“Mi asma es una enfermedad penosa, caprichosa y ridícula. Y no soy hombre de mucha paciencia con mi propio cuerpo”, escribía Ramón J. Sender a su amigo Joaquín Maurín el día 5 de marzo de 1964. Sender, nacido en Chalamera, Huesca, el 3 de febrero de 1901, padecía un asma crónica que le “llevaba a mal traer”. Después de sufrir la enfermedad respiratoria durante años, consideraba que “los médicos no me entienden. Yo sé más que ellos del asunto”. Así que es muy posible que recurriera a la automedicación y que siempre viajara con remedios en el bolsillo como Arsitiocol, un elixir antiséptico bronco-pulmonar, que elaboraba el farmacéutico V. Collada Sarmiento.
Uno de los frascos de Arsitiocol se puede ver, todavía con jarabe dentro, en la exposición que han abierto hace unos días en el “Espacio Sender”, el Instituto de Estudios Altoaragoneses (IEA), de la Diputación de Huesca, donde se muestra una selección de sus artículos periodísticos, primeras ediciones de sus libros, traducciones a otra lenguas, diarios, objetos personales y fotografías, entre otras cosas.
“Lo que se ha intentado con el Espacio Sender es incitar a la lectura y al conocimiento de los libros del autor, sobre todo entre la gente más joven. Además, consideramos que es una buena forma de conmemorar el 120 aniversario de su nacimiento y el 40 de su muerte, que será en 2022”, explica Alberto Sabio, director del Instituto de Estudios Altoaragoneses. El IEA trabaja con los materiales de Sender desde 2003. “Conviene diferenciar entre estudiosos y visitas de grupos y de escolares. Los estudiosos vienen a consultar la documentación, artículos fundamentalmente, que no está expuestos en las salas. Tenemos la documentación más completa que se puede encontrar en el mundo”, dice Sabio. A los materiales se puede acceder de forma presencial a través de los servicios que presta la biblioteca del centro y también a los documentos digitalizados que se encuentran en la página de Internet del IEA.
El periodismo literario de “Casas Viejas”
Sender comenzó a escribir en periódicos muy joven. El 25 de febrero de 1923, en el periódico oscense La Tierra, sus compañeros de redacción reseñaron su marcha a Melilla para realizar el servicio militar como voluntario. Al terminar en el Ejército, con solo 23 años, entró en la redacción del diario madrileño El Sol. Seis años después, recaló en La Libertad, un periódico donde colaboró hasta 1936. En este diario publicó en 1933 una serie de diez artículos sobre Casas Viejas, que luego llevó a la imprenta la editorial Cenit en forma de libro.
En la noche del día 10 de enero de 1933, en Casas Viejas, una pedanía de Medina Sidonia, en la provincia de Cádiz, de alrededor de 2.000 habitantes, un grupo de anarquistas asaltó el cuartel de la Guardia Civil del pueblo hiriendo a un guardia y causándole la muerte a otro. Al pueblo llegaron más guardiaciviles y de la guardia de asalto, un cuerpo que fue creado por Azaña. Ante el acoso de los guardias, los rebeldes se refugiaron en una choza. Rojas, un capitán de la Guardia Civil que se incorporó a los refuerzos con cuarenta hombres, ordenó que incendiaran la choza para hacer salir a los amotinados. El resultado: ocho muertos dentro de la construcción. Pero la cosa no terminó allí porque junto a la choza asesinaron a media docena de personas que habían hecho prisioneros.
Sender refleja en Casas Viejas el hambre de los campesinos andaluces mientras algunos terratenientes, como el duque de Medinacelli, dejaban 33.000 hectáreas sin cultivar. El autor tomó partido de forma rotunda a favor de los campesinos y criticó a Azaña y su gobierno por no poner en marcha la reforma agraria que permitiera que la gente del campo viviera de su trabajo. Lejos de la equidistancia que en tantas ocasiones se le pide al periodismo actual, Sender apunta a Azaña como responsable del comportamiento de las fuerzas de orden público, un error que indica Antonio G. Maldonado en el prólogo a Viaje a la aldea del crimen, la edición más reciente de las crónicas, publicada por Libros del Asteroide en 2016: “Sender tuvo razón en su denuncia de los hechos, pero se equivocó al señalar a los responsables, con unas consecuencias políticas insospechadas. El autor había escrito no solo un primoroso reportaje, sino también una exitosa carta de defunción de una Segunda República que debía lidiar, además de con sus detractores de primera hora, con los más recientes desencantados”.
