Giménez Abad, minutos antes de ser asesinado por ETA: “Me voy con mi hijo a la Romareda. Ya hablaremos”

Conrad Blásquiz

5 de mayo de 2021 22:43 h

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La tarde del 6 de mayo de 2001 transcurría con la calma propia de un domingo primaveral. Los rayos del sol aconsejaban adormecerse en el sillón y no salir de casa por lo menos hasta bien entrada la tarde. Pero ese domingo, había una cita futbolística a media tarde en el campo de La Romareda. El rival del Real Zaragoza era el equipo soriano del Numancia. A priori, todo parecía que iba a ser un duelo de bostezos en la grada y, por tanto, era un partido fácilmente prescindible para cualquier seguidor, excepto para Manuel Giménez Abad. El presidente del Partido Popular de Aragón era desde siempre un apasionado del fútbol y del Real Zaragoza, del que era socio. Y no podía faltar a la cita dominical con su querido equipo.

“Te tengo que dejar porque me está esperando abajo mi hijo Borja y vamos a llegar tarde al partido. Ya hablaremos”, recuerdo que me dijo entre risas, siempre amable y dispuesto a atender la llamada telefónica de un periodista, aunque tuviera prisa como en aquel momento. Eran tiempos en los que los periodistas podíamos llamar con toda libertad a los políticos a sus casas un domingo por la tarde sin pasar el filtro de los gabinetes de comunicación. Tiempos de comunicación fluida y cordial con los dirigentes políticos, y más con Giménez Abad. “El fútbol es sagrado”, pensé. Y dimos por acabada la conversación, con el compromiso mutuo de que volveríamos a encontrarnos al día siguiente. Fue la última vez que hablamos.

Minutos antes de las 18,30 horas, Manuel Giménez Abad, en compañía de su hijo, salió de su domicilio particular situado a escasos metros de la Puerta del Carmen de Zaragoza. Ambos cruzaron el Paseo Pamplona y enfilaron la calle Hernán Cortés, con aire despreocupado, seguramente comentando el partido que verían esa tarde, ajenos a la tragedia que iba ocurrir minutos después. El político aragonés iba sin escolta y era un blanco fácil. Pasaron por delante de la sede de El Periódico de Aragón y, apenas unos portales después, Manuel Giménez Abad se encontró con la muerte, paradoja del destino, en la calle Cortes de Aragón.

“¡Han matado a Giménez Abad!”

Mi compañero en la redacción de El Periódico, Fran Osambela, entró con el rostro desencajado. Enfiló el pasillo y dirigió sus pasos hacia mí. “¡Han matado a Giménez Abad! ¡Han matado a Giménez Abad!”, exclamó.

No podía creer lo que estaba oyendo. Apenas hacía diez minutos que habíamos conversado por teléfono y, sinceramente, no llegaba a digerir del todo la escena que nos estaba describiendo. Era algo incomprensible, hasta que salimos a la calle. Manuel Giménez Abad yacía aparentemente muerto en la estrecha acera y su hijo, de pie, permanecía en estado de shock. A esa hora, ya había llegado el primer equipo médico, que luchaba denodadamente por salvar la vida del político aragonés. Todos los esfuerzos fueron inútiles. 

A partir de aquel instante, se sucedieron los hechos a una velocidad vertiginosa. La calma reinante de una tarde dominical se tiñó de sangre y se transformó en consternación y rabia. Borja, desesperado por el asesinato de su padre, se había encarado con el pistolero de ETA, que huyó tras descerrajar tres disparos al político aragonés que le provocaron la muerte en el acto. El hijo del político aragonés fue llevado casi en volandas a un bar próximo de la calle Fita, a salvo de los periodistas y de los numerosos curiosos que se habían acercado hasta allí, alarmados por las noticias de la radio y de la televisión.  

Manuel Giménez Abad, que antes que diputado autonómico, senador y presidente del PP, había sido letrado mayor de las Cortes y consejero de Presidencia del Gobierno de Santiago Lanzuela, se convirtió en el primer político aragonés que perdía la vida a manos de un terrorista de ETA. El asesinato de Manuel Giménez Abad marcó un antes y un después en la vida democrática de Aragón, como si esa tarde todos perdiésemos la inocencia política. Su muerte provocó una profunda consternación y rabia en el pueblo aragonés. Un sentimiento que quedó demostrado durante las largas horas que siguieron al asesinato del político aragonés y en la  multitudinaria manifestación que recorrió las calles de Zaragoza el lunes siguiente. El cobarde asesinato evidenció la necesidad de desplegar escoltas personales en la comunidad aragonesa, en donde hasta entonces apenas media docena de representantes institucionales y de particulares contaban con este servicio.

Dos décadas después, los etarras que asesinaron a Manuel Giménez Abad, Mikel Carrera Sarobe e Itxaso Zaldu, que fueron apresados, siguen a la espera de un juicio que podría tener lugar el próximo año. Hoy, las Cortes de Aragón celebran un acto de homenaje al que asistirá el presidente Javier Lambán y los dos hijos del político asesinado.

Esa misma tarde, la del 6 de mayo de 2001, su querido equipo zaragocista le rindió un emotivo homenaje con un minuto de silencio en el descanso del partido y con una victoria 3-1 frente al Numancia con goles de Jordi (2) y Aguado.

16 asesinatos y 36 bombas

Giménez Abad no ha sido la única víctima aragonesa del terror de ETA. La banda terrorista ha regado de bombas y sangre a Aragón desde que en 1979 atentó contra las oficinas de la Societé Generale de Banque de Espagne en Zaragoza. La comunidad se ha convertido en un campo de operaciones habitual de los terroristas, además de en un punto fundamental de apoyo logístico y de refugio. Jamás se borrarán las imágenes en las retinas de los aragoneses de los cinco niños muertos en la casa cuartel de la avenida Cataluña. Los terroristas han dejado un legado sangriento en la comunidad: 16 asesinatos y 36 bombas. 1987 fue el año más negro. Era 30 de enero cuando Aragón recibió su primer mazazo. El atentado contra un autocar militar en San Juan de los Panetes, en Zaragoza, causó la muerte de un militar y un civil, además de 40 heridos. Y el 11 de diciembre, cuando los ciudadanos no se habían podido recuperar de la bomba contra el autobús militar, se produjo el sangriento atentado contra la Casa Cuartel de la avenida de Cataluña, en Zaragoza, con 11 muertos –cinco adultos y seis niños- y 87 heridos. Sobre las seis de la mañana, un comando encabezado por Henri Parot, también implicado en el atentado de San Juan de los Panetes, estacionó un Renault 18 con tres botellas de acero que contenían 250 kilos de amonal en la parte trasera del cuartel. Segundos más tarde, Parot y un compañero accionaron la carga y una fortísima explosión sacudió el edificio y lo redujo a escombros. Los terroristas huyeron en otro coche donde les esperaba una tercera persona. Fue uno de los atentados mas impactantes que se han producido en el país y, sin duda, el más sangriento e indiscriminado de ETA en Aragón.

El policía Julián Embid, nacido en Saviñán, fallecido junto a otro compañero en Sangüesa el 30 de mayo de 2003, ha sido el último aragonés asesinado por los etarras.