Más de 50.000 rocieros y 5.000 vehículos cruzan Doñana sin un informe obligatorio de impacto ambiental
Estos días atraviesan Doñana por varios puntos más de 50.000 personas y 5.000 vehículos a motor, además de otros 7.000 de tracción animal, la enorme peregrinación anual que busca la aldea de El Rocío. Pero, pese a la fuerza con la que este movimiento se siente en el territorio, no se sabe formalmente cuál es el efecto que la romería tiene en el parque por la sencilla razón de que nunca se ha hecho un informe de impacto ambiental.
Y aunque es un requisito legal al que obligan varias normas, la realidad es que se carece de la herramienta que debería aportar la información científica para tomar medidas con fundamento sobre la regulación de este evento a su paso por ecosistemas muy frágiles.
El estudio de tránsitos romeros al que obliga el propio Plan de Ordenación de los Recursos Naturales de Doñana (aprobado en 2016 por el Gobierno andaluz) lleva años en el limbo, sin que nunca se haya concretado. La respuesta de la administración andaluza es que se está trabajando en él, pero la realidad es que nunca se concreta. Con este análisis debería medirse el impacto no sólo de la masiva romería de Pentecostés, sino también de las numerosas peregrinaciones que tienen lugar durante numerosos fines de semana a lo largo del año.
A esta declaración de impacto ambiental también obliga la Directiva de Hábitats comunitaria, ya que Doñana es un espacio de la Red Natura 2000. Y aunque es evidente que una romería de esta envergadura tiene efectos sobre el parque, lo cierto es que no existe ese diagnóstico científico del mismo. De hecho, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el mayor organismo internacional en medio ambiente y el encargado de conceder el prestigioso sello de la Lista Verde, ya calificó en 2020 como “amenaza alta” la presión de la actividad rociera y llamó la atención sobre la inexistencia de estudios de impacto. La UICN, por cierto, sacó el año pasado a Doñana de la Lista Verde.
Temor a que pueda haber restricciones
La alarma sobre esta situación la da cada año SEO Birdlife de manera casi ritual, una voz que sigue clamando en el desierto a tenor de los resultados. Técnicamente, el informe de tránsitos rocieros lleva años realizándose, pero nunca se concreta. “No quieren ponerle el cascabel al gato”, explica Carlos Davila, responsable de la oficina de esta organización en Doñana, que achaca este temor al riesgo de que los datos obliguen a tomar medidas restrictivas.
“Sería algo tremendamente impopular”, admite, lo que no impide que defienda que la romería es una “tradición cultural de enorme riqueza” que le aporta un valor añadido al parque. “Pero esto hay que regularlo y hacerlo con todas las garantías ambientales”, una situación que contrasta con la actual, en la que se admite cualquier “petición de carga” para el enclave “sin ningún estudio científico detrás”.
¿Qué afluencia soporta el parque sin que se resienta? Formalmente no existe una respuesta a esta pregunta, de ahí la necesidad de unos informes que deberían determinar cuántas personas y vehículos pueden atravesarlo, “estableciendo topes en base a criterios ecológicos”. Estas hipotéticas limitaciones tendrían que ser dinámicas, cambiando en función de las condiciones que presente cada año el parque. “Cualquier empresa de ecoturismo tiene restricciones y debe presentar un informe de impacto ambiental, pero la romería no lo tiene”, insiste Davila.
Condiciones de tránsito
“Regular el Rocío sólo traería beneficios a la propia romería, a la tradición y al paisaje”, apostilla el responsable de SEO Birdlife. En cambio, el panorama actual “es un desastre”, con una masificación de personas que va al alza año tras año, “los únicos límites los pusieron en su momento la crisis económica de 2008 y el covid”. Pese a su fragilidad, Doñana carece de algo tan elemental que tienen los grandes monumentos como es un plan de aforos que marque un volumen máximo de personas.
Desde la Consejería de Medio Ambiente lo que se apunta es a la publicación cada año de las condiciones de tránsito de las hermandades, que con el tiempo se han ido afinando más poniendo requisitos más específicos: se establecen los itinerarios, se exige identificación para unos vehículos que no se pueden adelantar unos a otros o ir en dirección contraria al sentido de la hermandad, se limita la velocidad a 40 km/h, se prohíbe encender fuegos o lanzar cohetes...
Pese a ello, las organizaciones ambientalistas subrayan que es evidente que la romería genera un impacto “que no está cuantificado desde un punto de vista científico”. El propio Plan de Ordenación de los Recursos Naturales de Doñana alerta de que “los efectos potenciales de estos tránsitos pueden llegar a tener implicaciones en numerosos elementos del patrimonio natural”. Y aunque no hay un estudio formal, sí hay “hechos que se han podido constatar”, en palabras de Carlos Davila: generación de basura, ruidos, contaminación, atascos (sobre todo en la Raya Real), rodadas sobre la vegetación, riesgo de incendios, molestias a la fauna protegida en plena época de cría...
Una implicación que todavía no es suficiente
La implicación de hermandades y peregrinos para generar el menor efecto posible ha mejorado sustancialmente con los años, con mucha más concienciación. Cada corporación, por ejemplo, cuenta con equipos de limpieza con la obligación de restaurar las condiciones en que se encontraba el espacio con anterioridad al paso de los romeros. Pero en muchos casos –empezando por las propias condiciones de tránsito– lo que se hace son recomendaciones o ruegos, como “procurar no molestar a la fauna silvestre” o evitar “en lo posible” hacer demasiado ruido.
De ahí que se insista en que es una “necesidad urgente” evaluar de una vez por todas el impacto del tránsito rociero. Sólo así se podrá redactar por fin un estudio de impacto ambiental que permita ajustar estas actividades a la capacidad de carga de un espacio natural protegido que es Patrimonio de la Humanidad y que, encima, no atraviesa por su mejor momento.
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