El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
El delirio como motor de la globalidad
Quizá convenga en primer lugar aclarar el título –provocativo– de esta entrada y su vínculo con la ciencia. Se trata de un fenómeno reciente (el primer trabajo que habla de ello es de 2013), bautizado con el nombre de teleacoplamiento. Es una versión esquizofrénica y acelerada de las interacciones medioambientales a distancia, que han existido desde la formación del planeta Tierra, y de las interacciones socioeconómicas, que se han producido desde el principio de la historia de la humanidad. Ejemplos de ellos son el comercio, los acuerdos transnacionales, la propagación de especies invasoras o la transferencia de tecnología. El matiz del teleacoplamiento es que, dadas las infraestructuras que hemos creado, los medios de desplazamiento de mercancías y personas, y el flujo de información instantáneo, estos intercambios y dispersiones ocurren a una escala y velocidad que no tienen precedentes. Hay una canción de Jorge Drexler, Disneylandia, que refleja bien el fenómeno:
Cebras africanas y canguros australianos en el zoológico de Londres
Momias egipcias y artefactos incas en el Museo de Nueva York
Linternas japonesas y chicles americanos en los bazares coreanos de San Pablo
Imágenes de un volcán en Filipinas
Salen en la red de televisión de Mozambique
En relación a la agricultura y la alimentación, que atañe a múltiples temas ambientales, como el consumo de agua, la deforestación, o las emisiones de carbono, podríamos añadir otra estrofa a Disneylandia, del tipo:
Peste porcina africana acaba con los chanchos en China
que se los compra a España donde comen piensos a base de soja
tolerante a glifosato diseñada en laboratorios de Estados Unidos
y arrasa los bosques de buena parte del Chaco paraguayo
y las selvas del Brasiiiiiil
En el mundo globalizado que habitamos los ejemplos de teleacoplamiento abundan. Podemos ofrecer algunos para ayudar a entender las fisuras de la concepción más tradicional del cambio en el uso del suelo, que es lo que finalmente busca explicar el teleacoplamiento. Elaborar mapas de desertificación es un reto mayúsculo debido a, entre otras cosas, las discontinuidades espaciales que supone el desacoplamiento entre causas y efectos. Antes se concebía esta cartografía como el resultado de una serie de condiciones locales, como el clima, la erosión, o la presión demográfica.
Hoy pueden darse procesos de desertificación en un paisaje despoblado, pero altamente mecanizado; los factores que explican esa intensificación del uso del suelo y sus efectos ambientales y sociales, están a miles de kilómetros, son inaprensibles, no se puede reflejar en un mapa local o regional (al menos sin tener en cuenta esta perspectiva). Ocurre con el mencionado caso de la soja, donde su demanda se forma en lugares muy lejanos. O con las políticas de biocarburantes en Estados Unidos y Europa, que catalizan cambios en el uso de la tierra que tienen repercusiones socioeconómicas y medioambientales en zonas distantes de todo el mundo.
Con la creciente demanda de quinoa debido a sus alabadas propiedades nutritivas, se ha transformado por completo el altiplano andino. El cultivo se ha intensificado, agotando los nutrientes de un suelo no muy agraciado
Con la creciente demanda de quinoa debido a sus alabadas propiedades nutritivas, se ha transformado por completo el altiplano andino. El cultivo se ha intensificado, agotando los nutrientes de un suelo no muy agraciado. Se ha desplazado a la ganadería de llamas y alpacas, y la gente local tiene poco acceso a un alimento que ha sido tradicionalmente la base de su dieta, puesto que se exporta en su mayor parte. Todo ello en un corto espacio de tiempo. A una velocidad que impide evaluar si el cambio fue o no conveniente. O que, para cuando se quiere reaccionar, la vuelta atrás es complicada. Así que normalmente se convierte en una huida hacia adelante.
Estos cambios en el uso del suelo ofrecen, inicialmente, oportunidades a la población local de países en vías de desarrollo. En Sudán se ha incrementado la superficie de cultivo en los últimos años. Desde el punto de vista agrícola es mucho más productivo. Sin embargo, la ayuda internacional que recibe el país no para de crecer. La población pasa hambre. La explicación radica en una sutil actualización de la época del colonialismo, conocida como «acaparamiento de tierras» (y agua). Consiste en vender tierras gubernamentales, o expropiadas de forma sospechosa, a corporaciones u otros países. Los nuevos dueños se encargan de modernizar esas tierras y ponerlas en producción. Toda esa producción, que consta en las estadísticas como propia del país, desaparece en lejanos mercados. Los agricultores, sin papeles, sin tierra y con un enorme agujero en el estómago tienen tres opciones: arrastrase tras las migajas de la ayuda internacional, emigrar como lo hace la producción agrícola, o morir.
Para hacer frente a los retos que plantean estas desconexiones espaciales, se ha propuesto el concepto y el marco de la teleconexión en la literatura sobre sistemas humano-medioambientales. En efecto, el teleacoplamiento ofrece el marco para entender estos cambios tan acelerados, y reflexionar sobre sus contradicciones y ventajas (que también las hay), o desventajas (como el acaparamiento de tierras). Se basa en el pensamiento sistémico a la hora de abordar las interacciones entre el ser humano y el medio ambiente, al tiempo que hace hincapié en la necesidad de comprender las relaciones de los agentes que median en los flujos y retroalimentaciones entre sistemas a distintas escalas. Entender el problema es clave para buscar soluciones. Un reciente titular en la prensa exponía el siguiente problema: “La falta de fertilizantes rusos asfixia las cosechas africanas», dando en la entradilla pistas para su resolución: «Una de las claves para evitarlo, según los expertos, es reducir la dependencia exterior y aumentar la producción y el comercio internos de abono”.
Los agricultores, sin papeles, sin tierra y con un enorme agujero en el estómago tienen tres opciones: arrastrase tras las migajas de la ayuda internacional, emigrar como lo hace la producción agrícola, o morir
En efecto, en la medida en la que se reducen estos teleacoplamientos, podemos llegar a situaciones más sostenibles. Sin embargo, tampoco parece, en el extremo, que esta sea una forma de actuar muy acertada. Las autarquías, propia de regímenes dictatoriales, han dejado un rastro en la historia de desastres medioambientales nada desdeñable. Desde la desaparición del mar de Aral (consecuencia de las políticas soviéticas que buscaban el autoabastecimiento de algodón), hasta el agotamiento de enormes acuíferos en la península arábiga. Las enormes extracciones de agua para cultivar alfalfa y cubrir las necesidades de vacas lecheras frisonas, propias de los Alpes, en medio de un desierto, con el fin de cubrir la demanda de productos lácteos de Arabia Saudí acabó en un fiasco. Ahora la alfalfa la traen en barco desde Arizona, lugar que tampoco se parece mucho a los Alpes (estoy seguro que, de todo esto, Drexler se saca otra estrofa).
La globalización tiene cosas buenas. Nos permite interaccionar mucho más, equilibrar desastres medioambientales que ocurren en un lado del planeta con las mercancías que llegan de otro, tener una dieta mucho más diversa, etc. El teleacoplamiento nos puede ayudar a ir puliendo estas interacciones, de modo que utilicemos los recursos globales de forma racional, cubriendo carencias, generando oportunidades de empleo y negocio y dándonos cuenta de que hemos de ser cuidadosos con nuestra enorme capacidad de influencia sobre el medio. Tus hábitos de consumo se dejan sentir en algún lugar a miles de kilómetros.
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El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
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