Tú qué haces cuando estás sola
- Me voy a ver a Rocío Guzmán, que presenta en el Teatro Alameda su primer disco con temas propios al que ha titulado Sonada
Miércoles
19.23 h. Me estoy estudiando unos textos de Fernando Mansilla que dije el viernes en Cieza (Murcia) en el espectáculo Libertino de Marcos Vargas y Chloé Brûlé. Fue la primera función que se haga después de que Fernando se fuera, así que la sentimos homenaje a su obra y su ser. Ese día a casi la misma hora, en La bicicletería, también se leeyeron versos de Mansilla como forma de homenaje. Y la semana siguiente, más. El lunes 14 a las 20h se presentó el libro/cd La gramática parda + Lucy y el miércoles 16 a las 21h en el Teatro Central hubo un espectáculo con entrada libre en el quienes le queríamos y admirábamos estuvimos arriba y abajo del escenario para recordarlo.
20.45 h. Me voy a ver a Rocío Guzmán, que presenta en el Teatro Alameda su primer disco con temas propios al que ha titulado Sonada. Su personalidad única, su bagaje heterodoxo, su hacer desprejuiciado y su amor por lo tradicional y lo popular, hacen de ella una artista que sigo y admiro. No hay vez que la haya visto y oído que no me haya hecho vibrar, que no me haya dado un escalofrío en la espalda por lo menos. Así que voy a la presentación de Sonada con ganas y la espaldita preparada.
21.20 h. Cerveza pre-concierto con S. Se apunta Alex Peña que acaba de presentar en el Centro Federico García Lorca de Granada Recreativos Federico. Los papeles dicen que “es un dispositivo a medio camino entre la performance, la instalación y la representación (…) Una suerte de salón recreativo que incluye siete máquinas expendedoras y de juego creadas en torno al imaginario de Lorca y que se articulan ante un eje central en palabras de su creador: ”cuando el legado artístico se convierte en souvenir, la literatura dramática se torna en juego“. Yo, que he ido sabiendo de esas máquinas en encuentros callejeros con Alex, estoy deseando verla en directo. Hay en la obra de Peña una mezcla entre lo conceptual y lo lúdico, entre el humor gamberro y la crítica radical, que destila en un discurso irreverente y que te da de pensar.
21.37 h. Comienza Sonada. Un despliegue de luces, mapping y música electrónica arropa la voz de la cantante que parece más una aparición que una presencia. Está y no está. Esa sensación etérea es como un halo mariano que nos hace sentirnos sus fieles. El hombre es un animal de costumbres (y la mujer también), y mis orejas no están muy acostumbradas a la electrónica, así que me piden un reajuste mental. Me pongo a ello.
21.52 h. Me siento en un lateral al lado de R. Estar con ella es “casa” y ambos lo sabemos: una camaronera y un morentiano, el ying y el yang, Apolo y Dionisos. La simbiosis perfecta. Ambos nos vamos embelesando con el concierto, poco a poco.
22.06 h. Confirmado: estoy embelesado y tocado y feliz. Rocío Guzmán ha conseguido algo que llevo esperando hace mucho: ser tradición y ser pueblo sin ser museo; coger ese legado espléndido como algo que seguir desarrollando, no algo que repetir. Además, las influencias que maneja son muchas, más allá de los conceptos de alta o baja cultura, más allá de prestigios y jerarquías.
22.37 h. Estamos en lo alrededores del Teatro Alameda, tomando algo tras el concierto. T me cuenta que el disco saldrá en breve. Yo lo quiero porque necesito volver a escuchar todas las canciones. Las que me encantaron: Rumbita del tarareo, Si, Chándal, Oh (he sufrido de más), Que no; pero también las demás, porque estoy seguro que en una segunda o tercera escucha me cautivarán.
23.12 h. Sigo ahí cavilando de lo vivido en el concierto mientras me tomo algo en El Corto con S. En la voz de Rocío, en su presencia, está el eco de esas voces de mujer que acompañaron mi educación sentimental y que escucho y canto cuando estoy sola: la Jurado, Teresa Valle, Valentina la de Sabinosa, la Niña de la Puebla, la Piriñaca, Amaya (Mocedades), María Ángeles Muñoz (Camela),… Están el drama desatado de los amores imposibles y también la guasa y la alegría de vivir. Pienso en las madres, claro, en la mía y en las vuestras; en esa línea ininterrumpida de mujeres que retrocede en el tiempo y llega hasta donde cada cual quiera (Eva, Lilith o Athenea); veo a las Venus paleolíticas mezcladas con La Macarena. Lo madre (que dice mi amiga Silvia Nanclares) arrebujaíto con el eterno femenino y lo queer. O sea, un cantar del presente y presente (el cuerpo que lo canta nunca se ausenta).
23.47 h. De vuelta a casa, miro el libreto de Fernando y lo abro para darle un último repaso antes de dormir: “Yo cuando estoy solo/ me pongo la música alta hasta reventar/ y bailo y salto y hago el mongolo/ hasta darme vergüenza de mí mismo./ Yo, cuando estoy solo,/ escucho a esos negrazos cantando blues/ y me digo, por esta vez pase,/ por esta vez vale la pena/ la vida al lado de los monstruos”. Intento pensar como yo, pero pienso con su voz porque cuando lees a Fernando es inevitable pensar un poco como él. Así que me rindo: ¿Y tú? ¿Tú qué haces cuando estás sola? Yo me pongo el disco de Rocío Guzmán que aún no ha salido y grito esas canciones fantasmas (porque sólo están en mi memoria) como himnos a la vida y la muerte, como odas al que fui y a la que soy y al que seré y me digo que, por esta vez, vale la pena el desconcierto, las torpezas, las heridas y la fugacidad. Veo a todos los hombres y todas las mujeres que nos antecedieron como un milagro más que como una carga. Apago los ojos y cierro la luz. Hace tiempo que no necesito un ansiolítico para dormir.
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