Salvar al lince: aventuras y desventuras de una operación que evitó un desastre ambiental y un bochorno mundial

Antonio Morente

8 de septiembre de 2024 05:56 h

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Ahora que el lince ha salido de su situación de extremo peligro de desaparición, el biólogo Miguel Delibes, hasta hace poco presidente del Consejo de Participación de Doñana, recuerda la anécdota. Llevaban años investigando sobre este animal y un día le llamaron a la Estación Biológica de Doñana (EBD) desde la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), y no fueron muy sutiles en la pregunta. “Oiga, las cosas que ustedes están publicando, ¿están seguros de que son verdad?”, que tuvo como respuesta un “estamos razonablemente seguros de que es así”. La réplica marcó el antes y el después: “Pues si es así, el lince es el felino más amenazado del mundo y desde la UICN tenemos que presionar”. “Pues adelante, háganlo”, les invitó, y el siguiente paso fue su declaración como especie en peligro crítico de extinción.

Aquello fue a principios de los 2000, y el toque a rebato de la UICN (el mayor organismo mundial en medio ambiente) lo que hizo fue internacionalizar algo que ya se sabía en España, y muy principalmente en Andalucía. Fue también el inicio de un periplo que ha tenido un final feliz contra pronóstico –“llegué a temer que desaparecería antes que yo”, confiesa Delibes–, evitándose así un desastre ambiental y, de paso, el bochorno internacional que hubiera supuesto para España que fuese aquí donde un gran felino se extinguiera por primera vez en miles de años.

Pero como toda historia, tiene un principio. “El primer mapa de distribución exhaustivo lo hicimos en 1988, reconstruía la situación a mediados del siglo XX y cómo estaba la cosa 40 años después”, recuerda el biólogo Alejandro Rodríguez, de la EBD. Entonces se comprobó que el área de distribución se había reducido a la mitad y fragmentado mucho. Pero pese a que era evidente que “había un declive”, en la siguiente década “no se hizo gran cosa en cuanto a conservación efectiva”.

El lince era un símbolo de la fauna ibérica desde Félix Rodríguez de la Fuente, por eso tuvo mucho impacto social cuando se supo que quedaban tan pocos

Hasta que en 2001 se hizo un nuevo censo con muchos más medios, que certificó que el territorio del lince se había reducido a una décima parte en diez años y que sólo quedaban dos zonas en toda la Península Ibérica, las dos en Andalucía, en Andújar y Doñana. En total, 94 animales. “Fue entonces cuando saltaron todas las alarmas y se empezó a trabajar de forma más intensiva”, apunta Rodríguez, y es que por fin se tenían pruebas fehacientes, porque se habían estado manejando datos que según Delibes era “groseros”, aunque claros: la población había bajado un 80% de 1960 a 1980, y otro 80% de 1980 a 2000.

De 94 a más de 2.000

“La verdad es que hasta entonces no se sabía cuántos linces había”, apostilla José Antonio Godoy, también investigador de la Estación Biológica de Doñana, al que le tocó diseñar un método molecular para certificar que los excrementos que se encontraban eran realmente del menguante felino. “El lince era un símbolo de la fauna ibérica desde Félix Rodríguez de la Fuente, por eso tuvo mucho impacto social cuando se supo que quedaban tan pocos”, lo que junto al papel de científicos, ecologistas y la UICN ayudó a que se pusiera en marcha la maquinaria para salvar al felino. “Nos quedamos muertos con el dato de que sólo quedaban 94”, corrobora Miguel Ángel Simón, director del Programa de Conservación del Lince Ibérico en Andalucía entre 2001 y 2019. Hoy, en cambio, ya hay más de 2.000 ejemplares.

Godoy está convencido de que, desde el punto de vista administrativo, ayudó a simplificar la cuestión el hecho de que sólo quedasen animales en Andalucía. Así las cosas, la que fuese consejera de Medio Ambiente entre 2000 y 2008, Fuensanta Coves (PSOE), le manda una carta al Gobierno de José María Aznar (PP) para hacer un frente común. No hubo respuesta. Pero cuando se convirtió en ministra de Medio Ambiente Elvira Rodríguez (del PP, que estuvo en el cargo poco más de un año, entre 2003 y 2004), citó en su despacho a Miguel Delibes para expresarle su preocupación por la cuestión del lince.

