El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
Yo soy donante de médula ósea
El día 5 de agosto de 2021 recibí una llamada telefónica. “Número oculto” mostraba la pantalla… A punto estuve de no cogerlo, pensando que ni en vacaciones me iba a poder librar de las ofertas de turno: de luz, de gas, de gigas ilimitados… Pero algo me hizo pensar que aquella llamada iba a ser diferente…
-Buenos días, le llamo del HUVR, del servicio de hematología; soy la doctora Virginia Escamilla; es usted 100% compatible con un paciente con leucemia aguda, y queríamos ver si podría donar médula ósea.
-¿Cómo dice? ¿Médula ósea? … Bueno, vale. ¿Y qué tendría que hacer?
-Pues si le parece, se viene por el hospital y hablamos.
Lo de donar me sonaba bien. Hace muchos años que tengo el carnet de donante de órganos, pero eso es algo de lo que normalmente no se pueden ver los frutos, ni participar activamente en ello, pero lo de donar médula ósea, en vida… sonaba interesante.
Al día siguiente me presenté en el hospital con un montón de preguntas, y me recibió la doctora Escamilla, pacientemente dispuesta a resolverme todas mis dudas, y a ilustrarme en toda la teoría de la donación de médula ósea.
-¿Qué tengo yo que le pueda servir a un paciente con leucemia? -Fue mi primera pregunta…
-¡Hola querida donante! Si has llegado hasta aquí, es porque estás interesada en informarte sobre la donación de médula ósea, por lo que en primer lugar GRACIAS POR TU SOLIDARIDAD. Hoy voy a resolver todas tus dudas y acompañarte en todo el proceso. Hoy te voy a explicar cómo puedes regalar una nueva vida. ¡Así que vamos allá!
Lo que necesita un paciente con leucemia son las células progenitoras hematopoyéticas o células madre. Las células madre habitualmente se encuentran en la médula ósea, la cual se ubica en el interior de los huesos. Su forma física es líquida y no está relacionada con la médula espinal.
Los pacientes afectos de leucemia aguda tienen defectos genéticos en las líneas precursoras de células madre, lo que hace que, a pesar de recibir tratamientos de quimioterapia muy agresivos, puedan recaer de nuevo al estar afectadas dichas líneas. Es por ello que el trasplante alogénico (desde otra persona) juega un papel fundamental, pues al infundir células madre del donante conseguimos dos efectos: uno, que se restablezca una línea precursora sana, y otro, que las nuevas células generadas a partir de las células madre, los linfocitos principalmente, puedan actuar contra las células malignas que puedan quedar en el receptor.
Para la donación se necesita determinar la compatibilidad HLA entre donante y receptor, esto es, moléculas que se encuentran en la superficie de la mayoría de las células del organismo y que colaboran en el reconocimiento entre lo propio y lo extraño. La mejor compatibilidad ocurre cuando todos los seis antígenos HLA principales son iguales.
¿Cómo es la donación?
Una vez que había ya entendido que eran mis células madre de médula ósea las que debería donar, mi siguiente pregunta se centraba en el hecho de cómo se debería producir esa donación… ¿me las tendrían que extraer directamente del hueso?
-El modo de extracción depende de algunos factores como la enfermedad o edad del receptor, y las preferencias del donante - me explicó la doctora.
Puede realizarse directamente de médula ósea, lo cual se lleva a cabo en quirófano bajo anestesia general, y consiste en la punción de ambas crestas ilíacas por personal experimentado hasta conseguir la cantidad necesaria. Esta vía en general es la menos utilizada, y se reserva para el caso de algunas enfermedades hematológicas concretas o para pacientes pediátricos.
En realidad, la forma de extracción más frecuente (en más del 95% de los casos) es la donación por sangre periférica, que consiste en la administración de factores estimulantes que van a dar lugar a una sobreproducción de células madre dentro de los huesos y a su circulación en sangre periférica. Estos factores se los administra cada uno en su domicilio de forma subcutánea dos veces al día durante 4 días. A veces hace falta una inyección adicional con un anticoagulante. El quinto día, es el día de la donación, y es el día que hay que acudir al hospital para recoger las células madre a través de un dispositivo que extrae la sangre, la centrifuga, y selecciona la capa de células en cuestión. Dichas células se recolectan en una bolsa pequeña, mientras que el resto de la sangre vuelve a su donante. Por lo que ¡tranquila!, no se pierde apenas sangre ni se crea carencia de médula propi“.
