Cada uno comenzó en una promoción diferente, en un Parque de Bomberos distinto y en un turno al azar que no los llegó a juntar, aunque se conocen. Demetrio Moreno, al que llaman Meti, lleva 30 años en el oficio y, a pesar de que ahora no acude a las llamadas, sigue trabajando en el Museo del Fuego, en el que explica y comparte sus experiencias a los visitantes y pone a prueba a los más pequeños para que entiendan cómo se debe actuar en un incendio y cuál es la forma en la que trabajan desde el cuerpo de bomberos.
Por su parte, Carlos Blasco, que tiene 42 años, lleva once trabajando y, debido a contar con una carrera de Química, actualmente ejerce de cabo en el Parque de Bomberos de la zona centro de la capital aragonesa. Asimismo, une su conocimiento y experiencia con Rodrigo Ballester, un joven de 27 años que comenzó hace poco más de un año en este oficio, a pesar de “tenerlo claro” desde pequeño.
Según recuerda Ballester, su ilusión por ser bombero viene “de ver pasar el camión rojo con las luces y querer estar ahí metido y formar parte de ello”. “Igual otras personas los ven y ni se fija, pero yo lo veía y decía qué pasada”, sostiene, aunque una vez dentro le ha “sorprendido” y gustado “mucho más”.
Para Blasco este trabajo es “muy vocacional” y cuando comienzas “es normal tener hambre de calle”. En cambio, después “te acostumbras” y ya “no es tanta vocación, sino también trabajo y rutina”. A lo que Ballester confirma que, “a pesar de tener la ambición de querer hacer cosas”, es “primordial dejar hacer, respetar, preguntar y ver cómo se trabaja” para saber ejercer en una situación complicada llena de estrés, prisas y dificultades.
Situaciones complicadas, soluciones colectivas
“Aquí el trabajo sale porque trabajamos en equipo. Es cierto que hacemos cosas para lo común, pero somos como los demás. Podemos tener más o menos afinidad, aunque aprendemos a convivir y respetamos que cada uno tiene sus problemas”, asegura Blasco, que considera una solución “compartir y hablar de lo que preocupa” porque “hay que sacar todo adelante siempre y de la mejor manera posible” preservando el bienestar y la salud de las personas implicadas en cada momento. “Primero son las personas, después el fuego”.
Carlos Blasco, que en el caso de producirse un incendio al ser cabo siempre entrará y actuará, suma a esta reflexión la importancia de “dejar hacer a quien sabe o está dispuesto en cada momento” porque “todos aprenden de todos”. Eso sí, tras cada suceso, se revisan los siniestros, se observa cómo se hizo y se determina cómo se podría haber hecho con las variables y opciones existentes para mejorar y plantear nuevos escenarios, aunque “todos los servicios son distintos”.
“En este trabajo siempre hay estrés, rapidez y lo que te puedes encontrar. Y no dejamos de ser humanos”, admite Blasco, que también recuerda una de sus primeras intervenciones de tráfico en la que, a raíz de lo que presenció, convivió con “el sabor de impotencia” y de pensar qué se podría haber hecho haciéndose preguntas de “si hubiéramos sido más rápidos, hubiéramos actuado de otra forma o hubiera pasado otra cosa”. “Tienes todo el rato esas imágenes en la cabeza y no las olvidas. Eso te va a acompañar siempre, pero acabas gestionándolo”, confiesa.
Meti, que estuvo trabajando en el incendio de la residencia de ancianos de Santa Fe de Cuarte de Huerva en 2015 en el que hubo nueve muertos, tampoco lo olvida. En este suceso, que hasta la fecha es el segundo peor incendio en residencias en lo que va de siglo, obligó a inspeccionar todos los centros de mayores de Aragón con el objetivo de incrementar las medidas de seguridad en caso de situaciones de riesgo.
En esta residencia, poco antes de la medianoche del 11 de julio de 2015, se produjo un fuego en un colchón de una de las habitaciones que se encontraba vacía en la primera planta cuando solo había una cuidadora a cargo de 20 ancianos. Pasado un cuarto de hora de las doce de la noche, los residentes salieron del edificio y se produjeron los traslados a los hospitales y a la residencia de Alfamén, donde pasaron la noche los supervivientes.