El biólogo aprovechó para sacar el tema de la misiva sin contestar, que había ayudado a redactar. La ministra expresó su sorpresa y ordenó sobre la marcha que buscasen la carta. Ya con ella en sus manos, y sin terminar de leerla ni consultar con el presidente, dijo que para adelante. “Fueron estas dos mujeres las que tuvieron el coraje político de ponerlo todo en marcha”. Se firmó un acuerdo de colaboración y se empezó a trabajar de manera conjunta, montándose el centro de cría en cautividad.

Ahí es donde hace su aparición en escena Astrid Vargas, bióloga y veterinaria, a la que reclutan para que ponga en marcha este centro, que jugaba el papel de “red del trapecista” para tener ejemplares por si desaparecía la población silvestre. Aquello era un reto enorme porque hasta el propio Rodríguez de la Fuente había hecho intentos de cría en cautividad que fracasaron, así que el punto de partida fue “formar un gran equipo internacional” en el que tenía cabida todo el que supiera algo sobre alguna de las cuatro especies de linces que hay en el mundo.

A los tres primeros cachorros nacidos en cautividad se barajó ponerles los nombres de los príncipes, pero luego se desechó no fuese a ser que les pasase algo y se muriesen

El 28 de marzo de 2005 se produjo el primer gran hito: Saliega, una hembra capturada en Sierra Morena en 2002 y criada en el Zoobotánico de Jerez, daba a luz en el flamante centro de cría de El Acebuche, en Doñana, a la primera camada que nacía en cautividad. Los cachorros fueron bautizados como Brezo, Brecina y Brisa. “Al principio –rememora Vargas– se barajó ponerles los nombres de los príncipes, pero luego se desechó no fuese a ser que les pasase algo y se muriesen, entonces se decidió ponerles nombres de plantas”, todas con 'B' en ese 2005. Al final, una de las crías acabó matando a otra en una pelea, pero esa es otra historia.

Las dudas con las capturas en el campo

“En los inicios hubo reuniones muy naíf, con ideas como implicar a famosos para salvar al lince”, señala José Antonio Godoy. Todos coinciden en que en el punto de partida había mucha incertidumbre –“no teníamos ni idea”, reconoce Alejandro Rodríguez– y que hubo importantes discrepancias científicas a la hora, por ejemplo, de capturar ejemplares en el campo para destinarlos al programa de cría en cautividad. “El estado de las poblaciones era tan malo que no estaban para regalar individuos”, lo que podía comprometer los asentamientos silvestres.

“El programa exigía coger animales del campo, no se podía hacer sólo a base de los linces cojos o tullidos que teníamos en cautividad”, reseña Miguel Delibes, que recuerda la negativa de los investigadores a dar este paso si no había unas instalaciones en condiciones. “Esto no lo podías hacer en una jaula o en un corral”. “Ahí aportó mucho moralmente Portugal, porque las autoridades dijeron que creían que no les quedaba ningún lince, pero que si había alguno lo capturarían para el programa de cría en cautividad en España”. Al final no llegó ninguno del país vecino, porque efectivamente no les quedaban.

“Hubo dos momentos clave”, comenta Miguel Ángel Simón, “uno cuando vimos que el lince respondía a las medidas de reproducción y otro cuando se apostó por el refuerzo genético y comprobamos que la metodología y el sistema de reintroducción funcionaban”. Otro factor fundamental para Delibes fue el acuerdo político, “poder trabajar sin el riesgo de que te pusieran verde si se moría algún lince al reintroducirlo, que no se formara un escándalo que llegase al Parlamento con los partidos interpelándose unos a otros y se paralizase el programa”.

