es Wally, ni tampoco hay que buscarle entre muchos otros iguales. Warder C. Allee fue un científico que en los años 1930-1950 estudiaba el comportamiento animal y su vida social. Entre sus ideas pioneras, una se quedó en el tintero y no fue retomada hasta mucho tiempo después, en los años 1990.
Allee investigaba sobre los beneficios de crecer en un ambiente donde “otros” están o han estado: ciertos peces crecen más deprisa en aguas donde han estado sus congéneres. O sobre el hecho de que ser muchos puede prolongar la supervivencia en condiciones adversas: un claro ejemplo es a través de mecanismos como la termorregulación social, mirad las marmotas o los osos como hibernan en grupo para resistir mejor el invierno.
Además de estas situaciones más o menos automáticas (lo que se llama facilitación), Allee se dio cuenta de que en muchos casos existe una cooperación activa entre los individuos, y esa cooperación aumenta cuanto más grande es el grado de socialización de la especie. La otra cara de la moneda es la más importante: ser pocos tendría una consecuencia nefasta en aquellas especies que necesitasen de ese beneficio social. Es lo que se ha llamado el Efecto Allee: al disminuir el número de individuos en la población, disminuyen los beneficios que cada individuo recibe, disminuye la “eficacia biológica” de los individuos que quedan, les cuesta más sobrevivir y reproducirse, y eso lleva a un mayor riesgo de que la población se extinga.
Pero dije al principio que este proceso nos afecta como personas. Y no lo digo sólo porque somos una especie súper-social, sino porque en nuestro comportamiento esta idea del efecto Allee está internamente arraigada. Veamos.
Un gran investigador y estudioso del efecto Allee, Franck Courchamp, de la Universidad de Paris XI, empezó así un libro sobre el efecto Allee.
Imagina que te invitan a una fiesta; lo primero que haces es preguntar a tu amigo si él va a ir, y a su vez tu amigo se lo pregunta al otro amigo y así se va creando una red en la que las decisiones se toman en función de los otros... En cuanto uno dice, “bah, esa fiesta será un rollo; yo no voy”, el resto empezarán a declinar su asistencia y como una bola la fiesta se quedará sin un invitado. Y tu en casa con un DV alquilado, ¡que malo para la salud!. Y piensas, la semana que viene habrá otra fiesta ¡a esa seguro que va mucha gente!.
Cuantos más seamos mejor, ¿no? esa es la idea del efecto Allee.
¿Cómo afecta esta idea a nuestra relación con los animales? Es lo que hemos llamado el “efecto Allee antropogénico”. El hombre a través de su aprecio por las cosas raras, puede crear un efecto Allee en especies que son raras o están ya en peligro de extinción.
Alguna vez vosotros o vuestros hijos habréis cambiado cromos ¿no? Y ya sabéis que hay cromos que nadie tiene, porque son más escasos. Los comerciales lo hacen así para que compremos más cromos para cambiar. Y ¿al final qué? todos sacamos nuestras mejores canicas o chapas para cambiárselas al que tiene el cromo deseado. Pero diréis: “Eso son juegos de niños…”. Pues resulta que no. También cuando crecemos coleccionamos: sellos, botes de cerveza, o incluso coches de época… Pero, y eso ¿tiene algo que ver con los animales?
Pues tiene mucho que ver. Porque también existen coleccionistas de mariposas o escarabajos. Pensemos además en cazadores de trofeos. O fijémonos en esas otras actividades como el ecoturismo (e.g. bird watching), el consumo de productos de lujo como el caviar, o los animales de compañía. ¿Qué tienen en común? Todos quieren tener, cazar, ver o comer un ejemplar de las especies más raras. De nuevo tenemos delante ese valor, ¿irracional?, que mueve dinero, un valor con el que se puede comerciar. Algún hombre pagará por tener, cazar, ver o comer el último ejemplar de una especie en peligro de extinctión, causando directamente la extinción de esta especie. El último rinoceronte blanco quizás no se muera de viejo…
Así, hemos podido demostrar como, cuando los conservacionistas promueven que una especie amenazada, cuyo comercio está regulado a nivel internacional (como a través del convenio CITES), pase a una categoría más restrictiva (p.e. se prohíba su comercio), el año antes de que se haga efectiva la prohibición, su comercio se dispara a niveles que pueden ser el doble o el triple de los años anteriores. Así, de la tortuga de Kleinmann, una tortuguita enana que podríamos mantener sin dificultad sobre nuestro dedo índice, se comercializaron la mitad de los ejemplares que se estimaban que quedaban en las poblaciones naturales, durante el año antes de prohibirse su comercio.
Ya, pero yo no soy cazador, ni me gustan las mariposas, entonces, ¿qué?. Pues seguro que en algún momento fuiste al zoo a ver tus animales preferidos, ¿o no?. Pues en el Zoo de Paris, La Ménagerie du Jardin de Plantes, comprobamos como los visitantes no sólo estaban dispuestos a pasar más tiempo observando una especie que creían rara, a subir más escaleras, a mojarse o a pagar más dinero, sino que también estuvieron dispuestos a robar las semillas de una especie de judía cuando el cartel indicaba que era rara.
Mi pregunta es: ¿habría una forma de evitar ese comportamiento, adquirido en la infancia y tan inherente a nuestra idea de lo valioso e interesante, de desear siempre lo que es raro? ¿Seremos capaces de no acabar con la biodiversidad, de no querer poseer lo que es más escaso en el mundo natural?
Referencias:
Courchamp F, Angulo E, Rivalain P, Hall R, Signoret L, Bull L, Meinard Y. 2006. Rarity value and species extinction: the anthropogenic Allee effect.PLoS Biol. 4(12): e415. DOI: 10.1371/journal.pbio.0040415.
http://journals.plos.org/plosbiology/article?id=10.1371/journal.pbio.0040415
Rivalain P., Angulo E., Rosser AM, Delmas V., Bull LS, Hall RJ, Leader-Williams N, Courchamp F. 2007 Can bans stimulate wildlife trade?.Nature 447:529-530.DOI: 10.1038/447529a. https://www.nature.com/articles/447529a
Angulo E, Saint-Jalmes M, Deves AL, Courchamp F. 2009. Fatal attraction: rare species in the spotlight. Proceedings of the Royal Society B, 276:1331-1337, doi:10.1098/rspb.2008.1475.
Quiero hablaros sobre un proceso que nos afecta como personas y de la misma manera afecta a las especies del medio natural que nos rodean y a nuestra relación con ellas. Se trata del “efecto Allee”. Pero ¿quién es Allee? No, no es Wally, ni tampoco hay que buscarle entre muchos otros iguales. Warder C. Allee fue un científico que en los años 1930-1950 estudiaba el comportamiento animal y su vida social. Entre sus ideas pioneras, una se quedó en el tintero y no fue retomada hasta mucho tiempo después, en los años 1990.
Allee investigaba sobre los beneficios de crecer en un ambiente donde “otros” están o han estado: ciertos peces crecen más deprisa en aguas donde han estado sus congéneres. O sobre el hecho de que ser muchos puede prolongar la supervivencia en condiciones adversas: un claro ejemplo es a través de mecanismos como la termorregulación social, mirad las marmotas o los osos como hibernan en grupo para resistir mejor el invierno.