¡Mis huesos convertidos en un reactor! Me pareció una muestra más de la enorme sabiduría que encierra la naturaleza. Y a mí, como química que soy, dedicada casi toda mi vida profesional a estudiar reacciones en el laboratorio, buscando preparar uno u otro compuesto, seleccionando condiciones, tiempos de reacción, reactivos más adecuados, etc., me entusiasmó la idea experimentar en mi propio organismo lo que podríamos llamar una reacción catalítica: esos fármacos que me debía inyectar iban a provocar la síntesis acelerada, dentro de mi médula ósea, de los progenitores hematopoyéticos, que luego saldrían a las venas periféricas, y posteriormente, dentro del cuerpo del paciente, se iban a convertir en las plaquetas que estaba necesitando…
Pues nos pusimos manos a la obra… Análisis de sangre para conocer mi estado general de salud, electrocardiograma, radiografía de tórax…
-Doctora, ¿por qué es necesario conocer todos estos datos?
-Todas las donaciones son seguras siempre que no se padezca ninguna enfermedad susceptible de ser transmitida al receptor, ni enfermedades que puedan poner en peligro la vida del donante por el hecho de la donación. Por ello es necesario realizar un estudio completo, y mantener un adecuado estado de salud de cara al procedimiento. En general, antes del proceso se recomienda no tomar bebidas alcohólicas, comer de forma variada y evitar exposiciones a enfermedades o infecciones transmisibles.
Desde ese día, me miraba a mí misma de una forma especialmente crítica, para asegurarme de no hacer algo que pudiese comprometer la donación: comer sano, hacer un poco de ejercicio, estar descansada (¡lo que no fue difícil al estar de vacaciones!), y mantener una cierta distancia social, no fuese a ocurrir que la COVID, que hasta entonces me había respetado, fuese a hacer de las suyas justo en ese momento… Tengo que reconocer que fueron unos días de impaciencia, emoción, intriga… no podía esperar más para saber si de verdad mi organismo iba a responder en la medida en la que se precisaba, cuando me encontraba ya más cerca de la jubilación que de otra cosa. Y así se lo había preguntado a la doctora en una de las visitas a su consulta.
-En términos generales puede ser donante de médula ósea toda persona sana entre los 18 y 60 años, si bien desde 2018 sólo se están incluyendo en el registro nacional a donantes de hasta 40 años. Esto no significa que los que tengan más de 40 años no puedan donar, pero se hace así para mejorar los resultados clínicos en el receptor. Por supuesto, lo que siempre va a ser primordial es la compatibilidad HLA y a menudo los donantes más compatibles son los propios familiares o hermanos del receptor, tengan menos de 40 años o no.
Vena de científica
Y se acercó el día de empezar con el tratamiento. Los fármacos necesarios los tenía que recoger en la farmacia del hospital, donde confiaba en que me explicasen también cómo tendría que administrármelos… “inyección subcutánea la barriga”, me había dicho la doctora Escamilla, ¡como si eso fuese tan trivial a priori! De nuevo me salió la vena de científica, por la que necesitaba conocer todos los detalles: si influiría el ángulo de inyección, la velocidad, el lugar exacto de inyección, cómo me podría asegurar de que me lo había inyectado correctamente, y todas las demás preguntas que se nos ocurren sobre la marcha ante lo desconocido.
Mes de agosto en Sevilla, 40 grados a la sombra, tres de la tarde… y ve a recoger unas jeringuillas precargadas con el pasaporte a la vida de otra persona, ¡que se deben mantener a baja temperatura! “No importa si están un rato sin refrigerar”, me dijo la enfermera de la farmacia. Pero, ¿un par de horas antes de llegar a casa, en esas condiciones climáticas, sería considerado un rato admisible sin refrigerar? No me quería arriesgar, así que me fui pertrechada con mi neverita de picnic, y tres o cuatro bloques de refrigerante congelado dentro. ¡Esas inyecciones tendrían que llegar a mi nevera en perfectas condiciones!
