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El pasado 30 de marzo asistí, entre nervioso y complacido, al acto de defensa y entrega de premios de la X Olimpiada de Filosofía de Aragón. Se trata de una actividad dirigida al alumnado de cuarto de secundaria y bachillerato, que trata de mostrar la filosofía más allá de una asignatura: un modo de estar en la realidad, y en nosotros mismos, levantando las alfombras para ver qué hay debajo y distinguir el suelo de la porquería escondida. Un modo, no solo de estar sino de ser, recomendable para cualquiera.
La olimpiada tiene una temática común, la de esta edición ha sido Fronteras y justicia global y se puede trabajar desde las siguientes categorías: Vídeo, Fotografía, Dilema moral y Ensayo. Las dos primeras muestran que es posible pensar a partir de imágenes, que los conceptos y las imágenes no son ámbitos separados, sino dimensiones mentales estrechamente ligadas. Hay tres participantes premiados en cada categoría, los cuales han de defender públicamente sus propuestas. Contemplar la soltura y calidad del discurso de los doce sobresalientes defendiendo sus ideas, me entusiasmó y sorprendió a partes iguales. Cuando decimos que las actuales generaciones no son capaces de ir más allá de las redes sociales y los videojuegos, cuando algunos llegan, incluso, a quejarse de que no son capaces de pensar, hemos de preguntarnos: ¿les damos la oportunidad? ¿los ponemos en situación de hacerlo?
Los adolescentes que, desde hace ya diez años, se han encontrado con esta olimpiada, demuestran sin ruido pero con rotundidad que cuando les ofrecemos la ocasión, la respuesta supera con creces las expectativas. Por ello actividades como esta resultan no solo convenientes, sino necesarias para el alumnado, pues le brindan la ocasión de pensar autónomamente y de transmitir lo pensado mediante cauces alejados de los exámenes y trabajos escolares.
Los cuatro ganadores de Aragón acuden, junto con los de cada olimpiada autonómica, a la Olimpiada Filosófica de España, cuyo principal objetivo no es obtener el primer puesto nacional, sino propiciar el encuentro entre adolescentes en los cuales ha despertado un común interés y una común sensibilidad. Las conversaciones que entablan son dignas de recordar y nos reconcilian con la capacidad racional del ser humano. Esta fase nacional también propicia el encuentro entre su profesorado acompañante, que intercambia ideas, experiencias y problemas, resultando una actividad que enriquece el funcionamiento de nuestro sistema educativo en su conjunto.
Nuestra administración educativa parece valorar estas actividades, puesto que convoca “subvenciones para la realización de olimpiadas educativas y otras actuaciones que valoran el rendimiento del alumnado” pero ni las organiza, ni las fomenta. Se limita a ofrecer estas pequeñas ayudas económicas que no llegan a cubrir los gastos necesarios: como los viajes desde institutos lejanos de Zaragoza (como pueden ser Utrillas, Jaca, Alcañiz, Monreal del Campo o Teruel), o el desplazamiento a la Olimpiada Filosófica de España, su alojamiento y comidas. La facultad de Filosofía de la universidad de Zaragoza también colabora, especialmente prestando espacios y ofreciendo al ganador de Ensayo la exención de matrícula en el primer curso de su grado. Pero es el profesorado de nuestra comunidad implicado en ella quien realiza, gratis et amore, esta olímpica labor; quien con entusiasmo y tesón lleva diez años ofreciendo a su alumnado esta actividad. Desde su diseño y coordinación por parte de la Sociedad Aragonesa de Filosofía (compuesta por profesores, tanto de secundaria como de universidad, y también por estudiantes), hasta el desarrollo en cada centro educativo por parte de su profesorado de filosofía.
Contemplar los frutos del esfuerzo desinteresado de los maltratados profesores de nuestra comunidad (desde hace ya varios cursos Aragón es la comunidad cuyos docentes de secundaria soportan las peores condiciones laborales de nuestro país, ¡bastante peores, incluso, que las de la comunidad madrileña!) hace que de mis entrañas broten junto al enfado y la rabia, la esperanza y la confianza en el ser humano. La satisfacción por este trabajo es enteramente vuestra y no es económica, ni un reconocimiento oficial, sino contemplar la espontaneidad con que el alumnado olímpico se entrega al juego del pensamiento y se abre a la comprensión de un mundo que trata de negársela.
El pasado 30 de marzo asistí, entre nervioso y complacido, al acto de defensa y entrega de premios de la X Olimpiada de Filosofía de Aragón. Se trata de una actividad dirigida al alumnado de cuarto de secundaria y bachillerato, que trata de mostrar la filosofía más allá de una asignatura: un modo de estar en la realidad, y en nosotros mismos, levantando las alfombras para ver qué hay debajo y distinguir el suelo de la porquería escondida. Un modo, no solo de estar sino de ser, recomendable para cualquiera.
La olimpiada tiene una temática común, la de esta edición ha sido Fronteras y justicia global y se puede trabajar desde las siguientes categorías: Vídeo, Fotografía, Dilema moral y Ensayo. Las dos primeras muestran que es posible pensar a partir de imágenes, que los conceptos y las imágenes no son ámbitos separados, sino dimensiones mentales estrechamente ligadas. Hay tres participantes premiados en cada categoría, los cuales han de defender públicamente sus propuestas. Contemplar la soltura y calidad del discurso de los doce sobresalientes defendiendo sus ideas, me entusiasmó y sorprendió a partes iguales. Cuando decimos que las actuales generaciones no son capaces de ir más allá de las redes sociales y los videojuegos, cuando algunos llegan, incluso, a quejarse de que no son capaces de pensar, hemos de preguntarnos: ¿les damos la oportunidad? ¿los ponemos en situación de hacerlo?