El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Está a punto de terminar la novena legislatura en Aragón, una legislatura que para mí ha sido más corta que para el resto de diputadas, ya que entré en septiembre de 2017. Y del mismo modo que comencé a escribir en este espacio relatando mis impresiones a las pocas semanas de tomar posesión del escaño, me gustaría ahora hacer algunas reflexiones sobre lo que he aprendido en este tiempo, sobre cómo ha cambiado mi forma de ver la política y la vida. Son reflexiones personales, pero creo que podrían ser compartidas por muchos de mis compañeros y compañeras.
El primer adjetivo que me viene a la cabeza al hablar de política es frustración. La política es el arte de lo posible, dicen, pero en ese posible no cabe todo. Uno quiere impulsar iniciativas, mejorar leyes, arreglar problemas… a veces esta intención termina bien y otras termina en un mero tweet en el que expresamos una queja. Es lo que ha sucedido con la ley de vivienda, que el gobierno trajo muy tarde a las Cortes de Aragón y que no va a dar tiempo de tramitar.
Otra palabra es diálogo. A veces, amigos y familiares me preguntan: “¿Cómo podéis tiraros los trastos a la cabeza en un Pleno y después iros a tomar un café?”. Realmente, no es habitual tomar cafés con miembros de otro grupo. Pero sí es cierto que es necesario una capacidad de diálogo, de empatía incluso, para llegar a acuerdos. En muchos casos, hay que negociar, ceder, tratar de que el otro ceda, y esa labor es mucho más fácil si entiendes que la otra persona, por muy alejada que esté de tus ideas políticas, puede tener sus motivos, sus límites marcados por el partido, sus intereses también. Y ayuda no ser amigos, pero sí tener una relación cordial; hablar de los hijos o de los padres ancianos ayuda a ver al adversario político como una persona y no como un enemigo. Hablar es fundamental, más aún en estos tiempos de crispación creciente.
He aprendido también que el sistema parlamentario necesita una actualización. Es necesario estudiar el actual sistema, los problemas que tiene y que causa y las posibles soluciones. Quiero destacar alguno de estos problemas.
Dedicamos demasiado tiempo a temas que no importan a casi nadie. Existe una herramienta parlamentaria denominada proposición no de ley, que nació como una forma de que el parlamento impulsara la acción del Gobierno, pero ha terminado siendo una mera declaración de intenciones, un posicionamiento de los partidos sobre un tema. Quizá si cada grupo tuviera limitado el número de proposiciones que puede presentar, serían más efectivas.
En cambio, hay poco tiempo para estudiar y debatir leyes, uno de los pilares del trabajo en un parlamento. La inmensa mayoría vienen desde el gobierno y los diputados y diputadas tenemos que trabajar contrarreloj para estudiar el texto, hablar con asociaciones y diferentes personas que conocen el tema, presentar enmiendas, etc.
Este modelo afecta no solo al funcionamiento del parlamento, sino que crea unas dinámicas en los partidos bastante negativas. Los diputados no tenemos derecho a paro o a una baja, pues el escaño es personal y no podemos ser sustituidos. Tampoco existen unas vacaciones regladas y eso hace que cada partido decida los días de descanso de sus diputada.
La no existencia de paro, el no estar sujetos al estatuto de los trabajadores, el estar en una especie de limbo laboral supone un problema para la sociedad. Es complicado entrar en política y volver a tu puesto de trabajo, según cual sea este. De ahí que tradicionalmente hayan sido los funcionarios los que han copado los escaños. Tienen un lugar donde volver. De lo contrario, una persona (no hablo de ministras o altos cargos, que tienen las nocivas puertas giratorias, sino de los “soldados rasos” de la política) que ve como se acaba su etapa política hará lo posible para mantenerse en el partido. Y aquí entran los clientelismos, los favores debidos y otras acciones que envilecen la política y al final hacen que demasiadas personas lleven 30 años en política.
Es necesario limitar mandatos, crear un estatuto del representante político propio y semejante al que tiene el grueso de la sociedad. Es necesario garantizar un paro como el que tienen los trabajadores y no hablar de cesantías e indemnizaciones. Así lograríamos un relevo adecuado en la clase política y sería más sencillo dedicar unos años a la res pública y volver a la profesión anterior sin muchos problemas.
Durante este tiempo, también he tenido la impresión de que buena parte de la gente piensa que los políticos no trabajamos. Lo cierto es que este es un trabajo en el que quien quiere puede dedicar 12 horas al día y quien no quiere, puede hacer el mínimo. Conozco diputadas que a veces pasan días sin ver a sus hijos y también diputados a los que jamás he escuchado hablar en la tribuna. Eso no puede ser. Yo he intentado un equilibrio, a veces se ha escorado hacia la política y otras hacia la familia y la vida personal. Es muy difícil lograr ese equilibrio, y si formas parte de la dirección de un partido es casi imposible. Decía Alfredo Pérez Rubalcaba que quien quiera dedicarse a la política en serio debe despedirse de la vida. Eso tampoco puede ser.
También he aprendido que una vez entras en un partido dejas de ser Raúl para ser Raúl de Podemos. Una etiqueta te persigue. Lo descubrí nada más tomar el escaño, cuando se publicó una entrevista en la que hablaba de discapacidad (realizada antes de entrar en las Cortes, pero publicada al poco de tomar posesión del escaño) y muchos de los comentarios eran críticas políticas. También en redes sociales se va a criticar lo que digas, solo por ser de un partido concreto. Hay que asumirlo, aceptar todas las críticas que recibes en la calle (los insultos o amenazas, que también ha habido, no) y utilizarlas para mejorar lo que se pueda. A veces, las mejores ideas salen de una crítica fundada.
Algo muy positivo es todo lo que se aprende sobre Aragón, en mi caso; he conocido la realidad de zonas despobladas, de personas amenazadas por desahucios; he aprendido mucho sobre vivienda, sobre carreteras, sobre el modelo de turismo; también, al estar en la comisión de comparecencias, he podido escuchar y aprender de numerosos colectivos, mujeres que piden respeto en el parto, personas que han sufrido amputaciones o taxistas que ven con temor la llegada de Uber.
Termino con una creencia que ya tenía y en la que me he reafirmado en este tiempo, algo que ya entendían los antiguos Griegos. La política es una actividad que puede beneficiar a la sociedad, pero debe ser entendida como algo temporal. Podemos tiene limitación de mandatos y es algo muy bueno. Para todas las personas.
Está a punto de terminar la novena legislatura en Aragón, una legislatura que para mí ha sido más corta que para el resto de diputadas, ya que entré en septiembre de 2017. Y del mismo modo que comencé a escribir en este espacio relatando mis impresiones a las pocas semanas de tomar posesión del escaño, me gustaría ahora hacer algunas reflexiones sobre lo que he aprendido en este tiempo, sobre cómo ha cambiado mi forma de ver la política y la vida. Son reflexiones personales, pero creo que podrían ser compartidas por muchos de mis compañeros y compañeras.
El primer adjetivo que me viene a la cabeza al hablar de política es frustración. La política es el arte de lo posible, dicen, pero en ese posible no cabe todo. Uno quiere impulsar iniciativas, mejorar leyes, arreglar problemas… a veces esta intención termina bien y otras termina en un mero tweet en el que expresamos una queja. Es lo que ha sucedido con la ley de vivienda, que el gobierno trajo muy tarde a las Cortes de Aragón y que no va a dar tiempo de tramitar.