Monkey Week: el mono portuense llena la ciudad de rock
Un rato eléctrico inesperado en un rincón de la noche, una cerveza fresquita al compás del puente del Pilar, un paseo en familia por el sol embotellado, un esquinazo en condiciones al oasis cultural y recreativo. En fin, un fin de semana diferente en El Puerto de Santa María, la ciudad de los cien conciertos, otrora de los cien palacios.
La séptima edición del Monkey Week se asoma con “mejores previsiones que nunca” a la orilla del rock y alrededores. Quién hubiera imaginado hace un lustro y medio que un festival de música no adscrita a los circuitos comerciales iría a convertirse en atractivo turístico, oferta cultural de primer orden e incluso tradición adherida a la franja otoñal del calendario. Y hasta una necesidad para el necesitado sector hostelero, primera industria de la deslocalizada virtualidad andaluza que jala del carro de la alegría y el desempleo con mucho pundonor. La ironía, a veces, resulta rentable, amén del tiempo y el trabajo.
La Monkey Week, que ha logrado objetivos impensables en temporadas esdrújulas de crisis consecutivas, se muestra tan contenta de haberse conocido al cabo de tópicos y hechos consumados. Siete años después del bautizo del ciclo de música independiente, teórico refugio de aficionados elitistas o exquisitos, tildados con guasa de gafa pastas y ahora barbapastas, resulta que toda la cultura es independiente, la cultura del 21 por ciento de impuesto tirano y excluyente. El Mono portuense, que nació con vocación de muestrario de artistas diversos en busca de cazadores de talentos imperecederos, ha transformado el paisaje de la zona y volteado las cifras turísticas.
“Siempre hemos pretendido convertir El Puerto en una ciudad volcada con la música”, confiesa Tali Carreto, uno de los fundadores de la Monkey Week. “No hablamos de un festival aislado, sino de una fiesta que se vive en todo el casco histórico. Ahí reside el principal atractivo de MW. Cualquiera de los cuatro mil visitantes que esperamos podrá disfrutar de un concierto en una sala, o una plaza pública, parar un rato para paladear una tapa de la rica gastronomía de la costa gaditana, volver al hotel, darse una ducha, volver a salir de marcha e incluso cambiar de tercio y conocer la oferta lúdica y cultural de El Puerto”.
Con los años, el público de la MW ha acudido en busca de artistas de menor relumbrón -aunque este año conviene poner el foco en Steve Wynn, Mikel Erentxun o Grupos de Expertos de Sol y Nieve, por ejemplo-. “La gente viene para descubrir nuevos músicos y, sobre todo, para vivir la experiencia. Tres días en El Puerto de Santa María, música a todas las horas en espacios escénicos nada habituales, como las Bodegas Osborne, donde no suele sonar precisamente el rock and roll o la electrónica, o el Muelle del Vapor, en las Galeras Reales, que este año estrenamos como rincón de categoría”. Este año, por cierto, las instituciones, tan poco proclives a la causa, han abierto la mano y ampliado los horarios de apertura de los locales nocturnos que llevan años padeciendo las consecuencias de la ley del silencio administrativo.
La MW persigue, según Carreto, la recuperación de espacios emblemáticos de la ciudad bañada por el río Guadalete y la Bahía de Cádiz. Espacios casi rendidos al ostracismo y a la “magroeconomía” voraz. “Apostamos por entregar estos espacios a nuevos usos culturales y turísticos. Este fin de semana, la gense te dejará caer por salas conocidas, como Milwaukee o Mucho Teatro, y también por sitios inéditos como la azotea del bar Santa María, un clásico de los guisos y el pescadito frito, cuyo aforo tan limitado, para setenta u ochenta personas, le confiere un toque especial. ”Nadie olvida el espectáculo“.
El músico y productor Paco Loco, leyenda de la escena musical de los años noventa, que reside y trabaja en El Puerto, apunta que la MW es el único festival que no tiene “backstage”; esto es, carece de trastienda o zona vip. La Monkey Week reúne en tiempo y lugar a artistas, profesionales de los medios y público en general. “Puedes encontrar a un locutor de Radio 3, a un programador de conciertos, a un cantante de postín y a un turista anónimo en cualquier concierto. La Monkey rompe la barrera entre el público y los artistas, amén de dinamizar el ambiente cultural, tirar de la hostelería y demostrar que aquí se pueden hacer las cosas como en cualquier parte y como en ninguna parte”. A la par.
Un año más, el festival brindará la ocasión de conocer grupos de diversos continentes y profesionales del negocio musical. Músicos chilenos, ingleses, colombianos, mejicanos, y promotores de Austin, París, Amsterdam o Pekín. Todos ellos, no lo olvidemos, ataviados de turistas de tomo y lomo que colmarán de nuevo los hoteles de El Puerto y la Bahía. De tal modo que el sector, tan suyo, tan local como global, aguarda la llegada, según ilustra un hotelero de mostrador de madera, de “gente dispar, jóvenes y puretones, rockeros e indies, una torre de Babel que ojala hablase el mismo idioma el resto del año”. Gente con más pasta que tiempo, según se mire, que alegra las arcas municipales estirándose de aquella manera o aprovechando los bonos de descuento que ofrece la organización del evento“.
Carreto ordena los datos. “Este año volvemos a colocar el cartel de completo en los hoteles. El año pasado, nuestro presupuesto destinado al sector hotelero superó los 24.000 euros. Ojo, sólo el nuestro. De los cuatro mil asistentes, un millar de ellos se adscriben a un centenar de profesionales de la industria musical, trescientos miembros de medios de comunicación y seiscientos músicos”. Agreguen al público de la Piel de Toro, a los aficionados andaluces y gaditanos a quienes “los hosteleros ponen la alfombra roja con la llegada del puente de la MW”. No en vano, “la hostelería valora en su justa medida el hecho de que no se trata de un festival cerrado que convierta en cautivos a sus espectadores, sino de una oferta amplia de negocio para todos”.
“Las instituciones se han dado cuenta de que el rock, el pop, la música en general es una fuente de riqueza y un atractivo turístico y cultural”, rotundiza.
Al tiempo, los hoteleros confían a ciegas en el hombre del tiempo y brindan ya por la llegada del variopinto y exigente público, que tendrá la oportunidad, recuerdan los expertos, de disfrutar de los atractivos de la ciudad portuense, de costa a costa. Tales como la gastronomía para todos los públicos -de lujo y popular-, los monumentos históricos que recuerdan la pujanza del sur de Europa hermanado con el sur de América, la bajamar dulce y salada, el redondo coso taurino, las urbanizaciones de la periferia -también de lujo y populares-, un castillo coronado por el sabio don Alfonso el Décimo, una montaña de tocinos de cielo, helados con apellido italiano, la pena del Penal de El Puerto, la dicha de los cantes de ida y vuelta, calles donde hay que levantar la vista para admirar los corazones arquitectónicos, palacios de azúcar, barquitos de vela, vino orgulloso, trasmallos emocionales, la kilométrica playa del otoño, tortillitas de camarones y un poquito de rock and roll.