elDiario de un espectador | Like a virgin (si una noche de otoño un espectador)
23.34 h. Has tomado unas cervezas en el bar del Teatro Central después de ver La plaza de El Conde de Torrefiel. Te has encontrado con gente querida de la profesión (G, L, C, A, F, JL, N,…) y os habéis puesto una mijita al día. Todos habéis venido deseosos de ver por primera vez en Sevilla (ya era hora) a una de las compañías más importantes del panorama escénico español y europeo. Algunos, con suerte, ya la habían visto en Madrid, Barcelona o donde fuere. Otros, como tú, habíais leído con admiración 'Mierda bonita', la recopilación de textos de Pablo Gisbert para la compañía que comanda a medias con Tania Beyeler y habíais visto en vídeo sus trabajos.
Ahora caminas de vuelta a casa y repasas el poso que te ha dejado la obra. Pasando por el puente de la Barqueta se te viene un título para resumir lo que has vivido: Like a virgin. Sí, es la canción de Madonna del año 84 que habla de una muchacha que atravesó un desierto (metafórico) y encontró el amor, un amor que la hace sentir como una virgen a la que tocan por primera vez. Tú escuchabas esa canción sin entender la letra y bailabas solo en el salón familiar con la música a toda hostia. Así, y casi solo así, sentías algo parecido a una reconciliación con la vida. Y no es que 'La plaza' te reconcilie con la vida, hay otras obras que sí lo hacen. Es más bien que durante los casi noventa minutos de función, te has sentido como tocado por primera vez, descubriendo que este encuentro al que llamamos teatro o artes vivas o lo que sea sigue guardando posibilidades que no esperabas y te recuerda que cada encuentro verdadero es un primer encuentro.
21.07 h. Telón echado. Tú sentado para ver la función. Llega G. Habláis un poco. Tiene la butaca de justo delante. Cuando se está haciendo el oscuro, aprovechas que no hay nadie y te sientas a su lado. El telón se levanta despacio, muy despacio. Hay un rectángulo perfecto de luces y flores en el escenario. Te resuenan en la memoria esos homenajes a víctimas en ciudades: tu salida a Sol desde el metro cuando hacías un curso de teatro y no habías visto las noticias (año 4 a. m: antes de tener móvil), flores y velas pidiendo que no asesinaran a Miguel Ángel Blanco y tú creyendo que estabas en una ensoñación quijotesca (demasiado teatro); Lady Di; aquel bolo en Almería en que las mujeres con las que ibas lloraron ante el gran pescado que se construyó en memoria de Gabriel Cruz. Una lista de duelos fugaces por gente que no conocimos. La instalación va teniendo sutiles transformaciones de luz. Tres o cuatro cosas te ocurren a la vez (por lo menos): tu catálogo de recuerdos, el texto proyectado que te incluye en una ficción que es y no es lo que ves, el placer estético de mirar. Además, los estímulos escasos y espaciados te regalan la suavidad de abandonar el ritmo frenético de eso que llamamos vida.
21.26 h. El telón baja, pero esto no es el final. El relato que arrancó con textos proyectados sobre el fondo prosigue pero ahora sobre el propio telón. Tras él, adivinas una actividad frenética de gente retirando flores y luces. El ambiente sonoro que comenzó con la pieza no cesa, ni lo hará hasta el final; pero va mutando, provocándote distintos estados.
21.29 h. Se abre de nuevo el telón y aparecen personas sin rostro y el relato sigue. Os habla a todos, pero solo como si os hablara a cada uno de vosotros. Esa segunda persona tan difícil de sostener, de hacer creíble, se convierte en una de las dos voces de tu conciencia. Esa, que viene desde fuera, y otra que tú aportas, bailan un paso a dos. A veces, agarradas, otras cada una en su rincón.
