El padre de la criminología moderna nació en un pequeño pueblo de la provincia de Huesca, Angüés. Rafael Salillas y Panzano (1854-1923), del que en mayo se cumplirá el centenario de su muerte, fue pionero en la aplicación de la sociología y la antropología para explicar el comportamiento de los delincuentes. Defendió la necesidad de mejorar el trato a los reclusos en la penitenciarías y fue el fundador y primer director de la Escuela de Criminología que se puso en marcha en Madrid en 1904. Sus dotes literarias también le permitieron estrenar una obra en el Teatro Español ‘Las dos ideas’, con el militar y político aragonés Pedro de Lizana como protagonista.
Hijo de un comandante del ejército, inició la carrera de Medicina en Zaragoza y la terminó en Madrid. De regreso a Angüés, ejerció de médico hasta que en 1880 se trasladó a la capital de España para ingresar en la Dirección General de Establecimientos Penales como jefe de administración civil de quinta clase. En esos años desarrolló su vocación por la criminología y desarrolló su actividad literaria. El motor de su vida era ya indagar sobre las causas de la delincuencia y los efectos del sistema penitenciario, que expresó el libros y artículos publicados en medios de comunicación.
Su creciente interés por los temas criminológicos y antropológicos se plasmó en la creación de la Revista de Antropología Criminal y Ciencias Médico-Legales, que fundó junto a Ángel María Taladriz, catedrático de Derecho de la Universidad de Álava. En 1890 participó en el Congreso Internacional Penitenciario de San Petersburgo (Rusia) y aprovechó el viaje para visitar los establecimientos penitenciarios de San Petersburgo, Moscú, Cracovia, Berlín y París.
En dos de sus sus principales obras editadas en 1888, ‘La vida penal en España’ y ‘La antropología en el Derecho penal’, analizó la situación de las cárceles en España y señaló que “el presidio tiene una tendencia esencialmente delincuente y todas sus relaciones son corruptoras” y que “la gran reforma que se precisa es hacer variar el concepto de delincuencia. Es preciso que todo el mundo vea en el delincuente un hombre y en el hombre un enfermo”. Consideraba imprescindible que se acabara con la “lacra” del ocio en las prisiones y se exigiese trabajar a los penados que estuviesen en condiciones de hacerlo, de forma preferente en colonias agrícolas, al aire libre, y que pudieran llegar a autofinanciar sus gastos.
Otro aspecto esencial de su pensamiento residía la necesidad de distinguir las distintas clases de delincuentes para darles un trato diferenciado conforme a su situación y características personales, lo que exigía que los empleados de prisiones fuesen muy bien seleccionados y preparados. En la constitución psíquica y orgánica del delincuente para explicar su conducta, creía relevante considerar el medio físico y social en que se desenvuelve su vida. Es ese medio el que conforma su personalidad y el que constituye su base de sustentación física y nutritiva. Son las relaciones del individuo con su medio social las que permiten comprender las complejas raíces del delito en el que se conjugan lo biológico, lo físico y lo social.
El convencimiento de la complejidad del problema de la criminalidad le llevó a adentrarse en la lingüística como forma de completar sus ideas. Se remontó a los hechos y el lenguaje ancestral de la picaresca española y lo comparó con el del hampa -la jerga- y la evolución de las lenguas primitivas. Sus ideas sobre antropología criminal, dispersas en numerosos estudios y publicaciones se desarrollaron y sistematizaron en su obra en dos volúmenes ‘La teoría básica’ (1901).
En 1903 se aprobó la creación de la Escuela de Criminología, de la que fue director desde su constitución en 1906. En 1904 se puso en marcha el Consejo Penitenciario en sustitución de la Junta Superior de Prisiones, del que se le nombró consejero y más tarde secretario general y se encargó de la dirección de la Revista Penitenciaria. Desde esa responsabilidad, preparó un informe sobre la reforma penitenciaria y asistió a Congresos Internacionales de Antropología Criminal como los de Lieja (1905) y Turín (1906).
A finales de 1906 ascendió a jefe de Administración Civil de segunda clase y pasó a ser director de la Prisión Celular de Madrid. Desde esos puestos, consiguió mejorar la alimentación, el vestido y la higiene de los presos. Desde el momento de la creación del Instituto de Reformas Sociales en 1903 formó parte de él como vocal de designación gubernamental.
En 1909 fue elegido diputado a Cortes por el partido radical, integrado en la conjunción republicano-socialista. En 1915, dirigió la publicación de la Biblioteca Criminológica y Penitenciaria, proyecto editorial sin parangón en el ámbito de la criminología, y organizó la Exposición de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, de la que fue vicepresidente.
Otros cargos relevantes desempeñados por Salillas fueron los de vocal del Patronato Nacional para la Trata de Blancas, consejero del Instituto Nacional de Previsión y vocal del Consejo Superior de Protección de la Infancia y de Represión de la Mendicidad. En paralelo, continuó con su labor de investigación y publicaciones. Murió el 22 de mayo de 1923 en Madrid, en la clínica del Rosario, donde había sido operado de una dolencia estomacal a principios de mes.