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Aicha Almaghrabi: “Las mujeres libias no somos más que un botín de guerra”
“Si no se imponen cambios inmediatos, Libia se abocaría a un modelo `afgano´ en cuanto a los derechos de la población femenina” opina Aicha Idris Almaghrabi (Bengasi, 1956). Escritora y profesora universitaria, Almaghrabi preside también la Organización para la Defensa de la Libertad de Pensamiento. Es autora de cuatro libros de poesía, una novela y una obra de teatro, solo publicadas en árabe. Actualmente trabaja en otros tres libros, tarea que compagina con su activismo y las clases que dicta sobre filosofía de las artes plásticas.
En octubre pasado se cumplieron dos años desde el brutal asesinato de Muamar Gadafi. ¿Qué ha cambiado para las mujeres libias desde entonces?
Las cosas ciertamente han cambiado pero no a mejor. Hemos perdido los pocos derechos que teníamos. A modo de ejemplo, la poligamia sigue siendo habitual en Libia pero, al menos, el hombre necesitaba la aprobación de su esposa para casarse con una segunda vez durante el mandato de Gadafi. Hoy ya no hay necesidad de eso. En realidad, Mahmud Jibril –antiguo presidente del Consejo Nacional de Transición- en su famoso discurso tras el final de la guerra mencionó la revisión de la ley sobre la poligamia incluso antes de hablar de la reconstrucción del país y de su sociedad civil. ¿Cambios? Hoy las mujeres libias no somos más que un botín de guerra. A nivel de la calle, aquellas que reclaman sus derechos son constantemente insultadas, hostigadas y amenazadas. Fuimos parte de la revolución, tuvimos nuestras propias mártires pero, a diferencia de los hombres no hemos conseguido ningún beneficio político de todo ello.
Pero varios cargos del Gobierno sí que son ocupados por mujeres, ¿no es así?
Es cierto pero también lo es que apenas pueden conservar sus puestos porque fueron utilizadas como meros reclamos electorales. Sin ir más lejos, en el llamado “Comité de los 60” – el grupo que ha de redactar la Constitución de Libia- tan sólo hay seis escaños reservados a mujeres. Por si fuera poco, uno de los miembros del Congreso Nacional -la autoridad legislativa general en Libia- incluso pidió medidas para evitar que hombres y mujeres compartan el mismo espacio durante las reuniones. Algunas cifras también son elocuentes: un 90 % del profesorado en Libia son mujeres pero sólo un 2% participan en la toma de decisiones.
En cualquier caso, se podría pensar que la política en Libia palidece ante la figura del muftí –máxima autoridad religiosa.
El muftí ostenta la autoridad religiosa pero en Libia ésta es respaldada tanto por el aparato político como el militar. Se busca que la sharia -ley islámica- sea el núcleo del código penal y de la futura Constitución. Lo que persiguen es institucionalizar su propia interpretación del Corán, algo que resulta mucho más peligroso que el libro en sí mismo. Además, existe un debate sobre la sharia pero a menudo olvidamos que hay muchas versiones de la misma: ¿queremos la iraní ? ¿Quizás la afgana? Tal vez la marroquí?
Pero todos tienen algo en común…
Uno de sus objetivos principales es controlar a las mujeres a través de su propia visión del Corán. No me canso de insistir en que es prioritario separar la religión de la política. Desgraciadamente, las niñas en la escuela son ya obligadas a usar el hijab -velo islámico- y el muftí también está impulsando una campaña para que el resto de las mujeres cubran siempre su cabello. Soy profesora en la Universidad de Zaytuna -centro de Trípoli- pero soy la única que no cubre su cabello. El resto de mis colegas utiliza el hijab, o incluso el niqab -un paño que cubre la cara. Su número no está creciendo debido a la ley sino que es la propia presión del grupo la que se encarga de ello.
¿Qué sabe de los rumores sobre una nueva fetua –edicto islámico- que entraría en vigor a partir del próximo enero, y según la cual las libias no podrán desplazarse por el país sin un muharrim -compañero masculino?
No me sorprendería en absoluto. Vivo fuera de la ciudad y el 13 de febrero fui retenida durante una hora y media por un grupo de hombres armados de camino al trabajo porque no tenía un muharrim a mi lado. Llevé el asunto a los medios de comunicación y el 14 de marzo organizamos una protesta que dimos en llamar “la marcha por la dignidad de la mujer.” Como de costumbre, nos insultaron y amenazaron, y algunas de mis compañeras fueron incluso golpeadas.
¿Es la creciente violencia el problema más acuciante de las mujeres libias?
Es sólo uno entre muchos. Las mujeres en Libia soportamos la carga familiar en toda su dimensión. Las calles no son seguras para nosotras y sufrimos muchos asaltos e incluso secuestros. Por otra parte, todavía no hay una voluntad de garantizar los derechos de las mujeres en la nueva Constitución. La cada vez menor participación en la sociedad civil es también muy preocupante. Empezamos muy fuertes pero la creciente presión ha hecho disminuir nuestra presencia progresivamente. Hoy contemplamos con estupor cómo intentan transformar nuestros ideales de libertad y justicia a través de fetuas y discursos religiosos que tienen una fuerte influencia en las nuevas generaciones. Incluso Gadafi cambió su discurso hacia uno más religioso en los años 80, cuando se dio cuenta de que el islam podía ser una herramienta eficaz para obtener una mayor influencia sobre el pueblo. Sin embargo, la falta de derechos y libertades durante su gobierno impulsó a muchos a posiciones más extremas, como las de los Hermanos Musulmanes o los yihadistas .
¿Qué puede ayudar a desbloquear una coyuntura tan difícil para las mujeres libias?
Incluso en el improbable caso de que finalmente tengamos una Constitución basada en los derechos humanos, todavía será necesario para llevar a cabo otra revolución para cambiar la mentalidad de las mujeres libias. Pero antes de redactar la Constitución es clave acabar con la impunidad de las milicias así como la de todos los grupos armados actuando al margen del Ejército Nacional y la Policía. De no producirse cambios de forma inmediata, nos veremos abocadas a un modelo “afgano” en lo que respecta a los derechos de la mujer.
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