Más de treinta años antes de que apareciera A sangre fría, de Truman Capote, un autor que está considerado como uno de los padres de la literatura de no ficción, Ramón J. Sender empleó las herramientas de la literatura para hacer periodismo. “Casas Viejas” se desarrolla por escenas que alumbran lo que sucedió y se encuentran diálogos y expresiones que amenizan la lectura, dos de los recursos que todavía hoy se emplean en el periodismo literario para acercar al lector a la narración. Sender explicó en la misma obra algunos detalles de su método de trabajo. Aunque ya conocían los hechos, los campesinos hablaban y los periodistas seguían anotando. “Lo fundamental lo sabíamos ya y lo habíamos podido comprobar. Lo que nos decían ahora eran detalles complementarios que servirían para dar un carácter literario documental a las informaciones”.
Su paso por el periodismo de primera línea fue la mejor escuela para aprender los “útiles del oficio”. Pasar varios años escribiendo cada día y corrigiendo materiales de otros “para dejarlos reducidos a la pura esencia informativa”, le permitieron “asimilar al menos una virtud: discriminar y no decir sino cosas interesantes. Es decir, no ser aburrido. Todo lo que es entretenido, como dice Baroja en sus memorias, es siempre bueno”, según explica Marcelino C Peñuelas en Conversaciones con Ramón Sender, publicado en 1969.
Corregir es un placer
Sender escribió mucho y reescribió cuanto pudo. Su método de trabajo, según reveló a Peñuelas, consistía en escribir casi siempre a máquina alrededor de cien páginas más de las necesarias en cada una de las novelas. “Prefiero tachar que añadir. Al final sé que quitando una página de aquí, tres allá, media página en otro lugar, queda mejor”, explicaba Sender, quien reconocía que el primer borrador le fatigaba: “Es una tortura. Luego, la corrección es un placer. Como me decía Antonio Machado, yo escribo con la reflexión y corrijo con la inspiración”.
Según los datos del centro oscense, Sender escribió más de 2.000 artículos y 118 libros: 75 novelas, 5 relatos cortos, 13 obras de teatro, 2 libros de poesía y 23 de ensayo. Como ha destacado el profesor Francisco Caudet, en el periodo californiano de Sender, las cartas a Joaquín Maurín “están dominadas por las referencias a su estado de salud --el asma le atenazaba-, a sus aventuras amorosas -algunas muy rocambolescas- y a su vuelta al 'destajismo' literario, alentado, desde 1965, por el éxito editorial conseguido en España con la publicación de Crónica del alba”.
Escribía muy deprisa. Consideraba que sus primeros textos eran “gaseiformes” y podía llegar a escribir treinta o, incluso, cincuenta páginas en un día. “Si fueran cincuenta páginas muy meditadas y elaboradas sería imposible”. Obsesionado con corregir los textos y movido, seguramente, por un afán de perfección, que no siempre se veía reflejado en algunas descuidadas ediciones de sus libros, a menudo no se sentía satisfecho con el resultado. En la conversación con Peñuelas le dijo que se divertía “escribiendo lo que escribo, pero cuando lo veo impreso me siento más bien culpable. Debería haberlo hecho mejor o no debería haberlo escrito de ningún modo”.
En el cuaderno del original que fue a la imprenta de Monte Odina que se puede ver en la exposición del Espacio Sender en Huesca, se aprecia la forma de trabajar del autor, que, según hace constar al inicio, comenzó a escribir el 10 de octubre de 1970. Utilizando la tijera y el pegamento, el escritor realiza un collage con párrafos escritos a máquina y corregidos a mano, mezclados con textos redactados directamente en las páginas del cuaderno. Añade también recortes de periódico o fotocopias de artículos formando casi un patchwork de materiales ya empleados junto con nuevos textos.
Ramón José Sender falleció el 16 de enero de 1982 en San Diego de un infarto, exactamente 49 años después de su llegada a Casas Viejas. Vivió guerras, el exilio y, aunque regresó en un par de ocasiones, no pudo cumplir su deseo de residir en algún lugar de España con un clima favorable para calmar su asma. Con motivo del 120 aniversario de su nacimiento, el IEA editará este año cuatro obras del escritor. “También tenemos mucho interés en que Sender esté presente en otros foros, como el Instituto Cervantes, porque pensamos que la lectura de Sender nos ayuda a comprender la historia contemporánea de España”, explica Alberto Sabio, convencido de la necesidad de dar a conocer la obra del autor altoaragonés que está considerado como un de los principales narradores de la literatura en el exilio.