Y un par de días después empecé el tratamiento. Una inyección a las nueve de la mañana, otra a las nueve de la noche, y una más de regalo a las ocho de la tarde, con un anticoagulante que debía impedir que la gran cantidad de células que se iban a producir en mi cuerpo y a circular por mis venas, formasen coágulos debido a su alta concentración. Y debía tomar un paracetamol antes de cada inyección, para prevenir el malestar y dolor de huesos que se anticipaba podría tener, debido a la gran actividad a la que iban a estar sometidos.
Mi esposo se empeñó en ponerme él las inyecciones. Fue un alivio, porque no sabía si yo me iba a atrever, a pesar de que no me asustan las inyecciones, pero eso de pincharme a mí misma, me imponía un poco. Sin embargo, todo fue muy sencillo, las explicaciones eran claras, la jeringuilla era muy manejable, la aguja era muy finita, tanto que no dolía nada al pinchar, de tal manera que, inyección a inyección, nos convertimos en unos especialistas en los pinchazos subcutáneos. Siempre me había llamado la atención esta forma de administrar un tratamiento médico, y muchas veces me he preguntado cómo se las apaña el fármaco para llegar desde la zona subcutánea de la piel del abdomen, hasta el sitio donde tenga que actuar, así que, en una de las visitas al hospital, se lo pregunté a la doctora.
-Los fármacos subcutáneos se utilizan principalmente cuando se desea que la medicación se absorba lentamente inyectados desde la piel. De esta manera estaríamos dando un estímulo constante a la médula ósea para que produzca las células madre. Además, esta vía es más sencilla de emplear dado que así el donante se los puede administrar a sí mismo en su domicilio. El filgrastim es el principal factor de crecimiento empleado. Se cree que la movilización de células madre se debe a la capacidad de este fármaco para regular las moléculas de adhesión intercelulares endoteliales y vasculares.
Opcionalmente se puede administrar por vía intravenosa, pero tiene el inconveniente de que requeriría acudir cada 12 horas a un centro de salud u hospital para administrarlo.
Primeras horas
A pesar de que la doctora me había advertido de que podría sentir malestar general (como cuando estamos incubando una gripe o un resfriado fuerte), que se podría prevenir tomando un paracetamol antes de cada inyección, no me lo quise tomar desde el principio, porque quería percibir si mis huesos se habían puesto a trabajar. Cuando sigo una reacción química en el laboratorio, debo siempre llevar el control de las condiciones del reactor correspondiente, supervisando velocidad de agitación, temperatura, presión, etc., para asegurar que la reacción va a transcurrir adecuadamente.
No siempre se puede percibir visualmente el progreso de una reacción, que a veces transcurre con cambio de color, formación de precipitado, o disolución de reactivos, etc., pero en muchas otras ocasiones es necesario medir otros parámetros, tomar muestras para su análisis, etc. En este caso, no disponía de otro indicio del progreso de la reacción más que mis propias sensaciones, así que decidí no enmascararlas con un analgésico, y observar la evolución de mi estado físico, para intentar deducir si el tratamiento estaba funcionando.
Las primeras horas transcurrieron con mucha calma, con demasiada calma, porque no sentía ningún malestar, y me asaltaron todas las dudas posibles: ¿habríamos puesto bien la inyección, se habría estropeado el fármaco durante la calurosa jornada en la que lo recogí del hospital y lo acabé de trasladar al lugar donde estaba de vacaciones, a pesar de mi neverita de picnic y los bloques de refrigerante, o bien lo había enfriado demasiado y se había acabado descomponiendo…? La respuesta final fue que todo proceso lleva su tiempo, e igualmente las síntesis químicas, incluso las que tienen lugar dentro de nuestro organismo, requieren un tiempo para completarse, porque al cabo de algunas horas comencé a sentir un cierto malestar, lo que me puso muy contenta, porque sería una clara indicación de que el tratamiento estaba funcionando.
Y mi confianza siguió aumentando cuando iba percibiendo otros signos de la actividad acelerada dentro de mi organismo: mucho sueño a deshoras, cierta destemplanza, calor o frío por ratos… nunca he valorado tanto las señales que nos manda el organismo cuando hay algo que está funcionando dentro de él de manera inusual. Puedo decir que disfruté del malestar esos días, como signo de que mis huesos estaban dando la talla, y respondiendo a las expectativas que sobre ellos habíamos depositado.
