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¿Es posible la unidad de la izquierda?

El Ayuntamiento de Zaragoza
17 de octubre de 2022 19:09 h

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Desde hace unos días, conforme se va acercando la fecha de las elecciones locales, crece la desazón entre la gente de izquierdas y proliferan los llamamientos a la unidad de las opciones a la izquierda del PSOE, a que Podemos, ZEC, y Cha se presenten en una lista única -o, al menos, que no haya tres como en las últimas elecciones- para el Ayuntamiento de Zaragoza.

La concentración del voto de izquierdas es condición necesaria para, junto con el PSOE, conseguir un resultado que arrebate el gobierno municipal a las derechas, pero no es un objetivo fácil de alcanzar: tanto Cha como Podemos han tomado la decisión de presentarse con sus siglas y es más que probable que ZEC haga lo mismo. Si durante la legislatura no se han conseguido espacios de colaboración es bastante difícil confeccionar una candidatura única. 

Porque no se trata, como en las autonómicas andaluzas, de cuadrar a martillazos, en el último momento, una sola lista electoral, sino de presentar un programa político consensuado y el compromiso de trabajar conjuntamente para conseguirlo. El proceso en Andalucía, además de decepcionar al electorado progresista, ha dejado más heridas y recelos de los que había entre las organizaciones que han participado.  

Nada nuevo bajo el sol. Desde los orígenes del movimiento obrero, los partidos cuyo objetivo era la emancipación del proletariado no solo han sido incapaces de colaborar, sino que, en ocasiones, han actuado como si fuesen los mayores enemigos del mundo, llegando a eliminar físicamente a sus rivales del mismo partido. Pasó, a mediados del siglo XIX, entre marxistas y anarquistas; después, en la revolución rusa, entre bolcheviques, mencheviques, social revolucionarios y trotskistas; más tarde entre socialistas y comunistas…

Es cierto que en momentos concretos han surgido iniciativas capaces de aglutinar a diferentes partidos y sensibilidades, pero casi siempre ha sido un acuerdo táctico, coyuntural, sin el objetivo de crear un espacio de colaboración permanente y que rara vez ha superado la legislatura. 

Entre las excepciones está Izquierda Unida, que nació en 1986 como un proyecto orientado a representar políticamente a parte del movimiento anti OTAN. Lo que comenzó siendo un espacio plural en el que la búsqueda del consenso era prioritaria, derivó en una estructura cerrada, agobiante para quienes no reconocíamos la excelencia de la política elaborada por los poseedores de la “VERDAD”. Algo parecido sucedió con Podemos, nacidos al calor del 15M y que, en pocos años, pasó de ser el referente de la mayoría de la izquierda no socialdemócrata a segmentarse en varios partidos e ir perdiendo apoyo social elección tras elección.  En ambos casos, los proyectos surgen tras importantes movilizaciones sociales.

¿Cuál es el denominador común que limita la capacidad de colaboración de la izquierda? Sin duda el afán de protagonismo y la lucha por el poder forman parte de ese denominador, pero, en mi opinión, los factores fundamentales son la tendencia al maniqueísmo -la teoría de las dos orillas de Julio Anguita es un buen ejemplo-, y ciertas dosis de sectarismo. El resultado es el convencimiento de que solo una estrategia -la de cada uno- es la apropiada para transformar la sociedad en beneficio de los más necesitados; los que no la comparten están equivocados o son unos traidores. Cada partido considera que es esencial para transformar la sociedad en la dirección correcta y, por lo tanto, es imprescindible que se fortalezca por encima de los demás. La organización pasa a ser un fin en lugar de un instrumento.

En esta izquierda son numerosos, cuando no mayoritarios, quienes piensan que en política lo importante es dejar siempre claro quiénes son los enemigos y cuáles son los objetivos estratégicos. Las etapas intermedias suelen ser rechazadas porque pueden confundir a la gente, sin importar que tengan mayor apoyo político y social, sin tener en cuenta la correlación de fuerzas existente.

Esta concepción de la política lleva con frecuencia a dirigirse a la ciudadanía con un discurso de laboratorio, basado en elaboraciones políticas más o menos coherentes pero que no tienen en cuenta las necesidades inmediatas y los anhelos de los sectores sociales a los que va dirigido dicho discurso. En algunos casos se llega a responsabilizar a la gente -por desentenderse de la política o no querer luchar- del escaso éxito de las propuestas políticas, como si su validez fuese independiente de la voluntad de intervención de los colectivos a los que van dirigidas.

Veo difícil un acuerdo de la izquierda -aunque sea táctico, solo con el objetivo de que no gane la derecha- para presentarse en una sola lista en las próximas elecciones, pero creo que es necesaria y urgente una revisión autocrítica de los principios en que se basan sus estrategias y su relación con la ciudadanía. 

Cambiar la sociedad requiere de mayorías que apoyen los cambios y si la izquierda quiere jugar un papel importante en esos cambios necesita ampliar sus apoyos; políticas menos épicas, pero más útiles para la mayoría; mayor capacidad de colaboración y de pacto. Tampoco estaría de más que pidiese menos sacrificios e incrementase su capacidad de ilusionar.

La lista única para mayo es poco probable -de no ser que se genere un amplio movimiento social que empuje en esa dirección- pero las siguientes elecciones también serán importantes. Y para estas sí que hay tiempo de confluir si nos ponemos desde ya a la tarea.

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