Las fronteras son barómetros del estado del mundo. En las fronteras se muestra un catálogo de las contradicciones de las sociedades del bienestar y cómo estas construyen los procesos de segregación y las desigualdades según la etnia, la clase, el género o la edad. En la frontera Sur de Europa y la frontera Norte de Marruecos se cristaliza la hipermovilidad del capital o la facilidad del movimiento para todo lo que se consume: sean mercancías deslocalizadas, fuerza de trabajo precarizada o cuerpos explotados sexualmente. Todo lo que es objeto de consumo circula sin impedimento.
A la par se establece un control fronterizo para todas las personas que puedan ser rentables, desde las que pueden pagar un visado a las que se ven sobornadas por un pasador. Para establecer estos filtros fronterizos, toda una industria de guerra se ha instalado en las fronteras (sistema de visados, vallas, concertinas, radares, cuerpos policiales o procedimientos administrativos vacíos de derechos).
A la par, la industria de la compasión ha despersonalizado a los sujetos que objetan las leyes que limitan el derecho humano a la libre circulación, consagrado en el artículo 13 de la declaración de los derechos humanos. Además de lugares de “no derechos”, las fronteras son ya “no lugares”, recuperando el concepto de Marc Augé. Son espacios de anonimato. Nuestro Mediterráneo es un “no –lugar” donde la muerte se está convirtiendo en anónima por antonomasia.
No hay otro lugar en el mundo donde se construya a los muertos en el más puro anonimato. Puro anonimato que es vejatorio, porque son personas con familias, nombres, historias, luchas y vida que la industria de la compasión está convirtiendo en cuerpos inertes que se consumen como cifras. A las muy pocas víctimas a las que se les pone nombre, se las despersonaliza, como el niño Alán Kurdi que murió ahogado en una playa de Turquía. Su imagen aparece aún en las redes sociales impidiendo a su familia poder cerrar el duelo.
Son salvadoreños, kurdos, mexicanos, nicaragüenses o congoleños los cuerpos de los niños y de las niñas ahogados que aparecen en las redes, ningún cuerpo de un niño blanco se muestra así, con la fiereza de la muerte. Qué enfermas las sociedades que necesitan consumir la imagen de un cuerpo inerte para generar conciencia o sensibilizar cuando esta forma de narrar la muerte lo que se provoca es aún más violencia.
En la Frontera Sur de Europa y en la Frontera Norte de Marruecos se escenifica la preeminencia del control migratorio, las formas de externalización de la frontera y esta industria de la compasión que alimenta un discurso belicista, instalado en la urgencia, en la precipitación y en el compadecimiento. Un discurso racista que nos conmueve pero que no cuestiona.
Necesitamos otra narrativa. Es necesario que este discurso compasivo sea desplazado por un discurso de derechos. Sería necesario comenzar por nombrar las dos orillas con entidad propia. Hay un discurso hegemónico sobre la Frontera Sur de Europa que es urgente deconstruir.
Necesitamos una polifonía de voces. Necesitamos una nueva epistemología de las fronteras. Comprender que los tránsitos migratorios están plagados de violencias, violencias que comienzan lejos de las fronteras y que se van consumando en el camino.
Es importante tener una visión holística de los procesos de las personas en movimiento, no hacerlas visibles sólo cuando cruzan una frontera desdibujando la historia vital de cada uno. Hay que sumar territorios y transnacionalizar las luchas y las redes de apoyo.
Necesitamos poner los derechos en el centro y exigir la restitución de derechos desde una perspectiva de justica y reparación a las personas víctimas de estas fronteras, a sus familias y a las comunidades. También es importarte apostar por buscar formas que superen la perspectiva de la extranjería, que consagra a la persona en una condición subalterna porque se la piensa sólo dentro de un territorio hegemónico. Es necesario salir de estas categorías y pensar en estrategias de defensa de la vida, de exigencia del derecho a la movilidad desde lo multiterritorial y desde las alianzas de comunidades y personas.
Mercedes G Jiménez, antropóloga. Centro ACRES. Tánger
Las fronteras son barómetros del estado del mundo. En las fronteras se muestra un catálogo de las contradicciones de las sociedades del bienestar y cómo estas construyen los procesos de segregación y las desigualdades según la etnia, la clase, el género o la edad. En la frontera Sur de Europa y la frontera Norte de Marruecos se cristaliza la hipermovilidad del capital o la facilidad del movimiento para todo lo que se consume: sean mercancías deslocalizadas, fuerza de trabajo precarizada o cuerpos explotados sexualmente. Todo lo que es objeto de consumo circula sin impedimento.
A la par se establece un control fronterizo para todas las personas que puedan ser rentables, desde las que pueden pagar un visado a las que se ven sobornadas por un pasador. Para establecer estos filtros fronterizos, toda una industria de guerra se ha instalado en las fronteras (sistema de visados, vallas, concertinas, radares, cuerpos policiales o procedimientos administrativos vacíos de derechos).