La romantización y la mitificación del pacto tiene un reservado en la cultura política de nuestro país. Es una tradición que formó parte de ella en tiempos pasados que cobró una fuerza idealista desde que nos la inyectaron en vena tras la muerte del dictador en 1975. La transición, el relato de “las dos Españas que cierran heridas”, aunque antes una de las dos nos hubiera dejado helado el corazón, y los Pactos de la Moncloa de 1977, fueron los primeros puntales del mito de los grandes consensos.
En Aragón, la cosa no iba a ser menos. Durante este tiempo, los pactos entre élites fueron elevados a categoría de hitos. Buen ejemplo de ello es el Pacto del Agua de 1992 y todas las obras faraónicas que lleva aparejadas. Si a eso le sumamos que en las últimas décadas en los distintos procesos electorales aragoneses no se han determinado mayorías absolutas o suficientemente amplias y que, en este sentido, el mandato de las urnas ha obligado a las distintas fuerzas políticas a negociar y alcanzar acuerdos conformando coaliciones de gobierno, desde determinados sectores se ha cultivado el mito de referirnos a Aragón como tierra de pactos. Y es que en lo puramente parlamentario, cuando las urnas no determinan mayorías absolutas en las distintas cámaras, las fuerzas políticas se ven obligadas a subirse las mangas de la camisa y tratar de alcanzar acuerdos. No hay otra.
En política siempre se han dado dos tipos de acuerdos o consensos. Los pactos por arriba; acuerdos entre élites que en la inmensa mayoría de casos eran meros repartos de poder sin contenido, y pactos por abajo; amplios consensos sociales que nacían y se peleaban en las calles y acababan proyectándose en las instituciones, con mayor o menor fortuna y acierto, en forma de políticas concretas o leyes con el objetivo de mejorar la vida de la gente.
La historia es caprichosa y recurrir a ella puede hacer que relatos glorificados pierdan color o se agrieten. Cuando se construyen mitos románticos con el objetivo de generar un marco que perdure y sea dominante en el tiempo, siempre hay cosas que, o bien se ocultan o bien tienden a desvanecerse y olvidarse. Si viajamos al pasado, apreciamos que los mayores avances que se han dado en este país son fruto de acuerdos y consensos sociales, siempre generados por abajo y por la izquierda, que han tenido réplica en la institución. No es casualidad que los sectores conservadores nunca hayan formado parte de ellos.
Tanto en Aragón como en el conjunto del Estado, la derecha sólo ha estado en los pactos de las élites, pero nunca cuando los amplios consensos sociales se han traducido en acuerdos políticos y leyes que suponían ganar derechos. Cuando no faltaron fue en la reforma del artículo 135 de la Constitución, acordado entre PSOE y PP ante el desconocimiento de la ciudadanía, para imponer el austericidio mandatado por Bruselas y aprobado en el Congreso con agosticidad y alevosía mientras el españolito de a pie estaba sumido en la operación retorno de las vacaciones de verano. Tampoco nos olvidamos del trasvase del Ebro de Aznar, con la connivencia del PP y sin contar con Aragón; un acuerdo entre los poderes de Madrid y los feudos populares del litoral que daba la espalda al pueblo aragonés y que se paró en la calle.
La derecha nunca ha estado en los pasos más importantes que ha dado nuestro país. Mientras discutían en el búnker qué hacer cuando muriera Franco, los sectores populares empujaban la democracia desde las calles. La derecha llegó tarde. Lo mismo ocurrió con la Ley del divorcio en 1981, que contó con el rechazo de los 10 diputados de Alianza Popular. Más de lo mismo con el aborto y los derechos reproductivos de las mujeres en 1983. Ruíz Gallardón, por aquel entonces diputado de Alianza Popular, llegó a decir que esta ley recogía el “egoísmo de la madre”. Llegaron tarde al matrimonio igualitario, pues en 2005 votaron no en el Congreso cuando hacía años que era una demanda social. En 2007 rechazaron una ley que venía para hacer justicia con el pasado, la Ley de Memoria Histórica que salió adelante gracias al trabajo y esfuerzo de las asociaciones memorialistas y los partidos de izquierda. Por aquel entonces Casado llamaba “carca” a la izquierda y decía que “estaba todo el día con las fosas de no sé quién” y con “la guerra del abuelo”. A día de hoy siguen sin condenar el franquismo. Y continúan comportándose como un freno, también en este año 2021, en el que tampoco apoyaron la ley que legaliza la eutanasia. Son presos del pasado y de los privilegios de las élites.
El ciclo electoral de 2019 significó la entrada de la ultraderecha en la mayoría de los parlamentos de este país. Una ultraderecha que llegaba a las instituciones para romper los consensos más básicos, los que lleva implícitos la democracia, y los que todo demócrata debería defender, los consensos en torno a los Derechos Humanos que llevan décadas asentados en nuestra sociedad. La ultraderecha ha venido para tratar de acabar con la igualdad entre hombres y mujeres. Niegan las violencias machistas y niegan los derechos a las personas LGTB. Lanzan discursos y soflamas racistas y xenófobas. Persiguen a demócratas y a personas que piensan diferente. Se oponen a la cooperación internacional. Niegan el cambio climático. Hasta han votado en contra de las medidas protectoras para hacer frente a la pandemia y sus consecuencias, como la aplicación de los estados de alarma o los ERTE que protegen el empleo. Esto ocurre en todos los parlamentos, también en las Cortes de Aragón.
Echar la vista atrás no sólo nos ayuda a conocer el presente, sino también a superar ciertos momentos de amnesia colectiva y a recuperar memoria. Cuando realizamos este ejercicio nos damos cuenta que los avances de este país, nacidos de consensos sociales, siempre han llegado impulsados por los sectores populares y con acuerdos que se han dado por la izquierda. La derecha sólo está en las fotos de las élites, nunca cuando los pactos sociales significan avances y beneficios para el común. En España no empujaron los mayores avances sociales y en Aragón no hicieron nada por replicarlos y desarrollarlos. Nunca han estado. Cuando te digan que “Aragón es tierra de pactos” con el objetivo de ensalzarlos, añade los matices.