Los jardines de coral naranja, recuperados bajo las aguas de la Costa Tropical

Néstor Cenizo / La Herradura (Granada)

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Pocos los han visto, pero entre Granada y Málaga hay cuatro jardines en los que crece una especie emblemática amenazada de muerte. Tiene forma de estrella e intenso color naranja, y los huertos en los que crece, ocultos a mirada ajena bajo el fondo del mar, son el resultado de un proyecto único en Europa: se trata de facilitar la reproducción del coral naranja (Astroides calycularis) para que recupere el terreno que ha perdido por la acción combinada de la pesca, los buceadores descuidados, los vertidos, la subida de la temperatura marina y la invasión del alga rugulopteryx okamurae.

Seis meses después de plantar la primera semilla, el pequeño jardín submarino marcha viento en popa. Cada uno de los cuatro ocupa ocho metros cuadrados del arrecife artificial tendido frente a la Punta de la Mona, en el Paraje Natural Acantilados de Maro-Cerro Gordo.

En tiempo récord, están casi completos: los pólipos se han reproducido a una velocidad que nadie esperaba hasta convertirse en varios miles de colonias de coral del tamaño de un puño. “Estamos sorprendidos de la escala y rapidez de los resultados”, explica Alexis Terrón en la torre del Puerto Marina del Este, en La Herradura (Granada), en una jornada para explicar la marcha del proyecto.

Terrón y el resto de compañeros de Hombre y Territorio llevan 15 años estudiando a fondo esta especie, conociéndola hasta en sus detalles más íntimos. Hace solo unos meses que abordaron la (por ahora) última fase del proyecto MedCoral, que tiene el apoyo de la Junta de Andalucía y el patrocinio de Imagin, la plataforma de servicios digitales para jóvenes de CaixaBank. Se trataba de sembrar jardines de coral naranja recurriendo a dos técnicas: la primera consiste en rescatar colonias que se desprenden de los jardines naturales que hay por la zona y volver a depositarlas en el fondo; la segunda es la “siembra de reclutas”, una novedosa técnica de precisión que consiste en capturar las diminutas larvas de coral, favorecer su crecimiento en aguas controladas y, una vez convertidas en colonias, llevarlas allí donde está el jardín.

Una novedosa técnica de “reproducción asistida” testada en acuario

Hoy, unas 1.400 colonias forman cada uno de los jardines que hace un año ni existían. El objetivo a medio plazo es ir sembrando la costa andaluza de jardines autosuficientes y que estos unan los puntos. Por eso es importante combinar las dos técnicas de siembra. La repoblación mediante el rescate y recuperación de colonias desprendidas del sustrato es relativamente común: se recoge la colonia, se transporta y se coloca en otro lugar con la ayuda de un cemento.

En cambio, la siembra de reclutas es disruptiva y da nuevas esperanzas de recuperación para una especie cada vez más escasa. A diferencia de la reproducción por fragmentación de colonias, la “plantación” de nuevas larvas garantiza la biodiversidad genética, esencial para la supervivencia del coral naranja. Esta técnica solo se ha aplicado con éxito en Estados Unidos, Australia y frente a la Costa Tropical.

Antes de aplicarla, han sido necesarios años de observación paciente en el Acuario de Sevilla. Durante meses, allí se monitorizaron a diario todas las condiciones que influyen en la reproducción sexual de la especie: temperatura del agua, alimentación, salinidad, PH, sustrato… Biólogos marinos estudiaron qué necesitan las larvas de coral naranja para subir por los pólipos hasta los tentáculos, salir al medio acuático, enfrentarse a la naturaleza e ir a caer sobre un fondo en el que agarrarse y, de nuevo, crecer hasta formar una colonia capaz de reproducirse otra vez. Se trataba de controlar todas las variables antes de aplicar esta técnica de “reproducción asistida”. Y durante meses algo fallaba. Finalmente, encontraron qué era: había que lograr que las larvas se sintieran como en casa sumergiendo el sustrato durante cuatro meses en el agua. Solo así se generaba una biopelícula reconocible de algas y organismos.

“Los conocemos muy bien y tocando un par de pólipos ya sabemos exactamente cuándo se va a reproducir”, sonríe ahora Terrón. 17 o 20 días después de que el agua supere los 18º, los pólipos liberan las larvas, y ellos se dedican a “pipetear”: recogen los pequeños ejemplares y los depositan en un colector, desde el que luego los verterán al sustrato. Desde que la larva se fija, tardará un año en crear una colonia.

A partir de ahí, el éxito, dice Terrón, ha sido total. En estado natural, la tasa de éxito es de 1 de cada 100.000 (es decir, solo una larva de cada 100.000 llega a formar una colonia y 99.999 se quedan en el camino), y ellos han logrado que sea una de cada 15. “Es un sistema escalable, barato, eficiente y que conserva la biodiversidad genética”, celebra.

15 años estudiando el coral naranja

Buceadores antes que biólogos, hace más de 15 años que Terrón, David León, Free Espinosa y Patricio Peñalver observan el coral naranja con curiosidad científica, aunque haya un punto casi voyeur en cada inmersión. Poco a poco, después de muchas horas frente a esas formaciones aparentemente inmóviles, empezaron a comprender cómo nacen, se reproducen y se extienden por el fondo marino. Descubrieron entonces cómo los pólipos del coral liberan sus larvas al mar con la primera luna de llena de junio, y una proteína influye en el proceso para que la temperatura mínima sea de 18 grados.

Con el paso de los años, empezaron también a ver que pasaba algo. Los corales naranjas están desapareciendo del Mediterráneo. Las altas temperaturas del mar le provocan blanqueamiento y muerte; las aletas de los buceadores los arranca del sustrato; el alga rugulopteryx okamurae, una especie invasora que se ha extendido por el Estrecho y ya ha llegado al Levante, le quita el espacio. No es el único afectado. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) señala que un 13% de los antozoos del Mediterráneo (corales duros, gorgonias, plumas marinas, anémonas) están en receso.

Fue entonces cuando decidieron que debían hacer algo con el conocimiento que acumulaban cada vez que bajaban al fondo del mar. “Esto surgió de casualidad: cada vez teníamos más información, y quisimos volcarla a nivel científico”. Publicaron un artículo científico y lanzaron MedCoral, un proyecto con el que intervenir para detener lo que estaba pasando ante sus ojos.

 “Si conseguimos que las colonias que han crecido en medio controlado se asienten y se reproduzcan, habremos generado una herramienta muy valiosa que, ojalá, no haya que utilizar”, decía hace años David León. La herramienta ya ha demostrado que es útil: sobre los arrecifes artificiales de las costas de Málaga y Granada, colocados allí para evitar que las redes de pesca rompieran la posidonia oceánica, crecen ahora unos jardines naranja que, con suerte, podrán extenderse hasta recuperar el fondo marino que un día fue suyo.

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