21.48 h. El relato que lees y lo que ves no guardan relación directa. No hay ilustración de los que se dice, no hay sincronías. Bueno, sí. La hay fugazmente cuando se cita la música que suena en tus/sus cascos. El paso a dos muta en paso a tres: tu voz, tu voz prestada (ese tú del texto), lo que ocurre en escena (ritmo lento, suave, hipnótico, escenas cotidianas). Somos animales en busca de sentido y tú tratas de recomponer el puzle, de que las tres voces sean una. No lo son. Te pasa como en muchas pelis de Godard: la banda sonora y la visual no están de acuerdo y ese desacuerdo es provocación para que tu lectura vaya más allá y también es metáfora de la lucha imposible por recuperar un sentido, creer en Dios o en los hombres y las mujeres, en un futuro, en que esto que vivimos es digno de llamarse vida.
22.11 h. El discurso de tu voz prestada habla de porno, de un niño muerto a martillazos en la escena, de un futuro que es este presente. Una escena te aterra. La chica dormida en medio de la calle y el peligro de su cuerpo ofrecido al capricho de quien pase y, por tanto, al horror. No hay morbo. No hay sensacionalismo. Solo el miedo espeso de la amenaza: el hombre es un lobo para el hombre, el hombre es dos lobos para la mujer.
22.25 h. La pieza termina. No digas cómo. Aquí no cabe spoiler. No hay un desenlace que desvelar. Pero prefieres que quien te lee lo viva en la propia plaza. Se espera una conclusión tras el viaje, pero (afortunadamente) no la hay. Al menos, no como tú la esperabas. Tampoco hay ese rito del aplauso. Lo que ha pasado, te ha pasado solo a ti y te ha pasado por primera vez. Eras virgen y no lo sabías.
23.17 h. Cruzas la Alameda de Hércules. Está llena de personas que buscan desesperadamente la diversión, que quieren sentirse vivas y, otro sábado más, sospechan que no lo van a conseguir. Las miras sintiéndote levemente superior pero, sobre todo, lejos, muy lejos de sus afanes. El fin de semana que viene o el otro, tú serás uno de ellos y alguien te mirará como tú los miras.
23.57 h. Te has metido en la cama y lees esto: “Ahora tengo, sin embargo, algo que decir: ¿Sé acaso si esto es de la misma clase que lo dicho por otros? No lo sé. A cierto nivel, lo que yo digo no es lo mismo. A otro nivel, es definitivamente lo mismo, y no existe diferencia alguna entre lo que yo digo y lo que dicen los demás. Sea como sea, permíteme que intente decirte lo que pienso” .
Viernes, 26 de noviembre
19.30 h. Te sientas a ver 'Los Remedios' en un patio de butacas lleno de gente de Los Remedios. Por si alguien leyera este diario, está bien que aclares que Los Remedios es una obra de la Compañía Exlímite y también (y no es casualidad) un barrio sevillano. Piensas que esto es como la ratonera de Hamlet, pero sin asesinatos (¿o sí?). Empieza la función. Calla, atiende y luego cuentas.
21.57 h. Ya es luego. Por eso cuentas que la obra es una autoficción que trata de hacer las paces con un pasado en el barrio que sus intérpretes vivieron y no saben dónde colocar. Y, en ese pasado, cristalizan sus linajes. Hay generosidad y valentía para nombrar. Hay dos actores entregados y estupendos. Hay emoción que traspasa al patio de butacas. Piensas que la apuesta de usar elementos del costumbrismo (parodias de profesores del colegio en que estudiaron, reconstrucción de peleas familiares domésticas) en un contexto no costumbrista les ha salido de maravilla. 'Los Remedios' es un fenómeno que no para de crecer desde su estreno. El Premio Max Revelación es la prueba, no la conclusión. A ti te gustaron especialmente el empeño por poner el cuerpo en el centro de ese asunto de la herencia familiar, la suavidad de Pablo en algunos matices de su interpretación, la entrega a tumba abierta de Fernando, el compromiso de ambos en la impecable composición de los múltiples personajes, el uso de los elementos identitarios andaluces (sevillanos) sin solemnidad ni parodia. Además, por el precio de una obra, te viviste también una especie de psicomagia colectiva (la mitad de los nombrados en la obra estaban en el patio de butacas).
23.12 h. Camino de casa, piensas que tú naciste en Triana, justo a lado de “sus” Remedios, quince años antes. Como eres un pedantillo sensiblero, te acuerdas de un verso de Vallejo y lo parafraseas en voz alta: “Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama teatro. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande”.
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