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OPINIÓN | 'Aquellos, los que les enterraron en vida', por Esther Palomera

Cuauhtémoc y la idea de España

Cuauhtémoc Cárdenas visitará las Cortes de Aragón dentro de unos días, invitado por la Fundación Giménez Abad. Hijo del presidente mexicano Lázaro Cárdenas y él mismo candidato a presidente en tres ocasiones, viene para conmemorar el 80 aniversario del exilio español. En medio de privaciones y de sufrimientos, muchos exiliados mantuvieron viva la idea de una España abierta, tolerante, social y, al final de sus días, europea. Aragoneses como Buñuel, Sender, Maurín o Mantecón, entre otros, dignificaron el nombre de España desde el exterior y mantuvieron el hilo tenue de la democracia española, sujetada en los valores del Estado de Derecho.

Creo que hay una hispanidad mal entendida y una hispanidad mejor entendida. Una hispanidad que aplica ideas de hace sesenta años (o tal vez quinientos) para alimentar el orgullo patriótico. Montada en caballo percherón o con finos trajes de Armani, proclama argumentos esencialistas y anacrónicos que suministran munición a las batallas partidistas del presente candente. Huyamos de este argumentario, casi siempre falseado. Pero hay otra hispanidad más interesante, por ejemplo la agradecida con el presidente Cárdenas por la acogida que dio a nuestros compatriotas. Cientos de familias aragonesas desembarcaron en México hace justo ochenta años, con un enorme caudal de ciencia y de cultura que se fue. Miles de familias españolas se agrupan hoy en el Ateneo mexicano. Su recuerdo y su estudio forman parte de la hispanidad bien entendida.

Entre esos exiliados aragoneses estaba el científico Honorato de Castro, a quien poca gente recuerda. O el librero José Ramón Arana, por cuya librería de México DF pasaron Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Guillén, León Felipe, Alberti, Max Aub y hasta García Márquez. También Julio Borderas, héroe de la sublevación de Jaca, hubo de exiliarse. Era un magnífico sastre que le hizo los trajes al presidente mexicano Lázaro Cárdenas y hasta al mismísimo Yuri Gagarin. Y qué decir del historiador del arte Rafael Sánchez Ventura, que contribuyó al traslado de las obras del Museo del Prado para protegerlas de los bombardeos y luego, ya en Francia, organizó el entierro de Antonio Machado en Colliure. Además de un legado intelectual y artístico, hay también una herencia moral en el exilio en favor de una España tolerante.

Las distintas modalidades del españolismo se explican bien en “Suspiros de España”, la obra del profesor Núñez Seixas galardonada con el último Premio Nacional de Ensayo. Allí se indica que bajo la afirmación de España como nación han coexistido y coexisten quienes la conciben como un todo culturalmente homogéneo y centralizado, y quienes consideran que esa nación es plural y descentralizada. Los primeros acostumbran a subir el tono (con aorta a punto de aneurisma de tanto españolear), aireando simbología patria con afán patrimonializador; los segundos, entre los que se contaban la inmensa mayoría de los exiliados, defendían la indivisibilidad de la soberanía española sobre la base de una democracia siempre mejorable.

A los exiliados “les dolía España”. ¡Cómo no les iba a doler todo lo que habían dejado atrás! Es cierto que unos defendían planteamientos más esencialistas que otros. No decían lo mismo Salvador de Madariaga o Sánchez Albornoz que Francisco Ayala, por ejemplo.

Ochenta años después, es arriesgado realizar contrafactuales, es decir, argumentar sobre qué pensarían estas personalidades fallecidas hace años. Ya digo que resulta atrevido. Pero me mojaré: pienso que muchos de ellos serían federalistas. El federalismo ahorma la nación española y la compacta sobre la base de integrar territorios con identidades plurales. El federalismo no “desespaña”, aunque sí le quita la caspa a esa España poco menos que nacional-católica. Llama la atención que este federalismo sea tan frontalmente rechazado por los nacionalistas de Cataluña y de Euskadi… ¿Por qué será? ¡Bienvenido, Cuauhtémoc!

Cuauhtémoc Cárdenas visitará las Cortes de Aragón dentro de unos días, invitado por la Fundación Giménez Abad. Hijo del presidente mexicano Lázaro Cárdenas y él mismo candidato a presidente en tres ocasiones, viene para conmemorar el 80 aniversario del exilio español. En medio de privaciones y de sufrimientos, muchos exiliados mantuvieron viva la idea de una España abierta, tolerante, social y, al final de sus días, europea. Aragoneses como Buñuel, Sender, Maurín o Mantecón, entre otros, dignificaron el nombre de España desde el exterior y mantuvieron el hilo tenue de la democracia española, sujetada en los valores del Estado de Derecho.

Creo que hay una hispanidad mal entendida y una hispanidad mejor entendida. Una hispanidad que aplica ideas de hace sesenta años (o tal vez quinientos) para alimentar el orgullo patriótico. Montada en caballo percherón o con finos trajes de Armani, proclama argumentos esencialistas y anacrónicos que suministran munición a las batallas partidistas del presente candente. Huyamos de este argumentario, casi siempre falseado. Pero hay otra hispanidad más interesante, por ejemplo la agradecida con el presidente Cárdenas por la acogida que dio a nuestros compatriotas. Cientos de familias aragonesas desembarcaron en México hace justo ochenta años, con un enorme caudal de ciencia y de cultura que se fue. Miles de familias españolas se agrupan hoy en el Ateneo mexicano. Su recuerdo y su estudio forman parte de la hispanidad bien entendida.