“Yo he visto a compañeros atorarse y estar superados por la situación. En este incendio yo iba de segunda salida sin cabo y cuando llegamos, los de la primera ya habían hecho todo lo que podían. Me encontré a un compañero en el suelo, reventado y me dio las gracias por haber venido. La cabeza está en otro sitio y tuvo que ser horrorosa esa situación en la que, en cada habitación, había un abuelo muerto y cocido al estar atados”, recuerda.
Asimismo, Moreno también comparte otro incendio en el barrio de Las Fuentes de Zaragoza, en el que había una señora dentro que terminó falleciendo. “De repente toqué el suelo y dije, un niño”, explica. En ese momento, Demetrio cogió el “bulto” en brazos y se dio cuenta de que era un gato, algo que lo alivió: “Era esa sensación de pensar que era un menor, que tenía que sacarlo de allí y de saber que no estaba vivo. Fue horrible”.
“Con este trabajo se disfruta de la vida, pero puedes estar haciendo una paella en el parque, que llamen, salir, ver a un niño partido por la mitad y tener que volver y seguir comiendo esa paella”, admite Moreno, quien agrega que “muchos compañeros han caído” y otros “tenían que pedir ayuda porque se quedaban sin oxígeno y estaban atrapados”, y es que “si no se sacan y está todo ardiendo, te quedas ahí”.
Para que no ocurra esto, uno de los protocolos de actuación recoge que “no se deben saltar ninguna puerta” para no perderse, ya que “cada lugar es diferente” y “pierden” el sentido del tacto por los guantes y el de la “vista” por el humo. “Tú cierras los ojos en tu casa y más o menos te sabes la distribución. Si das vueltas en ti misma y luego tocas una pared no es tan fácil saber donde estás. Eso es lo que sentimos siempre”, apunta Blasco, a lo que Rodrigo reconoce que “a veces incluso se cierran los ojos para encontrar la calma y pensar mejor en lo que hay que hacer”.
Sentirse admirados, pero también con miedo
Según comparte el cabo de la zona centro, los bomberos, que se ejemplifica como los “ratones” porque “van siempre al lado de la pared para saber volver al agujero”, “la gente tiene una visión positiva de este trabajo porque cuando nos llaman es porque tienen un problema y necesitan una solución”. Eso sí, Blasco rompe con la leyenda urbana “de que los bomberos cuando llegan rompen”, ya que “siempre se intenta no hacerlo y ser muy cautos con el trabajo”.
En esta misma línea, Meti, que cree que “a los bomberos les funciona bien la cabeza” porque se hacen “bromas” para sobrellevar situaciones complicadas o de estrés, asegura que la gente los mira “con cara de admiración y cariño” haciéndoles sentir “muy queridos” y “reconocidos” en todo momento, por lo que no duda en afirmar que tienen “el mejor trabajo del mundo”.
“Siempre te puedes encontrar a alguna persona que está descontenta o enfadada porque quieren que seas tú el salvador y eso no puede ser siempre”, añade Blasco a esta idea, pero “deben saber que tenemos miedos como todos” aunque la gente “piense que no” al canalizarlo “de otra forma”. “A lo que más tengo miedo es al humo”, sostiene Moreno.
Por parte de Ballester, su “mayor” miedo reside en “hacer algo mal y que repercuta a alguien”. Por ello, cree que lo “más sensato” es avisar, hablar y compartir las experiencias para “encontrar soluciones” e ir sobrellevando esta adaptación cada vez mejor y reaccionar de la manera correcta porque “cuando llaman no sabes a lo que te vas a enfrentar nunca”.
Estos miedos los hace considerarse “como una familia” en palabras de Carlos, “un refugio” para Rodrigo o como una “piña” en las de Demetrio, que también admite que “esa confianza y complicidad que trabajan cada día hace que tengan ese lazo fuera de las horas de trabajo”, y es que hacen vida juntos fuera al compartir horarios y libranzas laborales de las que se sienten “agradecidos” para poder compatibilizar y conciliar sus vidas familiares. “Yo no digo que el trabajo de bombero sea el mejor del mundo, pero yo no lo cambiaría”, concluye Blasco.