Bécquer, el poeta que recibe cartas casi 150 años después de irse
¿Se pueden enviar cartas a alguien que lleva muerto 149 años? La respuesta lógica sería negativa, pero la figura de Gustavo Adolfo Bécquer sigue impoluta en lo que a romanticismo se refiere tras el paso de los años, y las cartas a sus pies se multiplican cada día.
Obviamente, no son cartas normales, no llevan sello, no las lleva un cartero o una mensajera, sino que son misivas que son dejadas a sus pies, en el recuperado anaquel del monumento al poeta que está ubicado en el Parque de María Luisa de su Sevilla natal, y en el que la recuperación del conjunto escultórico por parte del Consistorio hace unos meses ha conseguido que el romanticismo epistolar se mezcle con todo el embrujo del parque.
En realidad, depositar cartas, notas y poesías se ha convertido en una costumbre que ya es casi centenaria a los pies de su lápida en el Panteón de Sevillanos Ilustres de Sevilla, pero con el paso del tiempo, con los destrozos sufridos en el monumento, se había perdido el hecho de depositarlas en mitad del parque, y ahora se ha recuperado de una forma tan anónima como especial, igual que se ha recuperado colocar a los pies del monumento ramos de flores y ofrendas de amor anónimas hacia el poeta, que las recibe mientras su figura mira hacia la Plaza de España rodeada de rosas.
Todo empezó en 1918
Al otro lado de casi cualquier historia del gran poeta sevillano está Pilar Alcalá, la portavoz de la asociación ‘Con los Bécquer en Sevilla’, entidad que lucha -y no es una forma de hablar- por mantener, recuperar y lanzar a los cuatro vientos el legado del poeta. Y es verdad que, aunque Bécquer nunca lo sospechó, sería una de las personas del mundo que más cartas recibiría, incluso décadas después de dejar el espacio terrenal que ocupó durante 34 años.
Como recuerda Alcalá, las cartas se dejan de nuevo en el anaquel que el arquitecto Aníbal González diseñó en 1918 para la glorieta de Bécquer, recuperado y recolocado en su sitio original con la recuperación del propio monumento del marchenero Lorenzo Coullaut Valera, al que tuvieron mucho ojo los Hermanos Álvarez Quintero de encargarle una obra que es motivo para que muchas personas se acerquen cada día al parque sevillano.
Alcalá ha recordado que el anaquel fue colocado en el monumento durante la restauración que el arquitecto sevillano realizó en 1918, y era tradición que siempre estuviese lleno de libros del poeta, que los visitantes leían durante su estancia en la glorieta.
“Recuerdo que de niña había una señora que se encargaba de coordinar el anaquel. Sólo había que llegar, darle el DNI y coger un libro, y cuando terminabas de pasear por el parque y leerlo, bastaba con dejarlo de nuevo en el estante”, recuerda Alcalá, con lo que esta simple figura artística se puede entender como uno de los recuerdos más emotivos en torno a la figura de Bécquer, y no es de extrañar que gente con pinta de haber dado más de 40 vueltas al sol se dirijan a él para verlo de nuevo, como lo recordaban antaño.
En varios idiomas, a mano o a ordenador
Lo que llama la atención es que es un depositario de cartas sin nacionalidad, con misivas en varios idiomas, a mano, a ordenador, con poemas, con peticiones, con reclamo de consejos, con dibujos de flores, pero siempre, y eso es importante, teniendo en cuenta que la correspondencia siempre es dueña de quien la envía y quien la recibe, con lo que las cartas deben estar ahí, quietas, esperando a que Gustavo las lea y, de la misma forma etérea que las recibe, envíe la respuesta.
Con todo, el monumento da más facilidades para enviar las cartas que la tumba del Panteón, está más cerca, no hay que pedir cita, es más accesible, y encima tienes al poeta mirándote de cerca, dando las gracias por dedicarle unas letras en un papel, igual que él dedicó toda su vida a regalar letras a todo aquel que le siguió en su corta pero intensa vida.
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