Mientras el mundo ponía la vista en 1946 en cómo Gilda se quitaba un solo guante, España veía nacer artísticamente a su propio Gilda, Manuela Fernández Pérez, cuyo matrimonio con un empresario chino la hizo adoptar para siempre el sobrenombre con el que fue conocida hasta que la madrugada del pasado 8 de enero fallecía en una residencia de ancianos de la localidad sevillana de Espartinas: Manolita Chen.
Manuela, que había nacido el 11 de abril en el madrileño barrio de Vallecas, fue una transguesora en todos los sentidos, sobre todo en no derivar sus inquietudes artísticas a la canción o el baile convencionales en la España de la incipiente posguerra. Ella quería ser vedette, y en un país donde la censura cortaba de las películas americanas incluso las escenas de mujeres en bañador, pudo burlar al franquismo durante casi cuatro décadas en el primer teatro ambulante de España, el Teatro Chino, al que luego saldrían escenarios emuladores, como el Lido de Pepita Hervás, el Argentino de Manolo Llorens y el otro Teatro Chino, de Antonio Encinas.
El primer número de lesbianismo que se vio en España
Sobre ella se han escrito ríos de tinta, y algún que otro libro, como 'La vedette que desafió a Franco', que la define como “una mujer que ofrecía al público lo que éste deseaba ver: los bikinis más cortos, los escotes más pronunciados, los ”sketches“ más picantes, las chicas más atrevidas, el primer número de lesbianismo que se vio en España... y, por ello, tuvo que enfrentarse a la acuciante tijera de la censura”. Su autor fue Juan José Montijano, doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, especialista en teatro de humor contemporáneo, y uno de los expertos españoles en el arte que Manolita Chen difundió toda su vida.
'La reina del teatro portátil en España', como la define Montijano, ya mostró desde muy niña que lo suyo iba a ser vivir en un escenario. Solo tenía doce años cuando su padre transigió y decidió, recién terminada la Guerra, explorar las inquietudes artísticas de su hija en la madrileña escuela conservatorio de Laura de San Telmo. Allí se dieron cuenta rápidamente de que la niña no iba a ser una artista más, y su primer trabajo la llevó al ballet Las Charivaris del Teatro Circo Price, en la Plaza del Rey de Madrid.
Tenía poco más de 15 años, y sólo 17 cuando se casó con el empresario chino Chen Tse-Ping. Antes, había conseguido que su novio asiático, que tenía 24 años más que ella, se nacionalizase español y adoptase el nombre de Jesús. En el libro de familia que tramitó el párroco de la calle Alonso Cano de Madrid ya había nacido para siempre Manolita Chen.
Montaron juntos su gran teatro
Ambos trabajaban en el Price, y sólo hicieron falta unos meses para que decidieran montar su propia empresa. En 1950, con 23 años, Manuela iniciaba su primera gira nacional, con su hija recién nacida en brazos. Entonces no lo sabían, pero había nacido una leyenda, un teatro itinerante reclamado en toda España por el que desfilaban las actuaciones más diversas. Arévalo, Bigote Arrocet, El Fary, Fernando Esteso, Florinda Chico, Juanito Valderrama o Marifé de Triana, se alternaban con transformistas, malabaristas, contorsionistas o magos. Y entre todos ellos, salía Manolita a hacer sus números, con sus vestidos imposibles desafiando la ley de la gravedad y sus letras lanzando puyas constantes a todo lo que se movía, consciente de que el franquismo no iba a tocar a la persona que había sacado de la depresión a miles de españoles desde pequeñas aldeas a grandes ciudades.
La vida artística de Manolita Chen se vio interrumpida de forma forzosa a finales de los años 70. Un tumor en el oído le provocó una parálisis facial que la obligó a dejar los escenarios. Su marido siguió al frente del teatro, hasta que los Hermanos Calatrava y las Hermanas Hurtado firmaron su última temporada en 1986. Con el dinero suficiente para no pasar apuros, se retiraron a Sevilla. Chen Tse-Ping (Jesús), falleció en 1997, a la edad de 94 años. Unos años después Manolita decidió autoingresarse en una residencia para mayores en Espartinas, muy cerca del recinto ferial de la capital hispalense donde su teatro había puesto el cartel de 'No hay billetes' en tantas noches como actividad paralela estrella de la Feria de Abril.
Margarita no se despertó la mañana del pasado domingo en su habitación de Espartinas. “Se ha ido de muerte natural, tranquila, sin molestar”, explicaba un portavoz de las instalaciones. Murió durante la madrugada, una madrugada en la que la gran musa de la España en blanco y negro pasó de ser leyenda a ser historia.
La misma tranquilidad que buscó en los últimos años de su vida la tuvo en su sepelio. El propio Montijano ha narrado en las redes sociales que solo han acudido su hija, nietos, yerno, un amigo de la familia y él mismo. No ha habido prensa. Nadie fuera de su círculo más íntimo sabía que había fallecido y nadie más que ellos ha visto como descansa ya junto a los restos de su marido. El propio biógrafo ha cerrado la tapa de su féretro, para cerrar asimismo casi nueve décadas de vida de una mujer irrepetible.