Aragón, donde las autovías no tienen final
En Aragón se sabe dónde empieza una autovía, pero siempre se desconoce cuándo llegará el final de sus obras: hay seis empezadas, tres diseñadas pero pendientes de comenzar las obras y ninguna acabada.
Ese es uno de los motivos por los que, pese al elevado tráfico que soportan algunas de sus rutas, la Comunidad es el territorio con menor densidad de autovías de España -16 kilómetros por cada mil kilómetros cuadrados de superficie frente a una media estatal de 29, según Eurostat- y uno de los más bajos de Europa, explican fuentes de CHA, que destacan cómo algunas autonomías septuplican ese ratio y cómo los Presupuestos del Estado llevan dos décadas incluyendo obras que, en la práctica, no se ejecutan.
El Gobierno de Aragón cifra en 3.272 millones de euros las inversiones en autovías que el Estado tiene pendientes en la Comunidad, un capítulo que supone el grueso de los 4.887 en los que estima el total de la deuda histórica en materia de infraestructuras.
Retrasos de más de veinte años
La palma se la lleva la transformación de los 13,8 kilómetros de la N-232 entre Ráfales y la provincia de Castellón, proyecto que lleva desde 1993 petrificado en las cuentas de Fomento. Seis ministros distintos han sido incapaces de iniciar las obras en esos 23 años.
Las autovías pendientes de cierre son la A-2 entre Alfajarín y Fraga, la A-23 a partir de Romanos, la A-68 entre Figueruelas y Mallén y en su trazado este, la A-21 entre Huesca y Jaca y entre esta ciudad y el límite con Navarra, la A-22 entre la capital oscense y Siétamo y los tramos aragoneses de la A-14, entre Lleida y Francia por Viella.
La A-2, que comunica Madrid con Francia por Barcelona, la A-14, la A-21 y la A-23 son vías de salida del tráfico de mercancías por carretera hacia Francia, mientras que la A-22 y la A-68 se integran en el corredor Mediterráneo-Cantábrico.
Tres rutas sobre el papel
A estos seis trazados se les suman las tres autovías pendientes de inicio: la A-40 de Cuenca a Teruel, la A-24 entre Daroca y Calatayud y enlace entre la A-23 y la A-2 por Monreal del Campo y Alcolea del Pinar a través de la N-211.
Los retrasos de estas obras en relación con su programación son notables. Los trabajos en los 45 kilómetros de la Daroca-Calatayud esperan su inicio desde 1999, la A-40 figura en los presupuestos estatales desde 2002 y el enlace Monreal-Alcolea debía comenzar dos años después, mientras que para el siguiente ejercicio se esperaba el tramo Fuentes de Ebro-Valdealgorfa de la A-68.
Eso en cuanto a los comienzos. En lo que se refiere a las finalizaciones, las de los tramos pendientes de la Huesca-Jaca y la Jaca-Pamplona, programados para 2004 y 2005, paralizados con los recortes de 2010 y reanudados de manera intermitente en algunos casos, quedan pospuestos hasta 2019 y 2020. Sobre el papel, ya que las estrecheces de la Administración y los nuevos recortes apuntan a que el retraso será mayor.
Presupuestos escritos en papel mojado
Pese a ello, el Gobierno central mantiene la tradición de anotar en sus cuentas proyectos de inversión en las autovías aragonesas que no acaban de materializarse.
Las de este año preveían más de 50 millones de euros para financiar las obras de varios tramos de la Huesca-Jaca y casi 16 más para el itinerario entre esta ciudad y el límite con Navarra, además de otros 13 para desdoblar la N-232 entre Ráfales y la provincia de Castellón.
También había consignación para proyectar el cierre de la A-2 entre Alfajarín y Fraga –2 millones- y el de la A-68 en el tramo Figueruelas-Mallén –algo más de 7-, dos de las rutas que históricamente han registrado mayor mortalidad en Aragón. La siniestralidad se redujo en la segunda al quedar prohibido adelantar en sus casi 30 kilómetros.