Población multiplicada por tres en una década

También ayudó la implicación de los propietarios de las fincas en las que estaban los animales y la de la ciudadanía en las zonas en las que se iban a soltar, otro elemento que se consideró fundamental desde el principio. Y sobre todo, claro, que llegó muchísimo dinero desde Europa en forma de programas LIFE encadenados: para evitar la extinción, para la reintroducción en el entorno natural y para la expansión por otros territorios. Hoy el último censo (2023) certifica que hay ya más de 2.000 de estos felinos, 291 en Portugal y 1.730 repartidos por España: Andalucía (con 755 ejemplares), Castilla-La Mancha (715, tras una espectacular eclosión en sólo una década), Extremadura (253, donde ya hasta se estudia su aprovechamiento turístico) y siete en la Región de Murcia, donde está costando más la reintroducción. A esto se une que se están dando los primeros pasos en Cataluña y Aragón.

“En diez años la población se multiplicó por tres”, destaca Alejandro Rodríguez, que pone el acento en que una de las perennes dificultades que afronta el proyecto radica en la falta de conejos, el alimento casi exclusivo del lince. “En Doñana se hizo un esfuerzo muy grande para recuperar la población de conejos y no dio resultados, pero empezaron a crecer en los alrededores y los linces se fueron siguiendo la comida, por eso dentro del parque nacional hay muy pocos. La expansión natural la están haciendo ellos”.

Al final ha sido un bicho con buena suerte, porque igual que se volcaron tantos recursos de investigación y fondos en él, otras especies no han tenido esa suerte y han ido desapareciendo

“La verdad es que el lince se ha comportado, con sus características ha contribuido a la recuperación, y ha lanzado el mensaje de que una especie a punto de extinguirse se puede recuperar con inversión y un buen hacer técnico”, recapitula José Antonio Godoy. “Probablemente nunca fue muy abundante en la Península Ibérica, pero ahora mismo todavía tiene bastante potencial”, aunque en paralelo llama a la prudencia porque “no se puede lanzar el mensaje erróneo de que ya está salvado”, de hecho todavía tiene que subir dos peldaños más en la clasificación que hace la UICN para que se considere que está en una situación normal.

El reto de la disponibilidad de hábitat

“Aprendimos a criar linces”, se sorprende todavía hoy Astrid Vargas, que echa la vista atrás para incidir en que, aunque las cosas han salido bien, “aquello no fue un paseo”. “Las capturas de los primeros linces en libertad fueron dolorosas”, y después hubo que aprender sobre la marcha a “prepararlos para la vida en el campo”, por no hablar de que “el reto más grande fue la disponibilidad de hábitat con calidad suficiente” y que se descubrió algo inesperado: “Las hembras son muy proclives a los embarazos psicológicos”. “Es un animal muy agradecido con el que funcionó todo lo que fuimos aplicando”, apostilla Miguel Ángel Simón.

“Yo estoy muy orgulloso de que los investigadores fuéramos los que levantamos la liebre sobre lo mal que estaba el lince”, recalca Miguel Delibes, al tiempo que evoca cómo la UICN sacó los colores a las autoridades con que “sería una vergüenza que el primer felino del mundo que se extingue desde las glaciaciones fuese en Europa, en una región superdesarrollada, y no en un país que no tiene los medios para protegerlos”. “Nos decían que se estaban conservando los tigres en países donde se comían a la gente, que qué era eso de que aquí iba a desaparecer el lince”, pero poco a poco el programa fue calando en administraciones y, lo que es más importante, en una sociedad cada vez más implicada, un patrón que se ha repetido en cada comunidad autónoma en la que se ha reintroducido.

Y eso que al principio costó, “había quien nos pedía que dejáramos a los linces en paz, que si los atropellaban o se caían a un pozo era por el collar que les poníamos para tenerlos localizados”. “Pero al final ha sido un bicho con buena suerte, porque igual que se volcaron tantos recursos de investigación y fondos en él, con otras especies no se ha hecho y han ido perdiéndose”, prosigue Delibes. “El torillo andaluz desapareció y no lo conocía nadie porque se confundía con una codorniz, ni nos dimos cuenta de que se había extinguido: cuando se fueron a buscar ya no se encontró ninguno. Y cada día desaparecen especies en la selva amazónica o en la de Borneo y no nos enteramos”. ¿Ayudó a este final feliz que el lince es un animal hermoso? “Pues sí”, remacha, “es mucho más difícil conservar una especie poco vistosa que la gente no conoce, y no digamos ya un escarabajo...”.

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