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Sobre este blog

El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

El fuego y el círculo

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El miedo es un gran embaucador. Se disfraza con tantos rostros como somos capaces de imaginar. Es una emoción que está muy presente: se manifiesta sutil o aterradoramente, puede paralizarnos o sacudirnos. Y también se puede vivir con miedo. 

El miedo asusta cuando se presenta, en cambio la muerte asusta cuando piensas en ella. La muerte es real, tanto como el vacío que deja. También puede ser un alivio. 

Lo que no se puede vivir es muerto de miedo; no cuando se apodera de tu existencia y sus punzadas duelen. Tampoco cuando dejas de sentir y te conviertes en un zombi. 

Una respuesta a una muerte en vida es el suicidio, al que nos empuja la soledad y la impotencia, manifestaciones ambas del aislamiento. Otra vía es el apoyo mutuo.

El ser humano, en su larga etapa evolutiva como ser social, ha ahuyentado los miedos por medio de rituales comunitarios en los que el fuego desvanece los fantasmas y así, atrapados en el humo, se disuelven en la oscuridad de la noche. 

Compartir alrededor de la hoguera implica la formación de un círculo: es acaso la forma más antigua de asamblea. Vale tanto para compartir emociones como para repartir tareas o planear acciones. Y entonces emerge el sentimiento de pertenencia que construye el vínculo y alumbra la comunidad.

También es lugar de disputas, sobre todo cuando la necesidad de reconocimiento sucumbe al seductor poder de dominación. Los antiguos lo sabían y diseñaron reglas y alternancias para evitar la tentación que el poder suscita. Su legado nos pertenece. 

Dicen que una comunidad ideal no puede superar en número la capacidad de reconocimiento entre sí de los individuos que la componen. Si tratamos de escalar su construcción, digamos a una ciudad, entonces debemos rescatar los símbolos que identifican a sus pobladores. Abundantes ejemplos encontramos en La Historia, que recurre al concurso de mitos y leyendas asociados a una bandera y a una frontera, sirviendo ésta última para contener y repeler, generando expectativas de exploración. En algún momento la exploración comercial dio un salto hacia la colonización. Hoy, el comercio expansionista asimila los procesos de colonización en que se convirtió la exploración. 

Un ser vivo también se inscribe dentro de una membrana (su frontera) que lo singulariza al tiempo que le permite un intercambio con su entorno. Es sugerente observar ciertas analogías entre la biología elemental (constitución y desarrollo del individuo) y las dinámicas sociales (conservación y expansión).

Si utilizamos la pertenencia como expresión de comunión, no existe mayor unidad que la que da la clase, ni mayor yugo que la pobreza. La vida del pobre es heroica a su pesar: con su sudor y sus lágrimas riega el árbol que le cobija, acaso también con el esfuerzo de sus seres queridos.

Transformar el miedo en lucha y el fuego en catalizador sólo sirve para expulsar el miedo, después hay que reconstruir el círculo. Allí encontraremos la fuerza que nos libere del miedo y, quien sabe, de la pobreza.

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