CULTURA

Poeta, maestro de pueblo y homosexual en los 50: “El peor enemigo de Julio Mariscal era Julio Mariscal, se odiaba a sí mismo”

Alejandro Luque

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“¿Qué he sido yo hasta ahora con mi corazón loco/ de enramadas y estrellas puesto en cualquier esquina?”. Son versos de Julio Mariscal Montes (Arcos de la Frontera, 1922-1977), maestro de pueblo y considerado por muchos el mayor poeta amoroso del medio siglo español, aunque siga siendo un gran desconocido para muchos lectores. Con motivo de su centenario, su pueblo, que es la puerta de la Sierra de Cádiz, reivindica su figura al tiempo que trata de desmentir la leyenda, o al menos matizarla, de que Mariscal fue marginado por su conocida homosexualidad.    

“No descubrimos nada si decimos lo duro que era ser homosexual en la España de los 50”, explica Pedro Sevilla, también poeta arcense y buen conocedor del personaje. “Pero el peor enemigo de Julio Mariscal era Julio Mariscal. Él nunca fue Cernuda, era un hombre de pueblo que se odiaba a sí mismo por su condición. Fue objeto de chismorreos, claro, pero no fue maltratado”.

Sevilla rondaba los 17 años cuando se encontró con Mariscal por las calles de Arcos. Sabía perfectamente quién era, “pero jamás me habría atrevido a abordarlo. Para mí era una figura mitológica”, afirma. Admite que, como aducen los defensores de la idea del acoso contra el vecino gay, Mariscal llegó incluso a padecer un proceso judicial, “pero aquello no se debió tanto a la maledicencia pública como a la acción de un juez majarón que se dedicó a interrogar a todos los homosexuales de la zona, que se delataron unos a otros. Sufrió un interrogatorio en el que le pusieron una pantalla en la cabeza, pero eso fue todo”.

Amigos y tabúes

Otro detalle es el hecho de que se marchara al vecino pueblo de Paterna de Rivera, pero no en calidad de exiliado, sino como maestro destinado. “Para él fue un pueblo muy acogedor, donde se ganó enseguida el cariño de sus alumnos, de los flamencos de la zona, ya que era aficionado, y de todos los paisanos”, apunta Sevilla.

Josefa Caro, también poeta y a la sazón ex alcaldesa de Arcos, recuerda que cuando iba al instituto veía a Mariscal sentado en el Café Bar Terraza, solo o acompañado, pero siempre sentado en una mesa llena de tazas de café. “También lo veía desde mi azotea, bajando por la calle Corredera con su paso un tanto lento, su traje de chaqueta, sus gafas de sol y muy bien peinado. No diré que fuera tanto como un amor platónico, sentía por él una intensa admiración de adolescente”.   

Para Caro, no hubo nunca maltrato hacia el poeta por ser gay, como prueba que estuviera perfectamente integrado en el grupo Alcaraván, el más prestigioso de la poesía de la comarca. “Pero el tabú existía. Julio contaba con muchos y buenos amigos, pero el rechazo social a la homosexualidad estaba ahí. Cristóbal Romero y Antonio Luis Baena, que se encontraban entre aquéllos, me contaban que paseaban con él, pero reconocen que cuando Julio les ponía de forma natural una mano sobre el hombro hacían por dejarla caer, por el qué dirán. Era una época difícil, y todo lo que fuera exteriorizar esas actitudes despertaba recelos. Por su parte, él no ocultaba a sus amigos su condición, y les decía sonriendo: sí, soy homosexual, pero tranquilos, que ni tú, ni tú sois mi tipo”.

El amor como “pezuña que se clava”

Según la poeta, el tipo de Julio Mariscal era “moreno, alto, cetrino. Tuvo amantes entre los hombres de campo, que pasaban de los cotilleos. A alguno, con mujer e hijos, incluso le ayudó económicamente para sacar adelante su casa. El problema no era con el pueblo trabajador, sino con la burguesía, a la que pertenecía la familia de Julio, comerciantes de tejidos. Esa burguesía, la que iba a misa y tenía mando en las hermandades, era la que determinaba la vida social del pueblo y veía con peores ojos aquellas desviaciones”.

De hecho, Mariscal era muy religioso, y esto le supuso un tormento añadido. En palabras de Pedro Sevilla, “para él presentarse ante Dios en esas condiciones era de una pureza imperdonable, una degradación. Por eso se aferra a la figura de Jesucristo, porque es el dolor humano con el que se siente identificado. El Dios padre es el juzgador, pero Jesús es el hermano bondadoso que te quiere con tus problemas”.

Todas estas tribulaciones cristalizarán también en su poesía rotunda, sonora y honda. Especialmente en su libro Tierra, donde, subraya Sevilla, “el amor aparece como una pezuña que se clava, aparece como algo horrible relacionado con el barro, la sangre, el toro. No hay un gozo, sino más bien un ‘qué asco de mí’. En otro de sus grandes libros, Poemas a Soledad, cree que todavía es posible un matrimonio legal, ser como los demás, pero termina asumiendo que nunca lo logrará. Así no podía vivir mucho tiempo, y muere con 55 años, derrotado”.

“Julio no publicó mucho en vida ni se dio a conocer, eso no formaba parte de su carácter”, concluye Caro. “Pero su obra está viva y no deja a nadie indiferente, y nos parece que este es un año importante para su difusión. Es una poesía honda y que tiene temblor, y eso es algo que cualquiera nota desde la primera página”.      

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