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ENTREVISTA

Ignacio Pérez-Soba, ingeniero de Montes: “Se detraen recursos de la prevención para la extinción de incendios, creando un círculo vicioso”

Ignacio Pérez-Soba

Néstor Cenizo

16 de septiembre de 2021 20:16 h

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Aunque el incendio de Sierra Bermeja le haya pillado a cientos de kilómetros de distancia, Ignacio Pérez-Soba sabe de lo que habla cuando habla del fuego. Es el Decano del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes en Aragón, ha coordinado medios en extinción de incendios y aporta una mirada si no heterodoxa, al menos inconformista ante lugares comunes y dogmas sobre la materia instalados cómodamente en el imaginario colectivo.

Hace apenas tres meses impartió una conferencia (virtual) en el Ateneo de la Escuela de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad de Zaragoza. “Incendios forestales en España: humo de mitos, leyendas urbanas y realidades rurales” era su título, y en ella aportaba datos: España es el séptimo país de la cuenca mediterránea en cifras relativas de hectáreas quemadas por superficie forestal (muy por detrás de Portugal, que lidera la triste estadística); el número anual de incendios viene descendiendo ininterrumpidamente desde la década negra 1995-2005; y también ha descendido el número de grandes incendios, que son aquellos en los que se queman más de 500 hectáreas. Actualmente la media de los últimos cinco años es de 23 incendios de este tipo. En contra de la percepción generalizada, “el fenómeno ha ido a menos en los últimos quince años”.

También destripaba el mecanismo que, partiendo de una mala comprensión del problema, desemboca en la toma de decisiones políticas que acaban resultando contraproducentes: hay un “abismo infranqueable” entre la realidad rural y las decisiones mediatizadas y adoptadas con sesgo urbano.

Su conclusión era clara: “España claro que tiene un problema de incendios forestales, pero no es el peor del mundo, ni del Mediterráneo, ni siquiera de la Península Ibérica”. No porque se haya recuperado la gestión forestal, sino por la enorme inversión en sistemas de extinción. Sin embargo, las capacidades de extinción ya muestran síntomas de agotamiento para hacer frente a grandes incendios.

En esta entrevista, evita responder sobre la gestión y las circunstancias particulares del incendio de Sierra Bermeja, que desconoce, pero sí detecta elementos comunes en este tipo de fuegos: el abandono progresivo, desde los años 80, de las políticas de gestión forestal, y el cambio climático.

¿Qué tiene de especial un incendio como el de Sierra Bermeja?

Es un incendio que ha modificado las condiciones climatológicas de las zonas circundantes. Ha creado un pirocúmulo, generado por el aire caliente del propio incendio que asciende rápidamente arrastrando material incandescente, que queda en altura y acaba formando una nube en forma de seta o coliflor, detenida por el aire frío en las capas superiores. Entonces ya no es solo que caigan pavesas, sino que pueden producirse incluso descargas eléctricas secas y caída de pavesas y materiales sólidos en zonas lejanas. Al topar con aire frío, estas corrientes pueden causar movimientos locales en la atmósfera que sean impredecibles. El viento dominante, que es lo que puede medir el sistema de extinción, no tiene tanta importancia como los vientos racheados e impredecibles creados por el pirocúmulo.

¿Es posible apagar un incendio así, o solo cabe confiar en una mejora de las condiciones, como la lluvia que finalmente ha permitido controlarlo?

La extinción de incendios forestales se ha de hacer atendiendo en primer lugar a la seguridad del personal que interviene. Puede acercarse al frente del incendio todo lo que razonablemente pueda hacerse. Cuanto más se acerque, mayor eficacia. Para eso lo que se necesita es que las llamas permitan trabajar en su cercanía. A unas llamas enormes nadie puede acercarse. ¿Cómo hacer con un incendio de estas características? Se suelen utilizar las descargas de agua con medios aéreos, para refrescar y que las llamas bajen su longitud. Pero cuando encontramos llamas muy altas, las descargas son casi inútiles, porque desde que se descargan hasta la base se pierden casi íntegras, porque se evaporan. Algo refrescan, pero no lo suficiente. ¿Qué hacer? Trabajar donde no existan esos riesgos: cola y flancos de atrás hacia adelante. Con esto se logra que el incendio no vuelva si cambian los vientos, e ir avanzando con seguridad, estableciendo líneas de defensa donde se ha eliminado el combustible, hacia el frente, intentando que este no se abra en forma de abanico, sino que sea lo más estrecho que se pueda manejar. Esto debe verse sobre el terreno: cuál es la mejor estrategia, más eficaz y segura.  

Le leo un titular de estos días: “Los incendios de sexta generación llegan a España?”. ¿Qué es un incendio de sexta generación? ¿Realmente es el primero de estas características en nuestro país?

Para formular esta hipótesis según la cual van apareciendo nuevas generaciones de incendios a lo largo de las décadas, hay que tener en cuenta dos elementos: el desgraciado abandono de la gestión forestal y el incremento de las temperaturas medias, como síntoma característico del cambio climático que padecemos. Hay una teoría de un grupo de ingenieros de montes, con mucha experiencia y por tanto a tener en cuenta, que califica los tipos de incendio de manera temporal hablando de generaciones: la primera generación en los años 50 y las siguientes en las décadas siguientes. No obstante, es una hipótesis no aceptada de manera generalizada. Hay elementos que debemos considerar. En los 60 hubo un incendio en San Martín de Valdeiglesias con las mismas circunstancias.