Y así transcurrieron los cuatro días de preparación en los que mi médula ósea, en el interior de cada uno de mis huesos, se había convertido en un eficiente reactor químico. El objetivo era que se produjesen tantas células madre en el interior de los huesos que, por un mero equilibrio químico, éstas fuesen retiradas del medio de reacción, y dicho proceso iba a tener lugar mediante su expulsión al torrente sanguíneo, donde estarían circulando hasta llegar a la fase final de mi intervención en el proceso, cuando me las extraerían para prepararlas para su infusión al paciente.
Durante esos días, no dejaba de maravillarme de los avances de la biomedicina. En particular, de la hematología, que había conseguido profundizar en el conocimiento de los componentes de la sangre, hasta el punto de poder diseñar un procedimiento tan sencillo de generación de células madre, que podrían servir para salvar la vida de un paciente, sin prácticamente molestia alguna para el donante. Porque ciertamente, en todo el proceso de la donación, mi papel como donante iba a ser lo más sencillo, a pesar de la gran trascendencia que podía tener para la vida de otra persona eso que a mí no me estaba costando prácticamente ningún esfuerzo.
Llegó el día
Y por fin llegó el día de la donación en sí. Antes de conectarme a la máquina que iba a realizar la aféresis, la separación de las células que debían luego incorporarse al paciente, debían comprobar mediante un análisis de sangre si se habían generado las suficientes células como para poder realizar la extracción. Fue una media hora de nervios, hasta que llegaron los resultados del laboratorio, y la doctora Escamilla exclamó “¡qué bien, hay muchas células!”.
A partir de ahí, parece que se había desatado un terremoto, porque los dos enfermeros de la sala de aféresis, Antonio y Concha, perfectamente sincronizados, empezaron a conectar tubos de mis brazos a la máquina, a medir contantes, a fijar parámetros… y antes de darme cuenta estaba circulando la sangre por todo el sistema, sin que yo apenas me hubiese enterado. Tendría que estar allí algunas horas, que pensé que se me harían interminables, sin poder moverme apenas, especialmente los brazos, para no interrumpir el flujo de sangre. Sin embargo, quien haya estado alguna vez en un hospital sabe ya de sobra que siempre hay una actividad de fondo que hace que las horas pasen muy deprisa.
El pitido de las máquinas, que indicaba cuándo había que revisar alguna conexión, la gente que llegaba a la sala, para algún tratamiento, para traer resultados, para buscar muestras, la charla ocasional con mi vecina de camilla, girando la cabeza para vernos y reconocernos, y darnos ánimos una a la otra; las constantes revisiones de Charo, que se acercaba para ver que todo iba bien, si necesitabas algo, si tenías frío o calor, “si sientes temblores me avisas, que revisamos el calcio”. ¿Por qué se puede alterar el calcio, Charo, en este poco tiempo? Y ella me explicaba que durante el proceso se añadían algunas soluciones a la sangre que pasaba por la máquina, como por ejemplo el reactivo ACD-A Grifols 500 ml, un citrato, para evitar que se bloquease algún conducto, y este reactivo podía capturar parte del calcio de la sangre, que podía provocar un poco de temblor de los labios, y ese efecto se podía compensar añadiendo a su vez un poco de suero con calcio. ¡Qué bien estudiado estaba todo el proceso!
Cuando habían circulado por la máquina unos tres litros de mi sangre, tomaron una muestra para analizarla y determinar el número de células que ya se habían recogido. Las células que la máquina iba separando se iban recogiendo en una bolsa, que poco a poco se llenaba de un líquido denso de tono anaranjado, que, si todo iba bien, sería el pasaporte a la vida del paciente. Me emocionaba observar cómo aumentaba el contenido de la bolsa, sin que yo apenas lo notase.
En un momento que se acercó la doctora, aproveché para preguntarle qué harían con las células recolectadas una vez terminase la extracción.
-Una vez recolectadas las células se llevan al laboratorio, donde se someten a rigurosos controles de calidad, como, por ejemplo, ver la calidad de las células, hacer recuento de la cantidad celular conseguida, y descartar contaminaciones bacterianas. Todo ello ocurre en las horas siguientes a la extracción, de forma que antes del fin de esa misma mañana las células están preparadas para marcharse al centro donde se encuentra el receptor. Porque puede que el receptor se encuentre en el mismo hospital donde se dona o que se encuentre en otro hospital de cualquier otra parte del mundo, esperando las células madre que le salvarán la vida.
