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Un café negro en casa de la duquesa roja

Palacio de los duques de Medina Sidonia.

Enrique Alcina

Un café bebido, por la duquesa roja. Un pedazo de tarta de dulce de leche, por su inmenso legado. La tarde invita. Al compás de las cuitas judiciales que enfrentan a los hijos de Luisa Isabel Álvarez de Toledo con la viuda de la aristócrata rebelde y republicana, Sanlúcar de Barrameda sopla fuerte al veleidoso Levante en calma tensa, recoge firmas en defensa del futuro incierto y late como un corazón loco que se dobla con el viento. Arriba, en el Palacio Ducal, suena la voz eterna de Jesús de la Rosa y los turistas reconocen las estancias de la duquesa ajenos a la batalla legal del tiempo.

En pos de aliento a la Fundación cuyos fondos mantienen el Palacio y el Archivo de la duquesa de Medina Sidonia, abajo, en la bulliciosa plaza del Cabildo, los componentes de la diversa Plataforma que promueve la conservación de dicho patrimonio histórico artístico como unidad inquebrantable, y rechaza su fragmentación y deslocalización, muestran su preocupación y sintetizan su interés primordial, que “el legado de la duquesa se quede en Sanlúcar”.

Nadie duda de la relevancia a nivel turístico y cultural de la entidad constituida por la duquesa con la meta de fomentar la protección, investigación y difusión del monumento renacentista y su contenido. El Palacio con orígenes mudéjares y la biblioteca y documentación que alberga un legado de primer orden, explican la vinculación de Europa con América, y relatan las historias rodeaban la azarosa y fascinante vida de la duquesa roja. Exiliada interior. Una mujer nada convencional que apenas causaba indiferencia, escritora e historiadora adscrita a su propia filosofía sin dolor. Mujer de presente infinito que denunciaba la ilustre degeneración del imperio venido a menos, por así decirlo, la Expaña canalla, irreconciliable, cuero de prescritos y proscritos. 

La duquesa conoció a la alemana Lilliane Dahllmann en la boda de su hijo Leoncio. Lilliane era la testigo de la novia. Ambas se casaron once horas antes de la muerte de Luisa Isabel, en 2008, tras veinte años de amor a contracorriente

Los hijos de la duquesa reclaman la parte de la herencia, valorada en unos 60 millones de euros. La Plataforma teme que un desenlace en contra de los intereses de la Fundación desemboque en la desaparición del atractivo cultural y turístico, tal vez en su traslado, la venta del Palacio, qué sabe nadie. Miedo les da que la moneda caiga por el lado de la soledad, como la copla de Andrés Calamaro, y que Sanlúcar pierda una de sus razones de ser.

Arriba, sonríen a sol y sombra los tiernos bizcochos de fresa y de manzana, en la cafetería o en los jardines del Palacio. Algunos turistas franceses hablan bajito, sin saber, acaso, que los tribunales se aprestan a consumar el reparto del pastel. O no. Entre los siglos XII y XVI, a medio camino entre los alcázares andalusís y los vestigios del resurgimiento, no hay visos de que vayan a conciliar el sueño la soberbia y la paciencia de Occidente.

En los salones de estilo medieval y muebles con indiscutible veteranía de hasta cuatro siglos de vida, la vida danza al compás de un libro sobre el río Guadalquivir, una revista de economía atroz o una novela de aventuras. El paseante puede entregarse a la breve pero jugosa biblioteca, hablarle de tú sin remilgos al muchacho de cobre que se esconde dentro de una armadura o lanzarse en picado al silencio que observa desde el otro lado del océano, donde prohíben el paso a tanto cotilleo interesado sobre la duquesa, su viuda y sus hijos. Los murillos, los zurbaranes y los goyas no capiscan de culebrones de prensas subvencionadas. Los cafés negros cumplen la voluntad divina. La señora duquesa se acoge a la amnistía del olvido y vuelve a las andadas. 

De pronto, un curioso guiri apretado por el nulo estrés que imprimen los langostinos tigre, que viene de abajo a arriba sin respiro, ni rendicion, abre los ojos como platillos volantes ante la aparición estelar de una pareja de recién casados, a riesgo de perder el norte. “Just married”, reza el cochazo estacionado en la puerta de la calle de la niebla. La chica es pura minifalda, y ha sido declarada monumento de interés turístico por su tierno maromo, que va camino de duchar a todos de envidia con sus ojos de zumo de limón. Ya saltó el Levante.

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