Si es una tipología de incendios de la que existen referentes anteriores, ¿por qué hemos conocido el término esta semana?

En esta ocasión ha saltado a los medios esta teoría de hace unos años, y ha tenido éxito mediático. Sería más exacto hablar de tipos, decir que los tipos cuya extinción es más difícil van siendo más frecuentes, porque ninguno de los dos factores de los que hemos hablado evoluciona favorablemente. La gestión forestal va considerablemente a menos, se detraen recursos de la gestión y prevención y se dedican a la extinción, creando un círculo vicioso: si el monte esta peor gestionado tendrá más probabilidad de generar un fuego de extinción difícil, y la extinción será menos eficaz, de modo que exigirá más recursos para serlo.

¿Entran en esta categoría incendios como los que hemos visto en los últimos años en Grecia, Australia o California?

Sí, entran en esta tipología. Pero yo pediría no hacer taxonomía de incendios, porque no deja de tener un componente artificial. España, en un contexto internacional, no es el país con un problema más grave, ni mucho menos, con los incendios forestales, en términos absolutos o relativos. Ni en el Mediterráneo. Ni si me apura en la Península Ibérica. Nuestros vecinos portugueses tienen en los últimos años un problema más severo que el que tenemos en España. Esto no es un problema español, sino global, que está agravándose en países desarrollados y que tiene mayor repercusión en estos países, donde hay más medios de información.

En África sigue habiendo una cantidad enorme de incendios de los cuales nadie habla. El cambio climático en general hace que la vegetación forestal crezca más y esté más disponible para arder. Pero los incendios no empiezan porque hace calor, sino porque hay una ignición, por causas naturales o artificiales. En la lucha hay que centrarse en la adecuada gestión forestal y contra las causas humanas.

¿Una intervención más contundente desde el principio en Sierra Bermeja hubiese ahorrado este desastre?

Las igniciones al principio son pequeñas y fáciles de atacar, lógicamente. Cuando nos planteamos una ignición hay que llegar cuanto antes, desde luego, para conseguir que no adquiera proporciones no manejables, y empiecen los fuegos de copa y los antorcheos, que generan una altura de llama que nos sitúan en el escenario problemático. Pero para eso conviene que el monte esté bien gestionado: que la masa no sea impenetrable ni abandonada, llena de combustible fino, seco y muerto, sino que sea penetrable, con los árboles en su mejor desarrollo, con capacidad de retención de agua y los combustibles gruesos estarán lo más húmedos posible. Entonces, si hay ignición no avanzará rápidamente, no tenderá a hacer fuegos de copa y dará tiempo a llegar cuando hay fuego de superficie, contra el cuál es fácil llegar.

No sé qué ha pasado en este caso. No es solo llegar pronto, sino tener monte bien gestionado. En determinadas ocasiones llegar pronto solo sirve para pedir refuerzos, si ya tenemos fuego de copa, que es el miedo que tenemos todos los que nos dedicamos a esto. Entonces ya solo podemos plantearnos ataques indirectos, porque los directos no se pueden hacer en condiciones de seguridad.

Usted y otros expertos inciden estos días en el progresivo abandono del cuidado del medio forestal. ¿Por qué ha ocurrido esto? ¿Es caro cuidar el monte?

Es más barato hacer una buena selvicultura y cuidado del monte que los recursos de extinción. Lo que sucede es que los de extinción son muy visibles cuando toda la atención política y mediática está en el monte. Cuando no hay incendio, en enero, nadie se acuerda de que existe. Es entonces cuando se deben realizar los trabajos e inversiones necesarios. No se hace porque lo que llama la atención en los medios es la catástrofe. Se prefiere incrementar, y hay datos evidentes, la inversión en extinción e infraestructuras relacionadas, en lugar de selvicultura, en ganadería extensiva y en general en el monte.

Existen ayudas europeas de fondos FEADER para la prevención de incendios. Sin embargo, al menos en Andalucía, se ha quedado sin asignar la práctica totalidad, después de años sin convocarse. ¿Esto es habitual? ¿Falta dinero o faltan mecanismos para hacerlo llegar?

Lo que veo como cuestión general es que no se ponen esos fondos a disposición. Hay muchas CCAA en las que los fondos dedicados a desarrollo rural han tenido una orientación ganadera, y sobre todo intensiva, y el sector forestal ha sido convidado de piedra. En el conjunto de España, es la hermana pobre. Lo que no se puede hacer es analizar el problema de los incendios forestales con independencia del estado de los montes, como si fuera un tsunami que viniera de la nada, cuando está absolutamente relacionado con la gestión forestal y con que las personas y poblaciones estén vinculadas a esa gestión.

Suele ponerse el ejemplo de que, en los pinares de Soria y Burgos, con tradición antiquísima de gestión de esos montes, la presencia de incendios es escasísima. Lo que no se puede pretender es que la población solo se acuerde del monte cuando hay un incendio. La población tiene que estar vinculada con el monte mediante trabajos, mejoras y aprovechamientos. Es importante que la sociedad entienda que hay que cortar madera, que el aprovechamiento sostenible de la madera no solo tiene un componente económico, sino que es decisivo de mejora de la masa y prevención de incendios forestales y de vinculación de la población. Lo que no tiene lógica es que quienes padecen disgustos enormes por estos incendios, y con razón, cuando llega el momento de cortar madera les parezca que no hay que cortarla.

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