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La selva andaluza, el último reducto tropical de Europa

Masa forestal en Andalucía

Alejandro Ávila

“La nación que destruye su tierra, se destruye a sí misma. Los bosques son los pulmones de nuestra tierra”, decía Franklin Roosevelt, trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos, hace ya 70 años.

Hay un lugar de Europa donde los bosques, lejos de retroceder, avanzan. Un punto de esperanza con 2,5 millones de hectáreas forestales, que atesora el último reducto de bosque subtropical de su continente y una especie de abeto única en el mundo. No es Alemania, ni Finlandia. Se trata de Andalucía, donde sus bosques se extienden por el 55% de sus 87.000 km2.

Basta abandonar la autopista Sevilla-Cádiz, e internarse en la A-381, para descubrir un tupido bosque que rompe de un vistazo con el tópico de Andalucía como tierra de sol y playa. Ante la vista del conductor se extiende el Parque Natural de Los Alcornocales que, con sus 170.000 hectáreas de extensión, atesora el mayor alcornocal del mundo.

No es raro que la bruma te sorprenda al entrar en estos parajes. En ellos podemos encontrar bosques de niebla, toda una sorpresa para aquellos que piensan que solo existen en determinadas zonas montañosas de América, Asia o África. Aquí, en la Europa meridional, reciben el nombre de canutos. Toman su nombre del árabe, significa “tubos” o “trozos de caña”, y hace referencia a bosques en galería presentes tanto en esta zona de la provincia de Cádiz como en la Sierra de Grazalema o la de Ronda.

Los canutos son un preciado vestigio de esas selvas europeas que retrocedieron ante las glaciaciones del cuaternario y encontraron su último refugio en tierras más templadas.. Cuando los hielos volvieron a retroceder, el clima seco del mediterráneo impidió que las selvas volviesen a recuperar su extensión. En los canutos, el viento, el agua y las montañas terminaron imponiendo su ley natural y protegiendo en sus estrechos valles ‘fósiles’ vivientes de la era terciaria.

Helechos para la imaginación

La luz tenue, fruto del dosel arbóreo y las pendientes de los valles, y la humedad acogen especies relictas como el ojaranzo y varios tipos de helechos, así como el aliso, el fresno, el laurel y la adelfa. La niebla y los helechos creciendo sobre los enormes troncos avivan, como en otros lugares asilvestrados, la imaginación del ser humano. Así lo hizo con la del novelista Juan Pino Palma, que le dedicó su relato Nubes en el corazón a este rincón gaditano.

Más allá del encanto del paisaje y las riquezas naturales, Los Alcornocales proporciona refugio, bienestar y recursos a todo tipo de especies, la humana incluida. El corcho que se extrae de sus bosques proporciona prácticamente la mitad de la producción de todo el país. Además de a ungulados, gatos monteses, zorros, nutrias, halcones, buitres o águilas, este espacio protegido acoge a todas esas aves migratorias que transitan cada año entre África y la Europa más septentrional.

No muy lejos de allí, otra reliquia de las glaciaciones conforma un paisaje con una especie única: el pinsapo, un abeto endémico de Andalucía. El pinsapo se extiende en más de 8.000 hectáreas de coníferas repartidas por las sierras occidentales de las Cordilleras Béticas, como la propia Sierra de Grazalema, la de Ronda y la Bermeja. Los pinsapares se concentran en lugares no muy calurosos, lluviosos y con nieblas de primavera y otoño de las sierras altas andaluzas, formando bosques especialmente tupidos en aproximadamente el 10% de esas 8.000 hectáreas únicas.

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