Y todo ello ocurre en una perfecta armonía, de tal manera que previamente ya se ha pactado, por un lado, la fecha y hora en la que llegará el mensajero cuya única misión es transportar estas células hasta su centro de destino, y, por otro lado, la recepción en el centro de destino donde está ingresado el receptor que está recibiendo desde la semana previa un tratamiento para dejar su médula vacía y recibir la nueva. Este mensajero lo transporta en una nevera que mantiene las células en perfectas condiciones, revisando la temperatura de la nevera varias veces durante todo el viaje y evitando su exposición a los rayos X del aeropuerto con una documentación especial que se le facilita. Una vez que llega al centro de destino, bien se administra directamente al receptor o bien se congela a la espera de que esté preparado para recibirlas.
Una vez analizada la proporción de células ya extraídas en ese momento, y conocido el peso del paciente que esperaba la infusión, pudieron calcular los litros de sangre que faltaban por circular por la máquina, y, por tanto, el tiempo que aún debía permanecer allí conectada. Como “había muchas células”, tuve suerte, y en algo menos de tres horas se completó la extracción.
Ya finalizada la operación, y mientras se llevaban la bolsa con las células en una neverita refrigerada (lo que me recordó el día en el que yo misma fui a recoger las inyecciones con mi neverita) y me quedaba un rato allí sentada para observar que no tenía ningún mareo ni indisposición (¡la verdad es que estaba estupendamente!, no sentía ningún malestar), pude charlar un rato con la doctora Escamilla, para preguntarle mis dos mayores dudas en ese momento: si yo podía hacer ya vida normal, y cuál era la evolución previsible del paciente.
El camino del receptor
-Tras la donación, esa misma tarde hay que guardar un poco de reposo, y al día siguiente ya se puede hacer vida normal e incluso trabajar. Posteriormente, se realiza una analítica al mes de la donación y se acude a consulta. Y finalmente, se hace un control con una analítica anual hasta cumplir los 5 años de la donación, que puede ser revisada por el Médico de Familia. Es muy improbable que se produzca algún perjuicio por la donación, pero con estos controles mantenemos en todo momento la seguridad del donante y evaluamos si a posteriori surgieran otras patologías no relacionadas con el proceso de donación que sí pudieran tener algo que ver con el receptor. En cualquier caso, siempre primará la seguridad de ambos, donante y receptor.
El receptor llevará otro camino diferente. El donante finaliza su camino con la donación, justo donde el receptor toma el relevo y la comienza. La médula donada se administra como si fuera una transfusión de sangre, a través del brazo, sin tener que salir de la habitación, sin tener siquiera que levantarse de la cama. Y es a partir de aquí cuando comienza el cambio, con este pequeño gesto tan generoso y solidario, acto tan pequeño para el donante y tan grande para el paciente, plenamente consciente de que puede ser su única esperanza de curación.
Otra pregunta me asaltó enseguida, ¿cómo iban a saber mis células en qué tendrían que convertirse más tarde?
-Las células de la médula infundida viajarán hasta el interior de los huesos donde asentarán y se reproducirán hasta constituir su nueva médula. Esta médula producirá sangre y linfocitos del donante, incluso le cambiará el grupo sanguíneo al receptor. Y los linfocitos, que son las defensas del organismo, actuarán acomodándose al nuevo receptor y combatiendo las células malignas que hubieran podido quedar. Este proceso de asentamiento dura aproximadamente un mes, de manera que al mes de la donación podemos saber si la donación ha sido efectiva.
Todo esto ocurría en agosto de 2021, y, en efecto, con el transcurso de los meses, pudimos ir conociendo la evolución del paciente. Cuando la donación es anónima, como ocurre en un número muy importante de los casos, el donante no tiene ningún contacto con el paciente, y sólo puede tener, si acaso, una breve referencia a través del equipo médico, en el sentido de si la persona para la que donaron va evolucionando bien, y poco más. En mi caso, sin embargo, el paciente era mi propio hermano Paco, y he podido tener información directa del progreso de la curación.
Hoy, un año después, se encuentra ya haciendo vida normal y se ha podido reincorporar a su trabajo. Y él mismo ha querido relatar su vivencia en este proceso, para que sirva de información y de agradecimiento a todos esos donantes anónimos que nunca llegan a conocer el fruto de su gesto. ¡Ahí va su testimonio!
