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La gaita gastoreña: sonidos íberos en el corazón de la Sierra de Cádiz

Gaita gastoreña. / Diputación de Cádiz

Mª Ángeles Robles       

15 de octubre de 2018 00:00 h

No tiene nada que ver con las astures, gallegas, aragonesas o mallorquinas, pero en El Gastor, en plena Sierra de Cádiz, también suena la gaita. La usaban los pastores para entretener las largas y solitarias jornadas en el campo. También para comunicarse entre ellos cuando cerraba la noche y era necesario recoger el ganado, o para avisar de su llegada al pueblo; y algunos cuentan que a las jóvenes viudas de la localidad se las rondaba con este instrumento como aviso de que el estricto periodo de duelo había concluido y de que era necesario volver a la vida.

La gaita gastoreña es un particular instrumento tradicional que está todavía muy vivo porque, generación tras generación, los jóvenes del pueblo han ido recogiendo el testigo de sus mayores. Tanto es así, que desde hace años se celebra un concurso muy reñido que coincide con la celebración del Corpus Cristi, una fiesta muy arraigada en los pueblos blancos gaditanos, y en él participan muchos niños que practican durante todo el año para lucir sus conocimientos ese día.

El nombre de gaita le viene dado por su característico sonido, similar al de las gaitas tal y como las conocemos. Pero éste es el único parecido entre ambas porque en esta ocasión estamos hablando de un instrumento de los llamados “aerófonos” y que se encuadra dentro del grupo de los clarinetes.

Al parecer, su origen se remonta a los primeros pobladores de la sierra, los Íberos, aunque después recibió la influencia de la flauta o chirimía árabe. Ya Cervantes, en algunas de sus obras, pone en manos de pastores instrumentos similares a esta gaita gaditana.

Las gaitas gastoreñas salidas de las manos de los artesanos del pueblo son de una rústica belleza y no hay dos exactamente iguales. Para su construcción, se utiliza cuerno de vaca o cabra. En el cuerno se encaja una pieza de madera rectangular con interior cilíndrico, normalmente de nogal, adelfa o higuera, aunque los gaiteros prefieren la primera.

Por último, para tocar la gaita gastoreña es necesaria la “pita”, una caña fina que realiza las funciones de lengüeta simple batiente, a través de la cual se insufla aire y que es la que emite el sonido, más grave o más agudo dependiendo de su grosor. La pieza de madera se decora con formas geométricas, a gusto del artesano, y en el cuerno se suele grabar el nombre del instrumento.

La gaita gastoreña era instrumento de pastores y su función meramente utilitaria, como herramienta de trabajo, pero con el paso del tiempo ha llegado a convertirse en una seña de identidad de la cultura de esta localidad enclavada en el extremo nororiental de la provincia de Cádiz.

Antiguamente formaba parte de los ritos comprendidos en el ciclo de otoño. Se empezaba a tocar a partir de noviembre, “el mes de los muertos”. Los muchachos del pueblo se reunían a soplar su instrumento alrededor de la hoguera y, pasada la Navidad, se dejaba de oír su particular sonido hasta el año siguiente, en el que se construía otra nueva gaita para continuar con el ritual.

Era un instrumento de hombres y la afición por tocarlo pasaba de padres a hijos, aunque hoy en día también las mujeres se han sumando a esta tradición y participan en el certamen anual que se celebra coincidiendo con el Corpus Cristi.

Para hacer sonar su particular melodía, es necesario que el intérprete tenga una notable capacidad torácica porque el toque de la gaita gastoreña implica desarrollar una composición musical en un solo soplo sin interrupción y se valora el tiempo que dura el sonido en ese único aliento. Aunque durante el concurso los participantes tocan sentados, lo tradicional era tocarlo apoyado en la pared.

Todavía hay artesanos en El Gastor que dan forma a este peculiar instrumento tradicional, muy valorado también como pieza ornamental. Oír su peculiar sonido nos transporta a través del tiempo a la época en la que su melodía recorría el aíre de este rincón de la sierra gaditana.

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