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Tencas, espinacas y el mal citar

Miguel Clavero

Estación Biológica de Doñana (EBD/CSIC) —

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Todo el mundo sabe, con la certeza con la que se saben las cosas de toda la vida, que las espinacas tienen mucho hierro. El caso es que no lo tienen, al menos no más que otras verduras de hoja, como las lechugas. Pero es que, además, si se quiere asimilar ese hierro, mejor comer lechugas que espinacas, porque éstas contienen también compuestos que inhiben la absorción del hierro.

El origen de las creencias sobre la bondad de las espinacas como fuente de hierro es confuso, habiéndose hablado de trabajos que confundieron una posición decimal (multiplicando el contenido por diez) y de posibles errores de medida asociados a la contaminación por los materiales metálicos usados en el laboratorio. A pesar de que el verdadero contenido en hierro de las espinacas se conoce desde al menos finales del siglo XIX, la idea de que comer espinacas nos mantendrá fuertes y lejos de anemias sobrevivió durante mucho tiempo en la literatura técnica y se asentó en la cultura popular. Hay quien le echa la culpa a Popeye, pero se ve que Popeye nunca dijo que hubiese que comer espinacas aportase hierro… él lo hacía por la vitamina A.

La tenca (Tinca tinca) es un pez de la familia de los ciprínidos (a la que pertenecen carpas y los barbos), muy apreciado como comida en algunas zonas de España. La tenca no es un pez autóctono de la península ibérica, como demuestran diversas evidencias biogeográficas, genéticas e históricas. Por ejemplo, las tencas españolas pertenecen a un grupo genético propio de Europa oriental, por lo que resulta muy poco probable, casi que inaudito, que hubiesen colonizado la península de forma natural. Además, existen relatos históricos que describen la importación de tencas centroeuropeas por orden de Felipe II, quien las mantenía en los jardines de los distintos Sitios Reales al menos desde la década de 1560, aunque es posible que estos peces hubiesen sido introducidos antes de esa fecha.

Para mucha gente, sin embargo, la tenca es sin duda un pez nativo, de los de toda la vida, como el hierro de las espinacas. Pero más sorprendente es que en España la tenca es oficialmente una especie nativa, una catalogación que se basa en un único hueso antiguo de una supuesta tenca. ¿Tan fiable ese hueso como para desmontar toda la evidencia que señala a la tenca como un pez introducido?

La referencia a ese hueso de tenca está incluida en la tesis de medicina veterinaria (DVM, un equivalente a una tesis doctoral) que en 1986 culminó Helmutz Milz, estudiante del grupo de zooarqueología ibérica de la Universidad de Munich, muy activo en España desde los años 60 hasta finales de los 80. Milz recibió en su universidad un envío con todos los restos animales encontrados en tres asentamientos de la edad del bronce de la provincia de Granada. Entre cientos de restos solo había cinco huesos de peces, y Milz, que no era un especialista en este grupo, solo pudo identificar tres de ellos. Uno era el de tenca. En los otros dos la identificación de las especies era incorrecta.

En defensa del estudiante hay que decir que en aquella época se sabía poco sobre lo diferente que es la fauna ibérica de peces de la que puebla el resto de Europa. Milz pensaba que podía encontrar en el pasado de Granada restos de peces europeos que nunca han (o habían) poblado la península ibérica, como la tenca. Nadie ha vuelto a encontrar un hueso antiguo de tenca en España, a pesar de que múltiples especialistas han analizado miles de restos de peces encontrados en yacimientos arqueológicos ibéricos. Aquel hueso de Milz no es, por tanto, una prueba sólida para refutar la evidencia de que la tenca es un pez introducido.

¿Qué tienen en común tencas y espinacas?

Y entonces, ¿qué tienen en común tencas y espinacas? Pues que en los dos casos una información original confusa o errónea se transmitió en la literatura científica por referencias sucesivas no sometidas a escrutinio crítico, hasta convertirse en verdades asumidas. En monografías de referencia sobre peces ibéricos se escribió que existían datos de la presencia de tenca en yacimientos arqueológicos de la edad del bronce y numerosos autores lo han (hemos) reproducido sin acudir a la fuente original, la tesis de Milz. Si lo hubiésemos hecho, no habríamos repetido de forma tan alegre esa afirmación.

Quienes nos dedicamos a la ciencia construimos conocimiento a partir del que se ha generado antes. En nuestros trabajos diferenciamos la información nueva, la propia, de la que presentaron antes otros autores, haciendo referencia a ésta última mediante citas bibliográficas. Pero esos autores anteriores citan a su vez otros trabajos, que también contienen citas. La pereza, la necesidad de optimizar el tiempo, o las dos cosas, pueden llevarnos a no seguir los hilos de citas hasta comprobar los trabajos originales, asumiendo reproducciones de lo que éstos decían.

Estos atajos suponen entrar en un juego del teléfono que, a través de la repetición, puede fijar como verdades ideas que son erróneas. Como resultado pueden tomarse decisiones desencaminadas sobre composición de nuestra dieta (en el caso de las espinacas) o sobre gestión de la biodiversidad (en el de la tenca). Pero existen casos de consecuencias mucho más dramáticas.

Por ejemplo, la actual epidemia de adicción a los opiáceos en Norteamérica parece tener su origen en la prescripción masiva de opiáceos terapéuticos. Este uso médico se sustentaba en la idea de que los tratamientos no provocaban adicciones cuando se aplicaban al dolor crónico, pero sí lo hacían, y mucho. La idea errónea se fijó por otro caso de múltiples repeticiones de una afirmación inexacta en la literatura científica.

Algunas referencias

Clavero, M. (2019) Beyond one bone: interdisciplinarity to assess nativeness of the tench (Tinca tinca) in Spain. En prensa en Aquatic Conservation: Marine and Freshwater Ecosystems

Leung, P.T. y col (2017) A 1980 letter on the risk of opioid addiction. New England Journal of Medicine 376, 2194-2195.

Sutton, M. (2016) How the spinach, Popeye and iron decimal point error myth was finally bust. HealthWatch Newsletter 101, 7.

Todo el mundo sabe, con la certeza con la que se saben las cosas de toda la vida, que las espinacas tienen mucho hierro. El caso es que no lo tienen, al menos no más que otras verduras de hoja, como las lechugas. Pero es que, además, si se quiere asimilar ese hierro, mejor comer lechugas que espinacas, porque éstas contienen también compuestos que inhiben la absorción del hierro.

El origen de las creencias sobre la bondad de las espinacas como fuente de hierro es confuso, habiéndose hablado de trabajos que confundieron una posición decimal (multiplicando el contenido por diez) y de posibles errores de medida asociados a la contaminación por los materiales metálicos usados en el laboratorio. A pesar de que el verdadero contenido en hierro de las espinacas se conoce desde al menos finales del siglo XIX, la idea de que comer espinacas nos mantendrá fuertes y lejos de anemias sobrevivió durante mucho tiempo en la literatura técnica y se asentó en la cultura popular. Hay quien le echa la culpa a Popeye, pero se ve que Popeye nunca dijo que hubiese que comer espinacas aportase hierro… él lo hacía por la vitamina A.