“El suelo que alimentó las raíces de mi arte fue la ciudad de Vítebsk, pero mi pintura necesitó París, al igual que un árbol precisa agua para no secarse...”, escribió pasado el tiempo Marc Chagall (Vitebsk, 1887 – Saint Paul de Vence, 1885). El artista, tan admirado por Picasso, nació en una pequeña ciudad en la actual Bielorrusia, pero de eso muchos se olvidaron porque vivió su madurez entre Francia y Estados Unidos.
La muestra temporal que ahora le dedica el Museo Ruso de Málaga es un acercamiento a esa etapa del maestro del color y su contexto, a través de 16 obras del pintor (y su habitación en Vitesbk, con todos los elementos que donó su sobrina en 1996). La muestra, a partir de fondos propios del Museo Ruso de San Petersburgo y de préstamos de colecciones privadas, se completa con obras de una quincena de sus contemporáneos, entre los que destacan Robert Falk, Nathan Altman o El Lissktzky, y podrá visitarse hasta el próximo 26 de enero.
Chagall nació llamándose Moisés y se crió como el mayor de nueve hermanos de una familia de fe jasídica, una interpretación del judaísmo ortodoxa y cercana al misticismo repleta de simbología propia. Hijo de un tendero de arenques y la propietaria de una pequeña tienda de comestibles, vivió la última década del siglo XIX casi en la miseria, confinado como la mayor parte de los judíos rusos en un shetl, pequeñas villas o pueblos de la Rusia zarista. Chagall afrontó otra dificultad derivada de la fe familiar: la religión judía no permite la reproducción del mundo real y, sobre todo, del hombre.
Sin esa influencia resulta difícil comprender obras expuestas ahora en Málaga, en las que traslucen las fantasías infantiles del joven Chagall, que pese a todo acabó sorteando la prohibición religiosa y defendiendo el arte figurativo.
La oración entusiasta y alegre, la excitación y la simbología propia de los ritos jasídicos acabaron filtrándose en el enfoque emotivo del arte de Chagall, que abogaba por “ver el mundo con otros ojos, como si acabaras de nacer”. Basta un ejemplo: de su tío Nej, “que tocaba el violín como un zapatero” y “se pasaba el día llevando las vacas al establo, las hacía caer tirándolas de las patas atadas y las degollaba, y ahora tocaba la canción del rabino” y surgen los violinistas que sobrevuelan los tejados (reflejados en el cine en El violinista en el tejado) y las vacas voladoras de Chagall.
Vuela también su esposa Bella en la obra de mayor formato de la muestra, Paseo (1917), en la que Chagall se autorretrata con un pájaro de una mano y Bella de la otra, en una representación lírica, plástica y a la vez hermosamente metafórica del éxtasis amoroso, con el pueblo al fondo en formato cubista. También está repleto de simbolismo Judío en rojo (1915), perteneciente a una serie de cuadros consagrados a ancianos judíos en las que se reflejan sus penurias, su soledad y su desesperación de personajes que reflejan el destino del pueblo judío.
Formación, Revolución y partida
El artista se formó durante tres años en San Petersburgo, antes de partir hacia París en 1910. “Me enseñó la propia ciudad, sus calles, los vendedores en los mercados al aire libre, los camareros en los cafés, los conserjes, los campesinos y los obreros”, dijo de la capital francesa. De Francia regresó en 1914 a Vitebsk. En Rusia ya se sentía la pulsión del arte abstracto de Malévich o Kandinsky, pero Chagall apenas se dejó influir por las vanguardias rusas, ni por el futurismo y el expresionismo reinante en Europa. Libre de afiliaciones artísticas, Chagall, ya consolidado, combinaba lo “cósmico” de sus fantasías con lo concreto de los shetl, representando de manera sencilla y desidealizada la pobreza de su provincia.
Chagall vive la Revolución en Rusia, y tampoco escapa del anhelo de liberar el arte de las “ataduras” burguesas. En 1918 fue nombrado director de la escuela de arte de su ciudad. Junto a Malévich y otros contemporáneos, fundó entonces el grupo UNOVIS (Consolidadores del Nuevo Arte). Sin embargo, pronto afloraron las diferencias con Malévich y con el Partido en su ciudad. “¿Qué tienen que ver con Marx y Lenin?”, se preguntaron los cabecillas del partido cuando vieron un caballo volador y una vaca verde entre los elementos decorativos del aniversario de la Revolución en Vitebsk. Chagall no respondió.
Incomprendido tanto por la nueva jerarquía política como por las corrientes vanguardistas triunfantes, Chagall se traslada a Moscú, donde no encuentra empleo digno. Su partida a Europa era inevitable: “Ni la Rusia imperial ni la Rusia soviética me necesitan. No me entienden, aquí soy un extraño”. En 1923 partió hacia Alemania, y sólo regresó a la URSS cincuenta años después, para llorar ante el cuadro en el que agarraba a Bella, la mujer que volaba.