En España, cada hora nacen 38 niños y 12 de ellos son de padre y/o madre nacidos en el extranjero (32,4%). Así se desprende del estudio realizado por el Observatorio Demográfico del CEU (2023) a partir de microdatos del INE. Es la llamada segunda generación de inmigrantes, de la que se habla poco, cuando en realidad, es uno de los vectores de transformación demográfica, sociocultural y económica del país más importantes.
No hay que remitirse al futuro para afirmar que ya hay muchas formas de sentirse español/a. Si ya somos un país complejo, donde la diversidad sociocultural y lingüística endógena ha derivado en sentimientos de pertenencia diferentes, los/as hijos/as de inmigrantes nacidos en España están cambiando definitivamente esa idea de un país culturalmente monolítico que teme perder sus señas de identidad ante la llegada de personas migrantes. Por la sencilla razón de que esas señas de identidad están transformándose.
De la segunda generación de migrantes sabemos poco, por no saber no sabemos muy bien ni cuántos son. Las estadísticas son parciales. Así el INE, recoge los datos de los hijos/as nacidos en España de un padre o madre extranjera, pero la realidad es más compleja, ya que hay que escudriñar más para no olvidar al creciente número de migrantes nacionalizados (240.208 personas adquirieron la nacionalidad en 2023).
Martínez, García, Rodríguez, Pérez, etc son los apellidos más comunes en España, que conviven con apellidos minoritarios pero igualmente nuestros, como Igartiburu, Erentxun, Ferrer o Guardiola, tal como nos hizo ver las célebres películas de Ocho apellidos vascos y una de sus secuelas, Ocho apellidos catalanes. Para extrañeza de algunos, resulta que ahora también hay que empezar a familiarizarse con otros apellidos de españoles y españolas, como Mukanovic, Alaoui, Cherkaoui, El Hassani, Gueye, Mbaye, Mahmoud, Azizi, Rahmani, etc.
¿Cómo les va a estos jóvenes? Sabemos que han crecido con pertenencias múltiples, una vinculada a la cultura del padre y/o la madre y otra a esta sociedad. La pregunta clave es si se sienten parte de esta sociedad. La respuesta no puede ser un ejercicio voluntarista, en realidad, depende de un conjunto de factores, de cómo lo hayamos hecho como sociedad en su conjunto. Mirando hacia nuestro vecino del norte, ya conocemos las consecuencias de hacerlo mal, donde muchos jóvenes, hijos/as de inmigrantes se sienten doblemente desarraigados: de la sociedad francesa y también de la cultura de origen de sus padres.
Nadie se integra a costa de renegar de su origen. La integración, palabra manoseada, como tantas otras, hasta el punto de resignificarse con la asimilación, es un proceso bidireccional
Efectivamente, igual de importante es lograr que se sientan parte de esta sociedad, como que no se desarraiguen de su cultura de origen y sus lenguas maternas, para lo cual, éstas tienen que percibirse como apreciadas, reconocidas, y no en un plano abstracto, sino en temas tan concretos como el currículo educativo (el real). Lamentablemente, sabemos que imperan los modelos asimilacionistas, que a muchos les parecen la mejor solución, a pesar de que ya tenemos sobradas evidencias de que, más allá de consideraciones éticas o de posicionamientos ideológicos, sencillamente no funciona. Nadie se integra a costa de renegar de su origen. La integración, palabra manoseada, como tantas otras, hasta el punto de resignificarse con la asimilación, es un proceso bidireccional.
Construir un Nosotros inclusivo, que no solo respete la diversidad sino que promueva el diálogo intercultural, es el reto que tenemos que afrontar, no ya solo para promover la integración de las personas migrantes, sino porque la identidad colectiva, en este caso la de una comunidad política, es un proceso en permanente construcción (oh sí, lamento contradecir a los que se remiten a las esencias inmutables). Olvidamos a menudo que una sociedad intercultural se sustenta, sobre todo, en lo que nos une, apoyándose en un armazón de derechos y deberes, que facilite la igualdad de oportunidades, que nos hace sentir, en definitiva, que formamos parte de una comunidad.