Cuando se confirmó la fecha de ingreso… sentí a la vez alivio y esperanza. Pero también sentí mucha responsabilidad, esto tiene que salir bien, por mi parte voy a poner todo el empeño posible para que el gesto tan generoso de mi donante, mi hermana, no caiga en vano.
Pero, ¿qué puede hacer un paciente para que, al recibir un transplante, todo salga bien? Aparte de seguir todas las pautas médicas de aseo, alimentación, medicación, … ¿que ha de hacer uno en especial? ¿Cuál es la actitud correcta?, me preguntaba.
La verdad es que llegué al ingreso muy fuerte. Habían pasado ya casi dos meses desde la última quimio, pude descansar y comer bien en casa durante ese tiempo, incluso pasar unos días de agosto en la playa antes de regresar a casa a prepararlo todo. El portátil para distraerme, mi cojín para la espalda, un gran bote de crema hidratante…
Pero, con todos los preparativos listos, ¿estaba yo mismo listo para esa travesía en el desierto que significa un transplante de médula? Pues, con el transplante, comienza otra etapa que significa meses de recuperación y pastillas, ¡muchas pastillas! Riesgo de rechazo y posibles complicaciones. Cansancio, dolores de todo tipo, comer y dormir, comer y dormir…
“El cuerpo humano es increíble”
En el hospital salió todo bien, tan bien que me mandaron a casa enseguida, apenas dos semanas después de la infusión. No hubo fiebre, ni malestares dignos de mención. Salí por mi propio pie, del brazo de mi pareja. Feliz, radiante, caminando despacio pero seguro de mi mismo. Vamos al taxi, después la lista de la compra, avisos en redes sociales, que todo va bien. Nico hazme un guiso de ternera, ¡qué rico! ¿Qué pastilla me toca ahora? ¿Qué película vemos, donde me tumbo?
De dónde saca uno tanta fuerza, con diez kilos menos de lo habitual, lleno de medicinas, tan cansado … y sin embargo, lleno de ilusión y con muchas ganas de vivir, muchas.
El cuerpo humano es increíble, es una máquina de vivir. Aunque tú no quieras, así es su naturaleza, puede con todo. Tu solo tienes que respirar, pararte un momento y sentir que el siguiente paso que vas a dar está escrito con letras de oro: ¡es la Vida!
Del hospital me traigo la mejor medicina del mundo. El cariño que te da todo el mundo te rebosa. Con él aprendes a distanciarte de tus dolores y eso te llena de dignidad y te permite tratar a las personas que te cuidan de la misma forma que ellos te tratan a ti. Pero a ti te basta un gesto, una sonrisa, un “gracias” bien dicho para volver a conectar contigo mismo, con tu ser interior más profundo y sabio.
Este es mi consejo, mi experiencia.
Deja que tu cuerpo actúe, tu descansa y preocúpate de lo más importante. Quizás sea oír a los pajarillos cantar mientras percibes, desde tu reposo, cómo la luz del otoño adquiere ese tono claro y sutil tan bello y sugerente. Como siempre ha sido y seguirá siendo.
Gracias a todos, de corazón.
Esta historia no es una novela, es el relato fidedigno de una experiencia, con varios actores necesarios, que podría haber tenido diferentes finales. Pero ha tenido un final feliz porque ha sido posible encontrar un donante compatible con el paciente. Algo que no siempre sucede.
El objetivo final de este artículo no es contar nuestra experiencia, sino animar, con nuestro testimonio, a que muchas personas se registren como donantes de médula ósea. Registrarse no implica que se vaya a donar, quizás nunca te llamen, porque nunca aparezca un paciente que sea compatible contigo, pero si en algún lugar del mundo alguien padece leucemia y su tipo de sangre coincide con el tuyo, le puedes regalar la oportunidad de volver a disfrutar de la Vida, casi sin esfuerzo por tu parte. ¡Os animamos a ello!
Como nos cuentan en este vídeo de la Fundación Josep Carreras, que describe todo el proceso de manera muy amena, después de donar médula ósea te recuperarás enseguida, pero “quizás también es probable que notes algo diferente en ti, eso también es algo normal, es la sensación de saber que, probablemente, hayas ayudado a salvar la vida de una persona, y eso es algo que durará toda la vida”.
Sobre este blog
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.
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