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En estos días que celebramos el 40 aniversario de la Constitución española, muchos actos están homenajeando a esos siete padres de la Carta Magna. Padres, sí. Nuestra Constitución se escribió sin mujeres, nació sin madres, y esto no es un hecho menor, es fundamental para entender parte de las limitaciones que encarna esta ley. Todas las leyes son hijas de su tiempo, sin embargo, nadie se cree que en el 78 fuera un tiempo donde no hubiera mujeres o, mucho peor, que habiéndolas, no tuvieran algo que decir en todo ese proceso constituyente. Fuimos las grandes olvidadas en la redacción de este acuerdo y, cuarenta años después, tenemos un papel fundamental para revisar un texto que no olvide a la mitad de la población.
La comisión que redactó la Norma Fundamental en aquella legislatura constituyente contó con 39 hombres y una única mujer, Teresa Revilla, que bien podría haberse convertido en la madre de la Constitución. Sin embargo, la comisión eligió finalmente sólo a varones para su redactado, reduciendo la intervención de una voz de mujer al artículo 14 que recoge nuestra igualdad ante la ley. El resultado fue un texto en el que la palabra “mujer” sólo aparece dos veces: en el artículo 32 para estipular que el matrimonio es entre mujeres y hombres, y en el artículo 57 para priorizar la línea sucesoria del varón frente a la mujer en la corona. Artículo que como bien recordaba hace unos años Teresa Revilla, ella no votó. Dos citas constitucionales, dos artículos que en vez de visibilizar a la mitad de la población, imponen un machismo en la jefatura del estado y además reducen las reivindicaciones feministas de un matrimonio más amplio.
Como la memoria oficial suele ser selectiva y muchas veces injusta, alguien podría pensar que esta invisibilización de las demandas feministas era fruto de un tiempo donde estos debates no estaban en la calle. Nada más lejos de lo cierto, y para muestra Zaragoza. Paralelamente al redactado de la Constitución en Zaragoza llevaban más de dos años produciéndose sendas manifestaciones en contra de los juicios por adulterio en el 76 y el 77. Movilizaciones que desencadenaron la fuerte presencia en las calles y en los medios de la Asociación Democrática de la Mujer Aragonesa. Una asociación que demandaba no sólo la reforma del Código Penal para la despenalización del adulterio, sino que además exigía introducir en la Carta Magna derechos que fueron olvidados como los derechos reproductivos, afectivo-sexuales o los cuidados.
Al final, que la mitad de la población no formara parte de la redacción de nuestra Constitución, que nosotras no entráramos en su redactado, provocó no solo un texto en el que los derechos feministas no quedaron recogidos, sino que además, y lo que es más grave, produjo un texto que blindaba solamente los derechos de los ciudadanos una vez saltan a la vida pública obviando la protección jurídica de todos los derechos sociales. La mitad de la población, nosotras, las que tradicionalmente por culpa del reparto de tareas del patriarcado sostenemos la vida, sabemos que para salir a la vida pública tiene que haber una malograda e infravalorada esfera privada que, siendo imprescindible para la vida, siempre es silenciada. Los cuidados, una vivienda digna, una renta mínima para sostener la vida, la seguridad social... todo ello quedó en el mejor de los casos reducido a principio rector y en el peor de los casos olvidado, demostrando que aquellas que sabíamos lo que era sostener nuestras vidas quizás habríamos tenido mucho más que decir en aquel texto.
En estos días que celebramos el 40 aniversario de la Constitución española, muchos actos están homenajeando a esos siete padres de la Carta Magna. Padres, sí. Nuestra Constitución se escribió sin mujeres, nació sin madres, y esto no es un hecho menor, es fundamental para entender parte de las limitaciones que encarna esta ley. Todas las leyes son hijas de su tiempo, sin embargo, nadie se cree que en el 78 fuera un tiempo donde no hubiera mujeres o, mucho peor, que habiéndolas, no tuvieran algo que decir en todo ese proceso constituyente. Fuimos las grandes olvidadas en la redacción de este acuerdo y, cuarenta años después, tenemos un papel fundamental para revisar un texto que no olvide a la mitad de la población.
La comisión que redactó la Norma Fundamental en aquella legislatura constituyente contó con 39 hombres y una única mujer, Teresa Revilla, que bien podría haberse convertido en la madre de la Constitución. Sin embargo, la comisión eligió finalmente sólo a varones para su redactado, reduciendo la intervención de una voz de mujer al artículo 14 que recoge nuestra igualdad ante la ley. El resultado fue un texto en el que la palabra “mujer” sólo aparece dos veces: en el artículo 32 para estipular que el matrimonio es entre mujeres y hombres, y en el artículo 57 para priorizar la línea sucesoria del varón frente a la mujer en la corona. Artículo que como bien recordaba hace unos años Teresa Revilla, ella no votó. Dos citas constitucionales, dos artículos que en vez de visibilizar a la mitad de la población, imponen un machismo en la jefatura del estado y además reducen las reivindicaciones feministas de un matrimonio más amplio.