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Como sociedad estamos pasando por unos de los peores momentos donde el mañana es un ente etéreo lleno de lagunas, miedos y dudas. Tras un duro confinamiento, que nos obligó al distanciamiento físico de nuestra red de familiares y entorno social, se han abierto las puertas a una “nueva normalidad” a la cual nos enfrentamos a una situación desconocida y de gran preocupación e incertidumbre tanto en cuestiones sociales, económicas y sanitarias, un barco a la deriva arrastrado por unos vientos vacíos de conciliación que en esta crisis deja una vez más al descubierto la importancia de los cuidados para el sostenimiento de la vida y que actual mente agravan aún más la carga y peso de las mujeres.
Si miramos la RAE, conciliar es hacer compatibles dos o más cosas. No hay que ser muy ilustre para entender que cuidar es incompatible con trabajar, ya sea presencial como telemáticamente, por lo tanto, estamos ante un grave problema en la sociedad no equilibrado y que asumimos mayoritariamente las mujeres. La conciliación actualmente es una palabra vacía pendiente de nutrirla de políticas para darle el sentido y el valor que como sociedad nos merecemos.
A la muy deficitaria corresponsabilidad de los hombres, las mujeres hemos tenido que asumir en esta crisis el papel de trabajadoras con la de maestras ante el cierre de los colegios, con la de cuidadoras de nuestra familia más envejecida o dependiente ante el cierre de recursos sociales de apoyo, situación que se ha visto agravada en familias monoparentales que más del 80% están encabezadas por mujeres con lo que volvemos al origen de la problemática, el cuidado tiene un claro componente de género y no puede ser sostenible a costa de la explotación y la precarización de la vida de las mujeres.
Es cierto que durante este tiempo se han creado numerosas medidas recogidas en Decretos para hacer frente a los efectos devastadores de la COVID-19. Quiero poner como ejemplo el Real Decreto Ley 8/2020 del 17 de marzo, medida urgente y extraordinaria para hacer frente al impacto económico y social en el cual recogía la adaptación y reducciones de jornadas para el cuidado de hijas/hijos o cuidado de personas mayores. A priori, el Decreto recoge una serie de buenas intenciones, pero a falta de una visión de género deja más abierta la brecha entre hombres y mujeres. Sabemos que un alto porcentaje de trabajo precario y mal remunerado está cubierto por nosotras donde es difícil hacer valer estos derechos por miedo a ser despedidas. El movimiento feminista ya nos iba avisando: “igualdad ante la ley, no es igualdad ante la vida”.
Hemos estado seis meses con colegios y centros de mayores cerrados y los cuidados se han convertido en responsabilidades nuestras dentro del núcleo familiar creándonos una incertidumbre social y económica. Y nuestra pregunta es… ¿Qué va a pasar ahora? No, no estoy hablando de cómo son las medidas con las que nuestras hijas e hijos vuelven al cole, el problema real no es ese. Medidas, más o menos adecuadas, no faltan, pero ¿Qué va a pasar con la conciliación? ¿Volveremos a ser nosotras las que sostengamos esta situación de nuevo? Necesitamos abordar esta problemática que nos afecta como sociedad. Es necesario crear políticas de conciliación para cada una de las medidas que se lleven a cabo, con una visión de género junto a una transversalización de los cuidados a todas las políticas públicas (educación, sanidad, empleo, servicios sociales, comercio, etc) fomentando el valor de la igualdad y la corresponsabilidad entre hombres y mujeres tanto en la vida privada como en la pública. Debemos apostar por un modelo económico que ponga en el centro el cuidado de la vida. Hasta que no pongamos el foco en la raíz del problema seguiremos teniendo una sociedad que sobreviva como pueda y las mujeres seguiremos cargando con los cuidados y el trabajo en busca de un inexistente equilibrio emocional y personal.
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