Igual el problema no es como combatir el mantra de que los migrantes “nos quitan” el trabajo sino cómo superar la modalidad de trabajo indefinidamente precario que hace que España sea uno de los países donde los jóvenes tardan más en emanciparse de sus padres
La lógica imperante en la que, sin embargo, estamos atrapados es otra: la lógica del “nosotros” y “los otros”, “los de aquí” y “los de fuera”, una lógica de la que se retroalimenta el fascismo y ante la cual, las posiciones reactivas tienen poco efecto. No nos equivoquemos, pensando que en la categoría de “los otros” sólo están las personas de origen migrante, también están la mayoría de las personas que viven en los barrios desfavorecidos del país, en los que, en todas las elecciones, se dan los índices de abstención más altos. Y también, muchos jóvenes “de aquí”, la mayoría que no ha nacido en una familia acomodada, a los que ya no hace falta que les digamos que vivirán peor que sus padres porque ya lo saben.
Jóvenes, no jóvenes migrantes
Por ello, igual tenemos que revisar la pertinencia de las preguntas. Igual la pregunta no es cómo “integrar” a los jóvenes de origen migrante sino cómo “integrar” a los jóvenes. Por ejemplo, igual el problema no es como combatir el mantra de que los migrantes “nos quitan” el trabajo sino cómo superar la modalidad de trabajo indefinidamente precario que hace que España sea uno de los países donde los jóvenes tardan más en emanciparse de sus padres. Igual la pregunta no es cómo “integramos” a los/as migrantes en la escuela sino como logramos que la escuela, primero, continúe siendo pública, segundo tenga más recursos y tercero desarrolle estrategias eficaces para ser una escuela verdaderamente inclusiva e intercultural.
Lo cierto es que la brecha de la desigualdad se ha ido agrandando tanto que hay hasta multimillonarios en Estados Unidos y Europa que están pidiendo que les cobren más impuestos. Aterrizado en un barrio de clases trabajadoras, lo primero que nos encontramos es que la mayoría se cree perteneciente a la clase media cuando la mayor parte no llegan a final de mes, al tiempo que miran con recelo al último de la cola: el migrante, al que ya se encarga de cosificar los poderes públicos con acrónimos como los MENAS, para no decir niños sin familia, o extutelados, para no decir jóvenes, que tienen los mismos problemas y aspiraciones que sus compañeros autóctonos.
Las políticas públicas locales necesitan de una evaluación y de un rediseño que sitúe a los jóvenes como protagonistas, como sujetos de la acción de dichas políticas y no como meros ‘consumidores’
Las políticas públicas dirigidas a los jóvenes están en su mayor parte centradas en la promoción de actividades de ocio y tiempo libre de consumo, porque claro, dicen, a los jóvenes no les interesa la participación o es “muy difícil” promoverla. Igual no les interesa constituir una asociación juvenil y pedir una subvención, pero sí participan en las cosas que les interesan. Los datos de los estudios sobre las actitudes y la participación de los jóvenes arrojan conclusiones contradictorias, pero lo que es una evidencia que las políticas públicas locales necesitan de una evaluación y de un rediseño que sitúe a los jóvenes como protagonistas, como sujetos de la acción de dichas políticas y no como meros ‘consumidores’.
La postpandemia nos ha hecho ser más conscientes y sensibles a problemas como la salud mental, y casi no nos creemos esos datos que de vez en cuando se publican sobre trastornos alimenticios, autolesiones o suicidios que afectan a los jóvenes.
De todo esto forman parte los jóvenes migrantes que han nacido aquí y los que han llegado siendo menores. De todo esto forman parte las personas migrantes en general que representan más del 13% de una población, la española, envejecida, y que, gracias a las migraciones, están frenando el desequilibrio entre la población activa y pasiva.
En realidad, por si alguien a estas alturas del artículo, aún no se ha dado cuenta, hablar de jóvenes migrantes es hablar de nuestros jóvenes.