Días de viejo color: cuando Andalucía fue moderna

Una Andalucía de castillos y cristianos. Un músico de la talla de John Cale, excomponente de Velvet Underground, definía así la Andalucía de principios de siglo XX. Todo el mundo cambiaba pero no Andalucía. Habría que esperar hasta 1957 para que estas tierras meridionales recuperaran el tren de la modernidad. Es lo que llama Fran G. Matute, comisario de la exposición 'Días de viejo color. Vestigios de una Andalucía pop (1956-1986)', el año 0 de la modernidad en la región, fecha en la que se reivindica por primera vez a Pablo Picasso, surgen movimientos artísticos como el Equipo Córdoba y el Equipo 57 y nace el primer grupo de rock and roll andaluz: los Rocking Boys de La Línea de la Concepción.

¿Se merecía Andalucía semejante topicazo del compositor británico? El periodista cultural y comisario de esta muestra del Centro de Estudios Andaluces lo expresa así: “Nos lo merecemos porque no hemos sabido reivindicar ni conservar el talento. Cuando estos artistas estaban en ebullición, se tuvieron que ir y sus obras se facturaron fuera, como en la Movida madrileña y la Barcelona underground, las dos revoluciones de modernidad españolas. Y luego, una vez que se ha reconocido su importancia en la modernización cultural de España, no se les ha reivindicado”. Hasta ahora. El pintor José Duarte, el cineasta Juan Sebastián Bolláin se dan la mano en esta exposición con artistas como el rockero Gonzalo García-Pelayo o el narraluz Alfonso Grosso.

Días de viejo color va precisamente sobre eso: la necesidad de reivindicar a aquellos artistas que durante la mitad del siglo XX se alzaron como pintores, escultores, músicos, dramaturgos, dibujantes, poetas o cineastas que fueron modernos en una España que empezaba a dejar atrás la postguerra y en la que el régimen quería dar una imagen moderna de cara al exterior. “Hubo una Andalucía de vanguardia, una Andalucía underground. Una Andalucía que combinó sin complejos la cultura popular con la alta cultura. Una Andalucía contemporánea, en definitiva, muy alejada de los ”castillos y cristianos“ a los que aludía John Cale en su canción”, describe el crítico cultural.

Matute abunda en la idea de los que aseguran que aquella Andalucía pop de entre 1956 y 1986 era una “Andalucía transgresora, pionera en muchos aspectos, una Andalucía llena de paradojas pues la mayoría de sus protagonistas tuvo que huir del territorio, asfixiados por la incomprensión, la falta de apoyos y de estímulos, en un éxodo que conformó gran parte de la posmodernidad española”.

La muestra, ubicada en el Museo de la Autonomía de Andalucía (Coria del Río) hasta el 14 de abril, se divide en tres salas: las válvulas de escape, el ‘gran arte’ (pintura, escultura, arquitectura, fotografía…) y el arte pop. Porque, en los años sesenta, el soplo de aire fresco llegó, casi literalmente, por los cuatro costados: el turismo de la Costa del Sol, la influencia británica en el Campo de Gibraltar, las bases norteamericanas de Rota y Morón y, por supuesto, aquel gigantesco plató mundial en el que se convirtió el desierto de Almería… por un (buen) puñado de dólares.

Cada uno de estos frentes, claro está, tuvo sus particularidades: la Costa del Sol nos trajo la arquitectura relax y la diversión desenfrenada de sus garitos, los temazos musicales británicos del momento entraban por Gibraltar (amén del boxeo en La Línea), mientras que el rock y el pop norteamericano hacían lo propio en Rota y Morón, donde, por cierto, se dio un curioso “gazpacho” en el que se mezclaban drogas sintéticas (LSD) con flamenco y hippies. Como explica Vanesa Benítez, directora del premiado documental Rota N´Roll, “para un roteño, en la España franquista, poder cruzar la alambrada era entrar en Estados Unidos, entrar en un mundo desconocido y fascinante donde, como dices, había rodeos, partidos de béisbol, autocine, helados de sabores desconocidos, hamburguesas y se podían conseguir discos de grupos que llegarían a España años después”.

Fruto de aquel goteo de modernidad, nació un particular y llamativo estilo arquitectónico en la Costa del Sol en el que el racionalismo y el kitsch se dieron la mano: el estilo del relax. Era el estilo internacional reinterpretado por los arquitectos andaluces, que pretendían “representar una Andalucía deformada, vista a través de los ojos de un extranjero. ¿De qué forma nos ven en Hollywood?, piensa el arquitecto. Y bajo esta premisa, se realiza una relectura arquitectónica de lo andaluz con un toque moderno”, explica el artista Diego Santos en el libro Días de viejo color.

Esa será, de hecho, la característica primordial de esa Andalucía pop: la mezcla de lo foráneo con lo local, de la vanguardia con el folklore. En el mundo de la música, esa mezcla resultó especialmente potente, fusionándose el rock con el flamenco. Como ejemplo paradigmático de aquella bendita mezcla nace el Tarantos (para Jimi Hendrix) de Gualberto, creador de Smash, uno de esos artistas “por reivindicar”, tal y como lamenta el propio comisario de la exposición.

En la exposición se puede disfrutar desde la música de los Smash (en una lista de música que el visitante puede cambiar a su antojo) a las fotografías surrealistas de Jorge Rueda o hiperrealistas de Pérez Siquier, pasando por las pinturas de Guillermo Pérez Villalta, los cómics de Nazario o las revistas literarias de Juan Cobos Wilkins. Un auténtico totum revolutum de pop andaluz.

Elegidas con mimo, las piezas proceden tanto de colecciones privadas o públicas, como de compras particulares de Matute, entre las que destaca, por supuesto, Pepín (1975) de Jorge Rueda, un fotomontaje a tamaño real de “cuando los padres del Photochop (sic) andarían aún en pañales”. Según explica el propio Rueda, un pepino volador claveteado por alfileres se convirtió en el centro de atención de “un mini-escenario-maqueta, que cortaba el tráfico en el pasillo de mi buhardilla madrileña. Flores secas, anciano de portal gallego, pila de petaca con dos bombillas de colores, y un hermoso pepino colgado de un bastón, sobre un fondo de papel azul con un pegote blanco de bordes suavizados con tiza, que se unía al recortable del anciano coloreado, mediante una cadena de cisterna de retrete”. Todo un fotomontaje artesanal.

Si el gran descubrimiento de la exposición es el el delirante fotomontaje de Rueda, Matute considera que Camelamos naquerar (Queremos hablar en romaní) es la obra más significativa de aquella Andalucía pop y vanguardista. “Es una pieza de teatro creada por el primer gitano con una cátedra universitaria. Además, es una de las primeras piezas en la que el teatro incorpora el flamenco, convirtiéndose así en algo vanguardista. La belleza de la obra es que, a partir de gestos y alaridos, se crea una obra de vanguardia, tanto para personas con un cierto nivel cultural, como analfabetas. Rodada por el malagueño Miguel Alcobendas, en la obra termina confluyendo artistas de Granada, Córdoba y Málaga”. Eran los días de viejo color: todo inventado y todo por experimentar.