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La Torre Nueva y el mudéjar de Las Vegas

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La idea no es original. En 1892 Mariano de Cavia ya expresó su conformidad sobre las enronas aún calientes de la genuina torre recién arrasada. Aquello tenía su lógica: ¿quién no desea ver de inmediato recrecer el órgano recién amputado?

La atalaya invisible

La Torre Nueva es un monumento al revés: a fuerza de no verla, la admiramos con memoria fotográfica. Es el muñón más tenaz de Zaragoza, la historia una y otra vez contada. Lo dijo Eduardo Galdeano: “En Zaragoza, han rendido homenaje a una bella torre mudéjar ya derruida. No es una torre reconstruida la que evoca a la torre que fue: ante el gran agujero donde estuvo, un niño de bronce, sentado, abrazado a sus rodillas, la mira.” 

El mito y la memoria son los valores intangibles más preciado de las ciudades invisibles, categoría a la que pertenece Zaragoza. A la Torre Nueva no hay que volver a levantarla. Hay que contarla, traspasarla en cadena de una generación a otra como una letanía homérica. Los debates sobre su reconstrucción forman parte de este ritual. Bien lo expresó María Zambrano: “en la ausencia que las cosas dejan hay una manera de presencia; en su hueco está todavía aleteando su forma.”

Cementerio de mascotas

Aunque a esta ciudad le vienen bien los mitos, que lo demás acaba siempre bajo la piqueta, menester es reconocerlo: sin monumentos, no hay memoria. 

Volvamos a Mariano de Cavia ¿Qué Torre Nueva pretendía levantar el periodista zaragozano en 1892? En un artículo publicado en junio de aquel año en el periódico El Liberal dejó escrito: “no una Torre que recuerde la condenada a desaparecer, ni que sea imitación de otra, ni que carezca del sello original que un monumento original debe tener… Desechad la piedra y el ladrillo. Utilizad el hierro.” 

Las obras de arte atesoran la sabiduría de quienes las diseñan y trabajan en un momento histórico concreto. No es culpa de Don Mariano que viviera en la época de las aleaciones; pero atina en su opinión. Lo demás, sucedáneos.

La oferta que presenta la fundación de Emilio Parra & Herederos asegura que “los modernos materiales tendrán la misma apariencia que los originales”. Pretenden, pues, reanimar un cadáver a base de potingues. Una quimera carente de ese hechizo que los siglos y la autenticidad dejan en el cuero de los monumentos.

El paripé recuerda esa novela de Stephen King en la que los dueños entierran a sus mascotas en un cementerio indio con la esperanza de reponerlos a la vida, pero lo que encuentran de regreso son zombis irreconocibles.

Zaragoza, Las Vegas del mudéjar 

Claro es que el armatoste atraería turistas, y he aquí el tuétano de la cuestión. El proyecto reconoce la “gran afluencia turística” que provocaría la criatura: largas filas de guiris enroscando la plaza de San Felipe y selfistas sujetando la torre inclinada de Parra, compartiendo por Instagram su proeza.

Mariano de Cavia llamó a los artífices de la demolición “caseros egoístas” y “concejales vandálicos”. Hermanados 132 años después, aquellos “vecinos medrosos cuanto influyentes” que en 1892 sentenciaron la Torre Nueva, apuestan ahora por su reconstrucción. Si a los unos el torreón enturbiaba entonces sus negocios, a los otros ahora les parece que enriquecerá aún más el parque temático del casco histórico de Zaragoza.

Quizá por eso, en las Cortes de Aragón los partidos favorables a la “destrucción creadora” votaron a favor de la propuesta de Parra & Herederos, quienes afirman contar “con los recursos económicos necesarios”. Es curioso que los políticos ignoren las declaraciones previas del propio Emilio Parra en las que reconocía la necesidad de apoyo financiero para su proyecto. Como en 1892, os la van a colar otra vez, maños.   

La idea no es original. En 1892 Mariano de Cavia ya expresó su conformidad sobre las enronas aún calientes de la genuina torre recién arrasada. Aquello tenía su lógica: ¿quién no desea ver de inmediato recrecer el órgano recién amputado?

La atalaya invisible