- Campillos, el municipio donde falleció un bombero en la tormenta del pasado fin de semana, sigue luchando por recuperar la normalidad después de las graves inundaciones
“Estamos empezando a recuperarnos, viendo un poco de luz en lo hondo de este túnel”, dice Curro González a la puerta del Ayuntamiento de Campillos (Málaga). Lleva cinco días en que apenas ha parado. Coordina a los voluntarios de Protección Civil en este municipio de unos 8.000 habitantes, zona 0 de la catástrofe del pasado fin de semana. Aquí cayeron unos 300 litros por metro cuadrado en unas horas. Aquí murió un bombero, arrastrado por la riada en un camino.
Las comarcas de Guadalteba y Guadalhorce aún se recuperan del impacto. Conforme uno se acerca al epicentro se van haciendo visibles las huellas del desastre, a cada kilómetro más nítidas, hasta que llega un punto en que aparece el caos. Primero es la tierra todavía húmeda y brillante bajo los olivos; luego la carretera teñida de rojo; después aparecen los quitamiedos manchados de barro. “Por aquí bajaba el agua desde Humilladero y traía todo el limazo de las fincas”, comenta José María Velasco, gerente de una estación de servicio de la A-384 entre Campillos y Antequera.
Él llegó a la gasolinera a las 6 de la mañana, apenas pasado el aguacero, y lo primero que hizo fue comprobar que el barrizal no había alcanzado los depósitos de combustible. El barro levantaba 20 o 30 centímetros. Después de días de limpieza, han emergido las aceras y las tuberías rotas, y el asfalto levantado.
Apenas a cien metros está la funeraria de Antequera. Ignacio Ruiz, hijo de la dueña, todavía limpia con una manguera a presión el barro que cayó desde la carretera. El agua corre roja aunque lleve limpiando desde el lunes. Han pasado cinco días del diluvio, pero basta bajar cualquier repecho de la carretera para ver la tierra roja llena de sarpullidos, levantada por la intensidad de la tormenta.
Alpandeire batió el récord histórico de precipitaciones en España: 399,4 litros por metro cuadrado durante la noche fatídica. Algunos cruces están todavía cubiertos por el limo. Cinco líneas de tren siguen parcial o totalmente cortadas, entre ellas la de media distancia entre Málaga-Sevilla. El instituto de Campillos lleva una semana sin clases y el Caminito del Rey no reabrirá hasta el martes. Decenas de personas siguen retirando fango.
“Mucho barro y muchas lágrimas”
A Carmen todo esto le afecta menos que el barro y el polvo que aún se acumula a la puerta de su casa. “Esto ya lo he limpiado varias veces”, dice. Manuel Palacios es su sobrino. Un chaval de 15 años que ha pasado tres días limpiando barro a paladas en jornadas de nueve o diez horas, hasta que hoy se ha puesto a repartir agua. La espalda le ha dado un toque.
- ¿Qué has visto esto días?, le preguntamos.
- Mucho barro y muchas lágrimas.
“¡Ojalá que esto no pase más, porque es ruinoso!”, lamenta Carmen. “Mi hija y su marido tienen dos coches, y a ver ahora qué dice el seguro”.
Los vecinos temen que el siguiente escollo sea conseguir que el consorcio de compensación de seguros asuma el coste de este desastre. “Acaba de venir el perito, y lo primero que ha dicho es que nuestra póliza es muy normalita. La gente se ha puesto a tirar todo como loca, y se creen que les van a poner una casa, y no es así”, advierte Irene Ordóñez a la puerta de su vivienda.
La primera evaluación de daños estimaba que eran de 32 millones de euros. El Gobierno no ha decidido aún si declarará que el lugar es zona catastrófica. Si lo hiciera, Campillos y otros municipios de la zona recibirían ayudas extraordinarias. No lo hizo en el primer Consejo de Ministros tras el desastre, celebrado este mismo viernes, y el alcalde Francisco Guerrero, de Izquierda Unida, anunció movilizaciones por lo que considera “una tomadura de pelo” del Gobierno.
“Vamos a tirar muebles, sofá, todo… No hemos podido salvar nada de la planta baja. El agua me llegó al segundo escalón”, recuerda Ordóñez. Su casa está en el barrio más afectado, muy cercano al Ayuntamiento y en una zona baja, acotada entre el río y un canal que hasta el sábado por la noche discurría embovedado. También cedieron muros en el centro de salud, el instituto y un colegio. “El muro del centro de salud reventó y al reventar vino un tsunami”, dice Ordóñez.
Ella no estaba en casa y cuando quiso volver, ya no pudo. Al día siguiente, se la encontró anegada. “Por la ventana entró lo más grande”, asegura, mientras ultima la limpieza cinco días después: “Las horas que hemos echado no se pueden calcular”. A la puerta hay un cubo lleno de zapatos embarrados, junto a una pila de botellas de Volvone. “Todavía no me lo creo. Tiro cosas, y no puedo mirarlas”. Un par de calles más lejos el barro enterró decenas de coches en los sótanos o los empotró contra los muros.
Pese a todo, son cosas. Porque dice Irene que lo primero que pensó al ver la magnitud de la tromba fue que habría muertos. José Gil, un bombero de Antequera, falleció arrastrado por el torrente cuando trabajaba para ayudar a los vecinos de Campillos. El marido de Irene Ordóñez auxilió a los compañeros que acompañaban en su mismo camión al bombero fallecido. “Fue con un guardia civil, montado en el tractor. Rescató niños de coches y ancianas de sus casas”, cuenta Ordóñez.
Controlando el caos
Un poco más adelante, Antonio Bravo cuenta que volvió de Alemania el martes. “Me enviaron el vídeo y pensaba que era de cachondeo”, dice, mientras enseña una foto que explica por qué su muro está destrozado: allí se empotró un coche. En un vídeo se ve cómo corre el agua por su casa, como si por el pasillo discurriera un arroyo.
“Cuando hemos venido ya habían quitado el fango”, relata. Muchos cuentan lo mismo: cuadrillas de veinte o treinta vecinos han limpiado las casas de los más afectados.
A la puerta del Ayuntamiento, Curro González dice que han pasado del caos a estar “desbordados por la solidaridad”. El miércoles, Campillos pidió agua y ropa, y el viernes ya no podía guardar más. Ya se marcharon la UME y la Legión, despedidos entre aplausos de los vecinos, y hay 160 efectivos de INFOCA, así que tampoco se necesita voluntariado externo. Las zonas sin suministro de agua potable se abastecen con cubas, aunque aquí también se reparten botellas de agua. González explica esto mientras no paran de llegar vecinos en busca de cubos, de lejía o de palos de fregona.
“Fue horrible. Nos activaron a las nueve de la noche, como una tormenta como otras veces, pero nos vimos desbordados. Cuando te ves impotente, la rabia de la impotencia, los coches flotando…”. Protección Civil rescató a una docena de personas atrapadas en sus coches. También intervino por un autobús de jubilados. “Uno lo ve en la tele, en el sillón y dice: ”Lo están pasando mal“. Pero si te toca vivirlo…”.
Han trabajado turnos diarios de 16 o 17 horas, pero este fin de semana pondrán el modo standby, dice. Estarán localizados pero esperan descansar un poco. “Lo tenemos controlado, dentro de lo que se puede controlar un caos”.