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Finalizó un ciclo electoral, aun cuando los pactos no hayan dicho la última palabra. Quedaron atrás las furgonetas tuneadas con los logos de los partidos políticos y coronadas con altavoces a todo volumen. En tiempos se valoraba mucho a los políticos con voz profunda, sonora y penetrante, lo que les permitía dirigirse a una audiencia de diez o doce mil personas al aire libre, con ayuda de “repetidores”, hombres dotados de oído fino y voz estentórea, que repetían las palabras para que fuesen oídas por las últimas filas de la multitud congregada. Hoy, repleta la vida política de micrófonos y altavoces, los “repetidores” se dedican a compartir en redes la actividad diaria de su líder político. Durante la campaña, estos líderes han cantado y rasgado la guitarra, se les ha preguntado a qué dedican su tiempo libre y hemos visto fotos de su más tierna infancia o con greñas setenteras favorecedoras. Vale, muy bien. Pero basta. Vayamos a la gestión de los asuntos públicos.
Cuentan las crónicas que un cacique local muy conservador contrató una banda de música para que tocase de continuo y a gran volumen mientras Joaquín Costa pronunciaba su mitin electoral. Nadie pudo escuchar las ideas del insigne aragonés. Se impuso el ruido. A la vista de los resultados electorales en las Cortes de Aragón y en los ayuntamientos de las tres capitales provinciales, ¿el trío de Colón cambiará la potencia megafónica por una agenda social basada en la defensa de los espacios públicos? Parece difícil. Tienen sus lealtades primordiales.
Los votantes estamos agotados de postureo electoral y ávidos de que esas propuestas trasladadas a programa, donde el papel todo lo aguanta, se lleven a la realidad, se implementen, como diría un cursi. Necesitamos un tiempo de templanza y de serenidad. Ya se han descolgado los carteles de los líderes políticos pasados por el photoshop embellecedor que mejora el perfil. Descansen una temporada los técnicos en marketing electoral con másteres en Harvard o en los saldos de Aravaca.
Ahora bien, no pueden bajar los decibelios si se siguen azuzando los instintos patrioteros, tanto de quienes consideran a España como una propiedad privada suya (una más) cuanto de quienes hacen lo mismo con Cataluña. “Nos tienen rodeados”, explica el profesor Manuel Montero, antes de añadir que Puigdemont regala tierra del jardín de la Masía de Waterloo para que los activistas se la lleven a Cataluña como si fuese reliquia sacrosanta. No nos mortifiquen a tiempo completo con el asunto territorial. Por importante que sea, no puede resultar omnipresente.
Cumplan los políticos responsables su función primordial de juntar a la gente, y no tanto de separarla por razones de negocio electoral. De los otros políticos, de los irresponsables, ni hablemos. Bastante tienen con difuminar sus vilezas anteriores.
Pero esa bajada de decibelios no se divisa en el horizonte. En todo caso, preferiría que la estrategia de la tensión premeditada no cesase porque se ha derogado la ley de reforma laboral o porque se han incorporado más consideraciones sociales en la formulación de las políticas económicas. Keynes sostenía con acierto, por ejemplo cuando escribía desde Ordesa, que la demanda que generan los trabajadores ocupados tendría un efecto estimulante sobre las economías deprimidas, por lo que reducir salarios resultaría contraproducente... Y esto ha de subrayarse hoy, en momentos en que los más conservadores hablan del Estado mínimo, como si lo privado pudiese hacer mejor todo lo que hace o hacía el sector público. Por el contrario, otros defendemos un sector público eficiente en nombre del interés colectivo. Fuera de lo público está, sobre todo, lo que puedas pagar con dinero. Que la razón de Estado no se oponga al estado de la razón.
Alberto Sabio Alcutén es Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza
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