El álbum de fotos de los años felices de Picasso entre el glamour de la Costa Azul
Del encuentro entre Edward Quinn, un fotógrafo irlandés de celebridades, y Pablo Picasso, el pintor más célebre del siglo XX, quedaron más de 10.000 fotografías para la historia y una amistad íntima que sólo truncó la muerte del malagueño. Una porción de esa relación personal y profesional, probablemente la más fructífera de la historia de la fotografía, se puede ver estos días en Málaga, donde el Centro Cultural La Malagueta (dependiente de la Diputación Provincial) expone 142 de esas instantáneas en el Año Picasso, que conmemora los 50 años de su fallecimiento.
Entre fotos a artistas y celebridades, Quinn encontró tiempo para reflejar la vida de su amigo en la intimidad: bromeando en chiringuitos, dibujando con sus hijas o en su estudio de Vallauris. Picasso y los años dorados de la Costa Azul, que podrá visitarse hasta el 30 de julio, recupera los años más felices de la vida del pintor, los que pasó en el sur de Francia, tan mediterráneo como Málaga.
Picasso y Quinn se conocieron en 1951 durante una exposición de cerámica. De aquel encuentro ya quedó la primera foto, que marcaría el tono íntimo y espontáneo de todas las demás: en ella se ve al artista con sus hijas Claude y Paloma. Sostiene a la pequeña en un brazo, mientras la mayor mira a cámara con disgusto. Picasso exhibe una sonrisa confiada. Tanto le gustó la foto que a partir de entonces dio acceso a Quinn a su casa y a su estudio. Algo extraordinario.
La alegría de vivir en el Mediterráneo
A partir de ese momento, el irlandés accede a la vida íntima de Picasso, como fotoperiodista pero poco a poco también como amigo. Una contradicción aparente. “Él quería ser buen fotógrafo y poner distancia para reflejar las cosas con objetividad, pero no quería comprometerlos”, cuenta Wolfgang Frei, director de los archivos Edward Quinn y sobrino del fotógrafo. Picasso valoraba la discreción de Quinn, que retrataba al genio al natural, sin poses ni iluminación artificial, con paciencia hasta captar el instante mágico y, de paso, la auténtica personalidad de Picasso. Quinn sabía que tenía ante su objetivo una figura magnética que no necesitaba aderezos que emborronaran su personalidad. Eso sí, cuando el malagueño estaba de mal humor, era “insoportable”, admitió el fotógrafo.
Quinn fotografió a Picasso durante más de dos décadas, hasta poco antes del fallecimiento del pintor en 1973. Son estampas que reflejan la felicidad. “Después de la Segunda Guerra Mundial, todos necesitaban salir del espíritu de la guerra”, explica Cristina Carrillo de Albornoz, comisaria de la exposición. El propio Picasso pinta La alegría de vivir en Antibes. Es su etapa más feliz, viviendo siempre en el sur de Francia, cerca del mar. “Picasso repetía que fueron los años más felices de su vida. Siempre perdió su corazón en el Mediterráneo”, dice la comisaria. Unos años en Niza, luego en la villa de La Californie, en Cannes, rodeado de un fabuloso enjambre de actores, artistas y celebridades.
En la exposición hay imágenes impactantes, como la que da la bienvenida a la muestra: Picasso, acompañado de su familia y de Jean Cocteau, observa en pie una corrida de toros en su honor. Erguido, vestido de blanco, sujeta un capote mientras los demás miran sentados. Su figura recuerda a la de un emperador romano a punto de emitir su veredicto en el coliseo.
Otras fotos son más íntimas: dibuja con los niños, sujeta a Paloma en el mar, se deja rasurar la barba por el barbero, medita y fuma sentado en la cama de una austera habitación. En algunas se le ve tan relajado que no le importa que le retraten haciendo el ganso. “Tenía algo de actor y cuando estaba de buen humor se prestaba a cualquier cosa”, comenta Carrillo de Albornoz. Quinn llegó a tal grado de confianza que no le hacía falta mostrar su rostro: una de las fotos muestra la mano de Picasso mientras Jacqueline la besa, tras salir el primero del hospital.
“Ese mundo ya no existe”
Hay en el archivo Quinn unas 150.000 fotografías, 20.000 de las cuales son accesibles en la web. Solo de Picasso hay 10.000 fotos, constatación de que fue un hombre siempre con la Leica M3 al hombro. Así que la primera gran tarea fue seleccionar de ese inmenso archivo las 142 obras que componen la exposición. Primero, Wolfgang Frei preseleccionó 40.000. Y después, Carrillo de Albornoz extrajo 500. “Cuando llegué a esa cifra ya no podía más”. Para la selección final le ayudó Frei.
La muestra es también una oportunidad para comprobar la cantidad y calidad del star system que buscaba fiesta o retiro en la Costa Azul. El elenco de retratos de Quinn es apabullante: Winston Churchill, Jacqueline Onassis, María Callas, el primer encuentro de Rainiero y Grace Kelly, Alfred Hitchcock (en una fiesta de Nochevieja), Joan Miró, Le Corbusier, Edith Piaf, Marlon Brando, Audrey Hepburn, Liz Taylor… Pocas estrellas de la Edad de Oro de Hollywood escaparon de su objetivo.
La comisaria resalta que Edward Quinn tuvo el don de la oportunidad. “Estuvo en el lugar y el momento correctos”. Se aprovechaba los estrenos del Festival de Cannes y las visitas a La Croisette, pero también de su amistad con directores de hotel y de una naturalidad que ya no existe, que le permitía meterse hasta en las villas de los artistas. Poco después llegarían los agentes de prensa, con sus horarios y sus controles de acceso. Su sobrino sabe que esos días ya no volverán: “Ese mundo ya no existe”.
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