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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Quiero ir a la huelga pero no puedo: cuatro mujeres

Ángela se ha levantado esta mañana a las 6.30 horas para “dejar recogida mi casa”, en la que vive con sus tres hijos, antes de salir a limpiar oficinas, casas y escaleras por algo más de cinco euros la hora. Aunque trabaja diariamente entre diez y doce horas, sólo cotiza dos horas por jornada y al mes cobra 500 euros. A las 8 de la mañana ha entrado a limpiar una oficina durante dos horas; a las 10.30, otra por tres horas; a las 14.30, ha llegado a una vivienda en la otra punta de Sevilla para echar cuatro horas más. Entre cada lugar de trabajo hay más de tres cuartos de hora de trayecto que no le computan como tiempo de trabajo. Por supuesto, la empresa para la que trabaja no le paga tampoco el transporte público. “Me fundo los bonobuses y hay muchos meses que no me queda dinero ni para renovarlo”, admite esta mujer de 37 años que cría en solitario a sus hijos en un barrio popular de la capital andaluza y a los que deja después de salir del cole con una amiga que le hace un “favorcito”.

“Sólo descanso el sábado y el domingo por las tardes”, dice la víspera de la convocatoria internacional de la huelga feminista. “No me puedo quejar porque ya me he quejado dos veces y me han dicho en la empresa para la que trabajo que ahí tengo la puerta”, se lamenta mientras relata que la comida que entra en su casa es gracias a la obra social de una hermandad que le da un vale de alimentos para su prole por la noche y los fines de semana, porque los niños, de lunes a viernes, almuerzan y meriendan en el colegio.

A Ángela le gustaría hacer la huelga, pero “no puedo faltar al trabajo porque me ponen en la calle y, aunque gano muy poco, con esto tengo para ir tirando y no me puedo permitir el lujo de que me echen”, relata con tristeza mientras me pide que no revelemos su identidad, ni en la fotografía ni en el nombre. Espera que la convocatoria de huelga feminista sea todo un éxito para “que nos aseguren todas las horas que trabajamos y no nos exploten tanto”, concluye esa mujer que, a sus 37 años, tiene ojeras de anciana. Al llegar a casa, le espera otra jornada para duchar, dar de cenar y acostar a sus tres hijos, que esta noche cenarán “una tortillita francesa y una sopita de sobre” porque a Ángela el sueldo no le llega ni a mitad de mes.

María Gómez tiene 45 años y trabaja de frutera en un pequeño comercio, desde hace 25 años y en horario de lunes a sábado, de 9 a 14:30 y de 17 a 20:30 horas, aunque los sábados echa la persiana a mediodía y ya no vuelve hasta el lunes. Ella está a favor de la convocatoria pero no hará la huelga porque “yo estoy contenta con mi empresa y yo no le puedo hacer esto a mi jefe”, un empresario que tiene una cadena de cinco fruterías y que, según afirma María, “nos trata muy bien a los empleados y el día 1 nos paga religiosamente nuestra nómina”. Tampoco irá a la manifestación por la tarde porque estará despachando frutas y verduras, pero ha sentido y siente el peso de la desigualdad cada día. Madre soltera desde hace 18 años, porque el padre de su hija se despreocupó de la paternidad, comparte piso con su madre porque no encuentra una vivienda que se adapte económicamente a su salario. “Las mujeres siempre somos las que perdemos en todo, tenemos menos sueldo, peor trato y sufrimos los acosos por la calle”, prosigue. No bajará la persiana de su frutería este jueves pero desea que las calles de las ciudades españolas se llenen de mujeres y hombres pidiendo “un poquito de igualdad”.

“El alquiler no perdona”

Yolanda Rodríguez, de 44 años, trabaja también limpiando casas y escaleras por horas, aunque no para ninguna contrata como Ángela, sino que lo hace por su cuenta: a diez euros la hora. Eso sí, sin asegurar y sin derecho a nada. “Yo mañana no puedo hacer la huelga porque, aunque faltara a mi trabajo, nadie me echaría en falta en la Seguridad Social”, explica mostrando los dedos de las manos desfigurados del reuma que sufre y contando que le han tenido que intervenir quirúrgicamente en el brazo por una dolencia generada por los movimientos repetitivos con la escoba, la fregona y el trapo del polvo. Cobra 600 euros al mes y no está cotizando para una futura pensión de jubilación. Y si se cae trabajando o tuviera una enfermedad común, tampoco tendría derecho a nada.

Hace unos meses perdió un trabajo en el que sí estuvo asegurada como trabajadora doméstica, pero cuando cesó en el empleo “me quedé con una mano atrás y otra delante”. No obstante, el historial de desigualdad laboral por el hecho de ser mujer de Yolanda se remonta a los tiempos en que empezó su vida laboral. Trabajaba en una zapatería en la que todas las dependientas eran mujeres pero el único hombre ganaba el doble que sus compañeras: “Aquello era muy fuerte, hacía lo mismo que nosotras pero decían que era encargado y le pagaban el doble”, explica. Su reivindicación para este 8 de marzo es que los políticos legislen “de verdad” para que las trabajadoras domésticas puedan tener derechos en caso de enfermedad o quedarse en situación de desempleo. “Ojalá que todo el mundo se ponga en huelga y a protestar para que tengamos una vida digna porque siempre cobramos menos que los hombres”, concluye su alegato a favor de una huelga feminista que ella no podrá secundar.

Rocío lleva mes y medio trabajando de barbera en una peluquería de caballeros y, aunque sólo tiene 26 años, ya tiene en su memoria una larga lista de situaciones machistas sufridas en un oficio de hombres. “He tenido clientes que se han negado a que yo les afeite porque decían que, al ser mujer y no tener barba, no sabría hacerlo”. Rocío está muy a favor de la huelga feminista y le encantaría hacerla, pero no la secundará porque “llevo muy poco tiempo trabajando en esta empresa y no me veo faltando, me hace mucha falta el sueldo porque el alquiler no perdona”, puntualiza. Lo máximo que ha podido conseguir es que su jefe le dé la tarde libre para poder ir con sus amigas a la manifestación, aunque no todas sus amigas podrán hacerlo porque “muchas tienen trabajos en los que, como hagan huelga, al día siguiente son puestas de patitas en la calle”, sentencia esta joven andaluza que tiene un pronóstico: “Será un día histórico, el 15M de las mujeres”.