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Ochocientos mil euros, baby

Es algo sabido que las grandes películas suelen tener su segunda parte, lo que ahora, de manera cursi, llaman secuela. La oposición del Ayuntamiento de Zaragoza, que en 2015 rodó el éxito empresarial One million euros, baby, para evitar que las grandes empresas tributaran de manera más ajustada a sus ingresos, culmina estos días el rodaje de la segunda parte, Ochocientos mil euros, baby, por la que se pretende destinar esa cantidad de dinero a una empresa privada sin ningún tipo de concurso, condición u objetivo claros.

Una saga con marcado acento neoliberal cuyo único propósito es hacerle el caldo gordo a los poderosos. Algo a lo que nos tiene muy acostumbrados el PP, atento siempre a pagar con el dinero de todos por autopistas sin coches, depósitos de gas que nada depositan o aeropuertos sin aviones, pero que no debiera estar en la práctica política de una organización que se llama de izquierdas, como es el PSOE.

Conste que desde niño soy seguidor del Real Zaragoza, que fui socio cuando mi padre lo era, que iba a La Romareda todos los domingos de partido, y que a veces me cogía verdaderos chotos cuando el equipo perdía. Pero ello no impide que me parezca completamente inadecuado dedicar dinero público a una empresa privada en estas condiciones. Sobre todo cuando los sueldos de los trabajadores de esa empresa resultan escandalosos en comparación con el que perciben la mayoría de los trabajadores y trabajadoras de este país. Claro que no es una cuestión particular del Zaragoza, sino de un mundo del fútbol disparatado, enloquecido y, en muchas ocasiones, más allá de la legalidad. Pero, en todo caso, destinar dinero público a una entidad de estas características no parece razonable.

Ochocientos mil euros es mucho dinero, y más en una situación de crisis. Para que se hagan una idea, es el doble de lo que Aragón dedica a un tema tan preocupante como el de violencia machista, el doble de lo que se dedica a Memoria Histórica, 200.000 euros más de lo que se dedica a becas universitarias, o a tecnología sanitaria, o al Hospital San Jorge de Huesca. ¿Debe ser una prioridad del Ayuntamiento de Zaragoza una ayuda directa a un club de élite cuando existen tantas y tan notables insuficiencias en la ciudad? ¿Con qué finalidad cuando, al parecer, nos hallamos ante otra temporada perdida de un club desastrosamente gestionado? En ese sentido, parece mucho más adecuada la propuesta del Ayuntamiento, en la que se vincula la ayuda a la promoción del deporte de base, entre otras cosas.

En realidad, lo que se dirime son dos concepciones del deporte. Una que lo entiende como negocio y espectáculo y que está dando unos resultados deplorables en Zaragoza, no solo en el fútbol, también en el balonmano y el baloncesto. Ese modelo de negocio-espectáculo está en estrecha relación con los poderes políticos y mediáticos, como el caso de Agapito Iglesias puso bien de manifiesto. Hace unos días circulaba por Internet una foto del palco del Real Madrid, ocupado por 43 personalidades entre ministros, expresidentes del gobierno, grandes empresarios; una foto que es una perfecta metáfora de lo que en realidad es el fútbol en la actualidad. Otra concepción del deporte, sin desdeñar la vertiente del mismo como espectáculo, lo entiende como instrumento en la formación global de las personas, en su salud y educación, y por ello se muestra atenta a promocionar el deporte de base. Ese modelo, como lo muestran todavía incluso algunos equipos de la liga española, no está reñido con los éxitos y la calidad.

En el fondo, late esa idea de que las instituciones tienen que servir al interés y los beneficios privados. Aunque sea en detrimento del interés general. Cambiar esa política, dedicar el dinero de todos al interés social es uno de los objetivos que toda institución representativa de la ciudadanía debiera tener grabado. Es lo que el actual Gobierno del Ayuntamiento de Zaragoza está intentando llevar a cabo, contra el viento y marea de una oposición que se empeña en mantener una escandalosa política de privilegios hacia sus empresas amigas y de unos medios de comunicación decididos a defender el statu quo. Expresión de esa perniciosa alianza entre negocios, medios y política que tanto daño está haciendo al país y a su ciudadanía.

Es algo sabido que las grandes películas suelen tener su segunda parte, lo que ahora, de manera cursi, llaman secuela. La oposición del Ayuntamiento de Zaragoza, que en 2015 rodó el éxito empresarial One million euros, baby, para evitar que las grandes empresas tributaran de manera más ajustada a sus ingresos, culmina estos días el rodaje de la segunda parte, Ochocientos mil euros, baby, por la que se pretende destinar esa cantidad de dinero a una empresa privada sin ningún tipo de concurso, condición u objetivo claros.

Una saga con marcado acento neoliberal cuyo único propósito es hacerle el caldo gordo a los poderosos. Algo a lo que nos tiene muy acostumbrados el PP, atento siempre a pagar con el dinero de todos por autopistas sin coches, depósitos de gas que nada depositan o aeropuertos sin aviones, pero que no debiera estar en la práctica política de una organización que se llama de izquierdas, como es el PSOE.