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Zine con Z de Zaragoza

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Zaragoza, 1908. Vemos una vista panorámica de la ciudad. Después, en el centro, un tranvía abarrotado se abre paso por una de sus avenidas principales. En el siguiente plano dos chavales emocionados corretean por la calle seguidos de cerca por la nurse de uno de ellos. Llegan a un local con dos puertas: entrada y salida. Allí cinco autómatas de un organillo atraen a los curiosos. Han llegado al Farrusini, una barraca-teatro-cine donde verán sus primeras imágenes animadas. El chaval de familia bien, el que va con su nurse a todas partes, queda profundamente admirado por lo que se encuentra en la pantalla: un cerdo cantando, envuelto en una bufanda tricolor. El niño era Luis Buñuel y lo demás es historia del cine mundial. 

Decía el maestro del surrealismo al describir aquella experiencia en Mi último suspiro: “El cine significaba la irrupción de un elemento totalmente nuevo en nuestro universo en la Edad Media”. Aunque ese año Zaragoza vivió otro hito que la cambió para siempre, la Exposición Hispano-Francesa, para Buñuel, fue el cine quien dio a la ciudad un empentón hacia la modernidad. Quizá no lo vivió así en el momento porque entonces era un mero espectador, como usted y yo cuando nos sentamos en una butaca a contemplar una película, pero tal cual lo describe en sus memorias después de conocer el poder transformador del cine y la potente industria que hace falta para sacar adelante una película. 

En 2024, con más idea de cine, con más ayudas públicas, con varias film comission y festivales, Zaragoza y Aragón distan todavía mucho de tener una industria potente del cine pero, sin embargo, andan sobradas de talento para este. Veinticuatro nominaciones en los últimos premios Goya lo atestiguan. Es un hito. Tres películas españolas sobresalientes este año están firmadas por directores que, como Buñuel, vieron su primera película en un cine zaragozano: Javier Macipe, Pilar Palomero y Paula Ortiz. También el documental de otra maña, Blanca Torres, que llega a esta nominación premiado ya en los Forqué, o el oscense Vito Sanz, nominado por su papel en Volveréis

En los intentos lumínicamente renovadores de la Navidad zaragozana todavía estamos a tiempo de que aparezcan en el belén de la plaza del Pilar Los destellos de una Estrella azul sobre una Virgen roja. Sería un homenaje perfecto para la belleza y la profundidad del trabajo de Ortiz, para la maestría con la que Palomero es capaz de reflejar las emociones humanas, para la lección de fraternidad que nos da la odisea de Macipe dentro y fuera de la pantalla. 

Los tres son gigantes si hablamos de talento para el cine y cabezudos si nos referimos al tesón que han tenido para sacar adelante sus películas. Cine de trinchera, lo llama Ortiz. Macipe habla de las dificultades que les obligan a salir fuera y esa situación es tan antigua como el mismísimo Goya que les puede dar el éxito el próximo 8 de febrero. Vayan a ver esas películas porque este año en España el zine se escribe con Z de Zaragoza. Ahora solo hace falta que nos lo creamos.

Zaragoza, 1908. Vemos una vista panorámica de la ciudad. Después, en el centro, un tranvía abarrotado se abre paso por una de sus avenidas principales. En el siguiente plano dos chavales emocionados corretean por la calle seguidos de cerca por la nurse de uno de ellos. Llegan a un local con dos puertas: entrada y salida. Allí cinco autómatas de un organillo atraen a los curiosos. Han llegado al Farrusini, una barraca-teatro-cine donde verán sus primeras imágenes animadas. El chaval de familia bien, el que va con su nurse a todas partes, queda profundamente admirado por lo que se encuentra en la pantalla: un cerdo cantando, envuelto en una bufanda tricolor. El niño era Luis Buñuel y lo demás es historia del cine mundial. 

Decía el maestro del surrealismo al describir aquella experiencia en Mi último suspiro: “El cine significaba la irrupción de un elemento totalmente nuevo en nuestro universo en la Edad Media”. Aunque ese año Zaragoza vivió otro hito que la cambió para siempre, la Exposición Hispano-Francesa, para Buñuel, fue el cine quien dio a la ciudad un empentón hacia la modernidad. Quizá no lo vivió así en el momento porque entonces era un mero espectador, como usted y yo cuando nos sentamos en una butaca a contemplar una película, pero tal cual lo describe en sus memorias después de conocer el poder transformador del cine y la potente industria que hace falta para sacar adelante una película.