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ENTREVISTA | Elia Suleiman: “Las películas no deben dar lecciones: eso me aburre a mí, y seguro que al espectador también”

El director Suleiman

Alejandro Luque

Sevilla —

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El ciudadano Elia Suleiman (Nazaret, 1960) tiene mucho del personaje que interpreta en su último filme, De repente, el paraíso. Esa especie de Buster Keaton a todo color, con algún que otro tic de Mr. Bean, que vaga por Palestina, París y Nueva York viviendo peripecias tan poéticas como divertidas. Camina con aire despistado por su hotel, finge asustarse del tamaño de un micrófono que le acerca un periodista, hasta que, ante una taza de café como la que sorbe en varias escenas del filme, se dispone a responder a cuantas preguntas surjan.

Es la cara amable de una cinematografía que con más frecuencia muestra la cotidianidad terrible de un pueblo ocupado, la demostración de que Palestina y humor no son, ni mucho menos, conceptos antagónicos. “¿Por qué iba a serlo, acaso la gente no se ríe en Palestina?”, se pregunta. “Para mí, son dos caras de la misma moneda. Todas mis películas tienen algo de burlesco, de humor, a lo mejor porque si estás absorbiendo la realidad de la ocupación, del racismo, de la opresión, de la injusticia, el humor surge cuando menos lo esperas. Antes vivía en Nueva York, en la frontera de Harlem, ¡cuando Harlem era Harlem! Y si contara las cosas divertidas que me han pasado allí, creo que saldrían de una forma muy natural. Si eres un cineasta que se expresa a sí mismo desde el humor, ya está, es tu forma de ser. Y no eres el primero ni el último”, explica.

“Pero no todo el humor viene de Palestina, no es humor de gueto”, matiza a renglón seguido. “Parte del motivo de que mis películas sean así es porque me crié en una casa llena de gente divertida, mis padres lo eran, mis hermanos también, y yo era el más pequeño. Así que si me preguntan de dónde viene esa gracia de mis películas, no es del cine en absoluto: es de mi familia”.

Una mirada nómada

Su biografía cuenta que, siendo muy joven, huyó a Londres para evitar cierta orden de detención basada en actividades delictivas. Allí conoció a John Berger, a cuya memoria está dedicado el filme, y lo frecuentó hasta que se instaló en Nueva York, en los primeros años 80. “Llevo la mayor parte de mi vida deambulando por distintos países, he vivido una existencia nómada en ellos, y quería dar imágenes de los distintos ambientes de estos lugares”, comenta. “Ahora ser nómada se ha vuelto necesario debido a la globalización, y a la tensión y a la ansiedad, y el estado de guerra y posguerra que vemos por doquier, ese ambiente un tanto apocalíptico que encontramos vayamos adonde vayamos. Yo quería comunicar esta ansiedad tan personalizada y tan interiorizada, lo que defino como la fragilidad y la vulnerabilidad que siento”.

“Lo que estamos experimentando ahora”, prosigue el cineasta, “no tiene precedentes: es la primera vez en la Historia que vivimos en el gueto global de la Tierra, todos estamos ocupados. Y una cosa que me da miedo, y espero equivocarme, es que hemos llegado a confrontarnos con nuestro propio fin. Toda la tierra se enfrenta a un momento existencial. La película trata de eso, pero no pretendo movilizar a nadie, solo darles placer, ternura, proporcionar imágenes para que el ser humano se sienta mejor”, dice.

¿Solo eso? “Bueno, no sólo hago cine para provocar disfrute o placer”, matiza, “pero es el motivo inicial con el que trabajo. De repente, el paraíso no es una película cómica, aunque mi deseo es que la gente goce. Luego la película plantea una serie de preguntas, claro, pero sé que no puedo obligar a la gente a hacérselas. Así pues, que disfruten, que tengan libertad de ver sus distintas capas, hay muchas cosas políticas subyacentes, pero no quiero imponer nada al espectador. Prefiero que se quede en la poesía, en el terreno del placer. No me gusta que las películas te estén dando lecciones: eso me aburre a mí, y seguro que aburre a los demás también”.

Por otro lado, el director de Divine intervention y The time that remains no parece muy confiado en la capacidad de la Humanidad para aprender de sus propios errores: “No sé, a lo mejor los seres humanos sí aprenden algo ante las multinacionales y sus máquinas de guerra. Nosotros solos no podemos enfrentarnos a esa capacidad de destrucción, la cultura como herramienta se queda atrás, porque requiere mucho más tiempo, frente a una maquinaria militar capaz de destruir un país entero en cuestión de días. ¿Cuánto se puede resistir? Aunque vemos protestas y manifestaciones por aquí y por allá, es más rápido quemar el Amazonas. Tardamos dos siglos en aprender algo, e irónicamente las fuerzas malignas son mucho más eficientes destruyéndolo, y llevándonos por caminos que no habíamos previsto”.

Tal vez por eso, entre intervenciones de amigos célebres como Gael García Bernal y gags que oscilan entre el absurdo y lo surrealista, Suleiman va desarrollando un discurso cautivador, que deja amplia libertad al espectador para sacarle punta. “Ya no tengo la ambición de demostrar nada, pero sí de seguir creando imágenes”, confiesa. “Algunos gags son como haikus, poesía pura, y el resto lo puedes interpretar como quieras, infinitamente”.

Por último, Eldiario.es pregunta a Suleiman por la última escena del filme, donde el personaje que él mismo interpreta contempla serenamente a un nutrido grupo de jóvenes que se contonean en una pista de baile al son del estribillo “Soy árabe, témeme” de Yuri Mrkadi. ¿Una declaración de orgullo final, o algo parecido? “Debo decir algo muy específico: esta escena no debería llevar subtítulo, fue un error”, lamenta. “Dejo la elección a los distribuidores, a los que me temo que les encanta la letra, pero para mí es una canción kitsch que no tiene nada de sustancia. Ese tío está cantando ”soy árabe“ pero está ligando con una tía, no tiene nada que ver con ser nacionalista ni nada de eso. Es una letra muy tonta. Siento que la gente lea los subtítulos, porque no tiene ningún interés”.

“Yo quería enfocarme en la imagen de esa generación que me da esperanza. Es un bar de gays y lesbianas y no tienen nada que ver con ser o no árabes, se lo están pasando bien, son activistas, algunos anarquistas, todos son pacifistas… Es una nueva generación de jóvenes en Palestina que, como ocurre en muchos otros lugares del mundo, dan la espalda a la ideología y a cualquier afiliación política, y basan su resistencia en la cultura”, asevera Suleiman. “Su definición de ser palestino no tiene nada que ver con su procedencia geográfica, tiene mucho más que ver con ser progresista, liberarse, divertirse. Vaya a donde vaya, veo a generaciones jóvenes como estas, que son más libres que las anteriores. Son los peores enemigos de los poderes, porque son poéticos. Es muy difícil arrestarlos, ¿por qué podrías hacerlo? ¿Porque bailan? No puedes categorizarlos y meterlos en un gueto, tampoco, porque simplemente están manifestando su existencia a través del placer, la poesía el arte. Definitivamente, voy a pedir a los distribuidores una vez más que quiten los subtítulos. Es una emoción, no hay que atender a la letra”.

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