Julio Alfredo Egea, un poeta contra el páramo
A pesar de que contara con 92 años de edad, ninguno de sus íntimos esperaba que a mediodía de este lunes se celebrara el funeral de Julio Alfredo Egea (Chirivel, Almería, 1926-Granada, 2018). El poeta almeriense falleció un día antes en Granada, la ciudad que también hizo suya desde muy joven y en cuyo Hospital de Traumatología falleció a primera hora del domingo, tras haber sufrido un traumatismo craneal con motivo de una caída un par de días antes.
El sábado, en los encuentros literarios de Mojácar que convoca Paco López Barrios se estuvo hablado de su peculiar personalidad literaria y vital que le llevó a ser alcalde franquista de Chirivel, su pueblo natal, y al mismo tiempo reivindicar a Federico García Lorca, apenas diez años después de su asesinato en su Granada, desde las páginas de la revista Sendas, que él dirigió.
A juicio de Pilar Quirosa-Cheyrouze o de Juan José Ceba, que venían propiciando un nuevo homenaje a su figura, Julio Alfredo Egea fue un oasis en el páramo cultural de la Almería de posguerra y un espejo para todos los poetas almerienses de su tiempo, a quienes siempre intentó ayudar, sobre todo en tiempos oscuros.
De ahí que Antonio Garrido Moraga elogiase su evidente humanismo, no sólo en su poética sino en su vida cotidiana. El paisaje rural frente al lugar común de la poesía urbana constituyeron una de sus principales banderas poéticas. También la sentimentalidad amorosa, junto con otras pautas que la propia Pilar Quirosa-Cheyrouze enumeró durante un homenaje que le tributó la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos del Sur: “La palabra de Julio Alfredo Egea se interna por la intrahistoria de los días, culminando puertos, adonde llega revestido de imágenes y sentimientos. El aliento humano es el motor del mundo y mueve el pulso de la existencia. Se trata de un recorrido espiritual donde se hace presente el paso del tiempo, con sus contraseñas de identidad, con sus claroscuros anímicos, y, de cualquier forma, donde existe un espacio para vivir y para soñar”.
La propia poética de Egea –nada que ver con el poeta granadino Javier Egea, aunque Francisco Umbral les confundiera en un artículo tristemente célebre-- no deja lugar a dudas sobre sus posiciones éticas y estéticas: “Escribo por necesidad, cuando sufro o gozo con un tema sintiendo urgente necesidad de expresarlo, nunca por vano artificio literario -manifestaba Julio Alfredo-. La mayoría de mis libros tienen unidad temática y mis temas preferentes son humanismo y naturaleza. Estoy entre los poetas que soñaron cambiar el mundo con la poesía; al menos aspiro a dejar un rayo de espiritualidad sobre el materialismo existente. Siempre pensé y sentí que la poesía era algo así como el recibo de un guiño de Dios entre la niebla. Creo que lo que más importa en poesía, como en cualquier género, es llegar a tener una voz personal, mejor o peor pero propia, poder establecer ante el lector una válida oferta de sugerencias, y, si es posible, imprimir un pellizco de sorpresividad. El lenguaje es decisivo, el valor de las imágenes y el ritmo interior del poema. Quizá la poesía sólo sea una traducción de los asombros a través de la sensibilidad del poeta, del asombro inacabable de ir descubriendo la vida, los seres y las cosas, desde la niñez”.
Egea mereció mayor reconocimiento
“Los asombros” (1997) se titulaba, precisamente, uno de sus libros predilectos, a caballo entre verso y prosa. Su condición plural y heterodoxa supuso que en las últimas horas, desde la presidencia de la Junta de Andalucía a la de la Diputación de Almería, y desde muchas otras instituciones como la Consejería de Cultura, se repitieran parabienes a la memoria de un poeta encuadrado en la generación del 50, junto con sus emigos Elena Martín Vivladi, Rafael Guillén o José Carlos Gallardo, aunque quizá mereció mayor reconocimiento oficial del que tuvo, salvando un homenaje del Centro Andaluz de las Letras en 2009 y el tributo de distintas entidades literarias como el Instituto de Estudios Almerienses.
Parte de su obra fue traducida a varios idiomas. Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada, jamás ejerció dicho oficio, pero fue un viajero impenitente, desde Portugal a América Latina. En abril de 2006 fue nombrado miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada. Su primer libro, “Ancla enamorada”, data de 1956 y en 2005 resultó finalista del Premio Nacional de la Crítica por “Fábulas de un tiempo nuevo”. Pedro Domene, Nicolás Domingo, José Espada Sánchez, María del Carmen García Tejera, Francisco Jiménez Martínez o Arturo Medina, estudiaron su obra que conoció diversas antologías.
Casado desde 1954 con Patricia López Lorente tuvo cuatro hijos y numerosos nietos: “Todos estáis citados en mi casa,/ en el número 4 de esta calle./ Vamos a hablar de rosas y de sangre./ Os pediré a la entrada/ pasaporte de aroma y de latido./ Traeros el corazón, es necesario./ Nos sentaremos junto a la ventana:/ Una calle de tierra estremecida/ y los hombres que pasan”, escribe en uno de sus poemas.
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