El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Ciencia ciudadana: la sabiduría de las multitudes
James Surowiecki, el conocido columnista de la revista New Yorker, exploró hace años una idea aparentemente sencilla pero que tiene profundas implicaciones: dadas las circunstancias adecuadas, los grandes grupos son más inteligentes que las minorías selectas, por brillantes que estas sean, cuando se trata de resolver problemas, promover la innovación, alcanzar decisiones prudentes e incluso prever el futuro.
La sabiduría de los grupos: por qué los muchos son más inteligentes que los pocos y cómo la sabiduría colectiva da forma a los negocios, economía, sociedades y naciones, publicado por primera vez en 2004 por Surowiecki, presenta numerosos casos estudiados y anécdotas para ilustrar su argumento, y recorre varios campos del saber, principalmente economía y psicología. La anécdota inicial cuenta la sorpresa del antropólogo inglés Francis Galton (a todo esto, primo de Charles Darwin) cuando en una feria del condado en 1906 una muchedumbre dedujo con precisión el peso de un buey cuando sus estimaciones individuales eran aproximadas (y el promedio estuvo más cerca del verdadero peso del buey que las estimaciones por separado de la mayoría de los miembros de la muchedumbre, y también más cercana que cualquiera de las estimaciones de los expertos en ganado). Un total de 787 personas estimaron un promedio de 542,5 kilos del animal. El peso real era de 543 kilos.
La ciencia ciudadana o citizen science tiene sus bases sobre estas teorías: cómo los ciudadanos de a pie pueden contribuir en la fase de recolección de datos del método científico. Los datos demuestran que sólo en el Reino Unido, por ejemplo, hay hasta 100.000 naturalistas aficionados que recolectan y contribuyen activamente a proyectos de ciencia ciudadana, cuyo valor estimado en dinero sería de unos 40 millones de euros.
No son sólo observaciones de astronomía, mariposas, pájaros o setas lo que aportan los ciudadanos (si bien, todo hay que decirlo, se llevan la mayor parte) sino que la ciencia ciudadana está floreciendo prácticamente en todas las disciplinas. Hoy en día se puede ver cómo se esparce el hongo hymenoscyphus pseudoalbidus por los árboles mientras se juega a un simple juego de computadora, mapear el cerebro coloreando las neuronas, contar cráteres de la luna, rastrear ballenas y observar la vida silvestre en el Serengueti. Algunas de las plataformas de ciencia ciudadana de mayor éxito en España han sido puestas en marcha por iniciativa o con la colaboración del CSIC, como es el caso de Mosquito Alert, en la que participa el Centro de Estudios Avanzados de Blanes, en Asturias; Adopta una planta, del Instituto Pirenaido de Ecología; Observadores del Mar, del Instituto de Ciencias del Mar o Natusfera, donde colabora el Real Jardín botánico.
Además, un estudio publicado por la revista Biological Conservation reafirma el papel fundamental de la ciencia ciudadana para la conservación de la biodiversidad, lo que ha tenido incluso su reflejo en la creación, hace un par de años, del Libro Blanco de la Ciencia Ciudadana, financiado con fondos de la Comisión Europea. ¿Qué propone este documento? Que la ciencia ciudadana es imparable y que, por ello, es necesario establecer unas bases como el fomento de estas prácticas con financiación pública, la integración de las mismas en proyectos educativos y buscar el reconocimiento para los investigadores y ciudadanos que adoptan estos modelos de colaboración, así como armonizar la gestión de datos científicos proporcionados por voluntarios.
Vamos a dar ejemplos de ello. Respecto a la financiación, tanto el gran programa marco de investigación e innovación de la UE, H2020, como las ayudas de la Fundación Española de Ciencia y Tecnología (FECYT) han abierto líneas de financiación en sus últimas convocatorias dirigidas a proyectos que tengan como propósito la participación ciudadana. Recordemos la máxima de hacer ciencia “con y para” la Sociedad que propugna la Unión Europea.
En segundo término, ya hay casos de éxito de la inserción de la ciencia ciudadana en los centros educativos. Por ejemplo, en Cataluña se ha puesto en marcha durante tres meses un estudio de movilidad humana en la ciudad usando para ello una aplicación para dispositivos móviles. En ella, han participado 12 centros educativos de todo Catalunya, con un total de 576 alumnos y 16 profesores de entre primero y cuarto de la ESO, así como 21 investigadores. El proyecto se llama Bee-Path, impulsado por el Grupo de Investigación OpenSystems, de la Universitat de Barcelona, sobre movilidad humana.
Se dice que Charles Darwin (el primo de Francis Galton) fue el primero, sin saberlo, en ponerlo en práctica. Hace ya un siglo creó su teoría de la evolución por selección natural en base a la evidencia suministrada por cientos de científicos ciudadanos de todo el mundo. Recibió unas 15.000 cartas de gente de toda clase de ocupación, desde criadores de plantas y animales, jardineros y naturalistas hasta diplomáticos y exploradores. No podría haber logrado lo que consiguió sin su respaldo.
Han cambiado muchos las cosas en la ciencia desde que se hacían grandes proyectos científicos de carreras espaciales y proyectos de investigación nuclear –la denominada BIG SCIENCE- y desde esa visión lineal que creía que los investigadores no debían de considerar a la sociedad en su trabajo. Eran llamados a ser independientes. Hoy, no es posible hacer ciencia sin tener en cuenta a la sociedad. Su empoderamiento es inevitable, reemplazando la estructura piramidal por una más horizontal en la que participen todos los individuos. Dice Jorge Wagensberg, profesor, investigador, escritor y uno de los divulgadores más importantes del país, que hay varios niveles de interactividad del público con la ciencia: el primero sería la interactividad manual –hands on-; el segundo, una mental –minds on-; en un mayor nivel se pasaría a implicación a nivel cultural y emocional –hearts on- y, por último, inmersión a nivel de riesgo y contexto –risk on y contexto n-. La ciencia ciudadana está aquí, ha escalado estos niveles, está en la cima y ha llegado para quedarse. La política científica camina en esa dirección: una nueva gobernanza de la ciencia que tiene al ciudadano como protagonista.
James Surowiecki, el conocido columnista de la revista New Yorker, exploró hace años una idea aparentemente sencilla pero que tiene profundas implicaciones: dadas las circunstancias adecuadas, los grandes grupos son más inteligentes que las minorías selectas, por brillantes que estas sean, cuando se trata de resolver problemas, promover la innovación, alcanzar decisiones prudentes e incluso prever el futuro.
La sabiduría de los grupos: por qué los muchos son más inteligentes que los pocos y cómo la sabiduría colectiva da forma a los negocios, economía, sociedades y naciones, publicado por primera vez en 2004 por Surowiecki, presenta numerosos casos estudiados y anécdotas para ilustrar su argumento, y recorre varios campos del saber, principalmente economía y psicología. La anécdota inicial cuenta la sorpresa del antropólogo inglés Francis Galton (a todo esto, primo de Charles Darwin) cuando en una feria del condado en 1906 una muchedumbre dedujo con precisión el peso de un buey cuando sus estimaciones individuales eran aproximadas (y el promedio estuvo más cerca del verdadero peso del buey que las estimaciones por separado de la mayoría de los miembros de la muchedumbre, y también más cercana que cualquiera de las estimaciones de los expertos en ganado). Un total de 787 personas estimaron un promedio de 542,5 kilos del animal. El peso real era de 543 kilos.